“Tanto desde el punto de vista político como desde el punto de vista del urbanismo, Roma perdura como una significativa lección de lo que hay que evitar”. Con esta sentencia, el interdisciplinar y heterodoxo pensador Lewis Mumford, cuyas aportaciones revolucionaron durante el siglo XX la historia de las transformaciones urbanas, advertía en los años setenta de las “señales clásicas de peligro” que, de acuerdo a los avatares que había atravesado el Imperio Romano, permitirían determinar “cuándo la vida se mueve en dirección equivocada”. Aspectos como la masificación “asfixiante”, la degradación de las condiciones de vida urbana, la explotación de territorios y el crecimiento de la especulación conducirían a una decadencia –“la Necrópolis está próxima”, proclamaba– que, sin embargo, puede ser evitada.
En el contexto de la actual expansión de las tecnologías de la información y la globalización, con el consiguiente aumento de la complejidad de los sistemas económicos, sociales y culturales, una de las propuestas que trasciende con fuerza en aras a poner freno a esas “direcciones equivocadas” y abordar nuevos enfoques y modelos de desarrollo son los distritos tecnológicos, cuya implantación se plantea como fórmula para promover nuevos modos de organización social y laboral, el intercambio de ideas y conocimientos y la colaboración entre instituciones públicas y empresas, además de reconvertir en nuevas zonas productivas áreas urbanas en decadencia como consecuencia del declive industrial de la segunda mitad del siglo XX. No en vano, sus promotores defienden este modelo como uno de los máximos exponentes del nuevo paradigma económico y urbano postindustrial. Pero, lejos de contar con una aceptación unánime, voces del ámbito académico nacional e internacional advierten desde hace varios años de que estos ecosistemas contribuirían a una mayor gentrificación así como al incremento de la polarización económica.
Una de las más recientes propuestas en este sentido es la del distrito Nou Llevant, en Palma (Mallorca). La firma de un protocolo entre el Ayuntamiento de Palma y la Universitat de les Illes Balears en octubre de 2020 marcó el inicio de la colaboración entre ambas instituciones para desarrollar el proyecto con la mirada puesta en varias metas: promover los sectores de la innovación tecnológica e industrial, el turismo y la innovación, la transición energética y las industrias culturales y creativas, además de analizar la viabilidad y, en su caso, impulsar la localización de infraestructuras de la Universitat como laboratorios de ingeniería, espacios de transferencia de conocimiento abiertos a la ciudadanía y aulas de formación STEM (ciencia, tecnología, ingeniería, arte y matemáticas).
En un territorio marcado por el monocultivo turístico, uno de los sectores más golpeados por la pandemia en Baleares, el Consistorio palmesano y la Universitat conciben el distrito Nou Llevant como una estrategia urbanística dirigida a la diversificación económica y a la integración social mediante la creación de diversos espacios tecnológicos y el impulso de políticas públicas de vivienda que prevengan la gentrificación, tal y como explica a elDiario.es la concejala de Modelo de Ciudad, Vivienda y Sostenibilidad de Palma, Neus Truyol, quien subraya que la fórmula para implementar esta transformación pasa por conectar el ámbito de la investigación, el empresarial y los agentes sociales del barrio. Asimismo, su puesta en marcha se contempla como un factor clave en aras a retener talento y reducir los elevados niveles de fracaso escolar de las islas: el archipiélago es, de hecho, la segunda Comunidad Autónoma con el mayor índice de abandono escolar (un 21,3%, según datos de la Encuesta de Población Activa relativos a 2020), tan solo por detrás de Andalucía.
“Hemos identificado este proyecto como prioritario: se ubica en Palma pero es para toda Baleares”, subraya Truyol, quien destaca la necesidad de apostar por sectores emergentes y convertir la capital balear –“un atractivo a nivel internacional muy bien conectado con el mundo”– en un referente en energías renovables, transición energética y ecológica y en conocimiento del ecosistema marino, además de atraer la implantación de empresas de la innovación y conocimiento, como la digitalización, y reforzar las industrias culturales.
Sin embargo, desde el Consistorio también son conscientes de la problemática que puede acarrear el impulso del distrito tecnológico, por lo que trabajan, en paralelo, con el objetivo de neutralizar los efectos de una posible gentrificación y garantizar que la población de este entorno no sea expulsada de la zona. La edil señala que, para ello, prevé impulsarse un proyecto de regeneración y rehabilitación urbana bajo cuyo paraguas tanto el Ayuntamiento como el Govern balear contemplan destinar varios solares a la construcción de unas 400 viviendas públicas –una cifra significativa teniendo en cuenta que en toda la ciudad hay cerca de 1.500 VPO–, frenando de este modo, además, el proceso de degradación y abandono en que se encuentra parte del entorno. En el caso de un centenar de ellas, los proyectos ya están aprobados y se encuentran en fase de contratación y ejecución de las obras.
Como señala, por su parte, el ingeniero industrial Miquel Barceló, quien trabaja en el desarrollo del distrito, la iniciativa representa “una gran oportunidad” para las islas: “Creo que no es solo la transformación urbanística de una parte de la ciudad, sino el germen para la transformación económica y social del conjunto de las Baleares”. El experto, autor del recientemente publicado 'Innocities. Urbanismo, economía, tecnología y cambio social', subraya que la iniciativa sigue el modelo resultante de la evolución del distrito 22@ de Barcelona, impulsado hace dos décadas bajo la batuta del propio Barceló.
Barceló recuerda que el distrito 22@ salió adelante, en el año 2000, por unanimidad del pleno municipal entonces presidido por Joan Clos y tras un proceso de debate ciudadano que había tenido lugar durante los dos años anteriores. Un debate en el que, asevera, “se puso en juego el contraste entre la idea de un plan urbanístico municipal que transformara el suelo industrial del barrio del Poblenou en usos residenciales contra la opinión de un grupo de profesionales [entre quienes él se encontraba] que defendían el mantenimiento de su carácter productivo cuyo origen se remontaba a la revolución industrial del siglo XIX”.
Finalmente, y “a contracorriente de urbanistas tradicionales y de promotores inmobiliarios”, recalca Barceló, el equipo de gobierno optó por la segunda opción: “Es decir, que este antiguo territorio industrial fuera un espacio para el desarrollo de nuevas actividades económicas basadas en el conocimiento”.
Veintiún años después, Barceló hace balance del camino recorrido. “En positivo, se ha constatado el 22@ como referente internacional y como motor económico fundamental de la ciudad de Barcelona y su área metropolitana. Hoy el 22@ es modelo para el desarrollo de nuevos distritos innovadores” como el East London Tech City (Reino Unido), el HafenCity (Alemania), el StartHub Boston (Estados Unidos), el Digital Media City (Corea del Sur) o el Skolkovo Innovation Center (Rusia). Precisa que, como motor económico, hasta hace un año el distrito ha atraído inversiones en más de un millón de metros cuadrados de oficinas y más de 60.000 puestos de trabajo de alta cualificación, al margen de los de carácter indirecto.
El ingeniero admite, no obstante, que el proyecto también tiene una “cruz”: “No haber sabido anticiparse al proceso de gentrificación que actualmente está expulsando a parte de la población del barrio debido al incremento enorme de los precios de las viviendas”. A juicio de Barceló, se trata de un fenómeno consecuencia, “en parte, de la pérdida de la gobernanza que se basaba en la sociedad municipal 22@ Barcelona”.
Sobre la evolución de los distritos innovadores a lo largo de los últimos años, Barceló destaca cómo, al desarrollarse en distintas ciudades del mundo, el modelo ha ido enriqueciéndose en aspectos en los que “no era posible pensar en el año 2000”: “El núcleo tecnológico ha experimentado un desarrollo exponencial con las tecnologías de la Industria 4.0, hemos aprendido que el éxito de un distrito podía comportar el fenómeno de la gentrificación, hemos avanzado en la comprensión de los procesos de especialización productiva y especialización inteligente, conocemos mejor el papel a jugar por las bases de conocimiento como universidades y centros de innovación, tenemos actualmente el reto y la urgencia de la transición energética contra el cambio climático, nuevas tecnologías e infraestructuras de telecomunicaciones enriquecen el modelo de infraestructuras, hay que pensar en un nuevo modelo de movilidad, ha irrumpido la idea de la 'ciudad de los 15 minutos' o la innovación social y de los 'labs' urbanos y 'citilabs', que han madurado y de los que ya tenemos referentes y modelos”.
Polarización económica y dinámicas neoliberales
Como Barceló, estos ecosistemas urbanos cuentan con valedores como Bruce Katz y Julie Wagner, autores de uno de los trabajos de referencia sobre la materia, 'El auge de los distritos de innovación', publicado en 2014 por la Brookings Institution. Sin embargo, frente a la visión optimista de todos ellos, los distritos de innovación han sido criticados en los últimos años por algunas voces académicas, como las de Edward Glaeser o Jerold Kayden, quienes critican que el impulso de estos proyectos pueden contribuir a la polarización económica y la fragmentación social.
Al respecto, el profesor e investigador José A. Mansilla, del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano (OACU) de Barcelona, considera, en declaraciones a elDiario.es, que este tipo de proyectos “responde a unas dinámicas neoliberales” puesto que, en su opinión, “lo que hacen es poner la ciudad al servicio del mercado, abrir o recuperar partes de la ciudad que tienen un uso no adecuado y poco moderno y ofrecerlas a los capitales internacionales para que inviertan y creen un determinado tipo de actividad en aras a generar riqueza y empleo”. Advierte, además, de que “la literatura académica ya hace 30 años que nos dice que eso no funciona”.
Se refiere, entre otros, al catedrático de Antropología y Geografía de la Universidad de Nueva York David Harvey, quien ya en los ochenta apuntaba la especial consideración de las ciudades como espacios para la obtención de rentas a través del suelo y el urbanismo. El autor hace hincapié en el impacto de la liberalización y la eliminación de barreras al capital y en cómo éste, al buscar mayores rentabilidades, fija su atención en el territorio y las ciudades como sustrato ideal para la generación de plusvalías.
“Como decía Harvey, las ciudades en un mercado global donde los capitales y los bienes y servicios se mueven libremente hay una mayor competencia por la atracción de esas inversiones, tanto que al final se hace Liga para ver quién ofrece las mejores ventajas y alicientes”, subraya Mansilla, quien ya dejó asentada su crítica al respecto en el estudio 'Urbanismo, privatización y marketing urbano'. En él, entre otros autores, recuerda a Henri Lefebvre, quien en 1972 señalaba “lo que no ha hecho más que confirmarse: que la ciudad se ha convertido en un instrumento útil para la formación de capital”. A su juicio, los distritos innovadores “no dejan de ser grandes operaciones inmobiliarias: lo que se mueve es suelo y todo se reduce a eso. Es una cuestión de liquidación de grandes espacios urbanos que tenían un uso y a los que ahora se les quiere dar otro”.
En esta misma línea, Juanma Agulles, doctor en Sociología por la Universidad de Alicante y autor de, entre otros ensayos, 'La destrucción de la ciudad' (2017, Catarata), sostiene que los distritos de innovación forman parte de una estrategia de globalización y relocalización geográfica del capital en el espacio urbano. “Tras la decadencia económica y el abandono por parte de las clases medias de los centros urbanos desde los años ochenta del pasado siglo, muchas ciudades han experimentado el proceso de recualificación urbana, gentrificación o relocalización de actividades empresariales, llamadas de alto valor añadido, a partir de lo que Neil Smith describió como una dinámica de ”ciudad revanchista“. Algunas han experimentado la sustitución de una población de rentas bajas por nuevas clases profesionales relacionadas generalmente con firmas de alta tecnología y la cultura de las start–up”, explica.
Agulles alude a recientes estudios, como el de Liam Heaphy y Alan Wiig, que señalan que esta transformación se ha llevado a cabo, “en parte, en respuesta a las demandas de jóvenes profesionales, empleados en estas firmas tecnológicas, de disfrutar de un entorno urbano y un estilo de vida alejado de las ideas de la clase media suburbana, y, en parte, por la reorientación de la estrategia de localización empresarial que ve en la densidad urbana y el uso mixto del espacio, alejado de la división funcional, activos relacionados con la creatividad, la circulación de ideas y la productividad”.
Competencia global por atraer el “talento”
“El interés renovado por áreas de las ciudades que formaron parte de la intensificación industrial del modelo anterior también tiene una dimensión urbanística e inmobiliaria fundamental. Muchas ciudades han adaptado sus políticas urbanas a la idea de una competencia global por atraer el ”talento“ y las ”inversiones de alto valor añadido“ que tiene como consecuencia la revalorización del suelo urbano y un aumento de los precios inmobiliarios. Algunos estudios de caso, como el citado de Heaphy y Wiig sobre Dublín y Boston, han señalado que los Distritos de Innovación suponen una forma de ”ciudad empresarial“ que concentra los beneficios de la revalorización urbana en grupos muy concretos y puede ahondar las desigualdades sociales”.
Sobre todo ello reflexiona, finalmente, el catedrático de Historia e Instituciones Económicas y consejero del Banco de España Carles Manera, quien considera “excesivo” tratar los distritos de innovación como “neoliberales” y, en esta línea, sostiene que “no hay ninguna medida económica que sea inocua: siempre va a afectar a personas”, sobre todo teniendo en cuenta que, en estos casos, de lo que se trata es de utilizar la innovación como palanca de cambio con el objetivo de diversificar la economía y, por otro lado, dignificar una zona en proceso importante de degradación.
En este sentido, el que fuese conseller de Economía y Hacienda del Govern balear defiende que la idea del distrito innovador articula una colaboración público–privada en la que el papel del sector público es determinante. “Por tanto, no estamos ante una operación de mercado desregulado, sino frente a una oportunidad en la que las administraciones deben estar atentas, precisamente, en aras a evitar distorsiones en el mercado en el que se va a operar”.
“La gentrificación es una de las dificultades que cabría encarar, sin duda; pero tratar de recuperar espacios urbanos degradados, con muy baja calidad de vida, para darles un vuelco social y económico, con participación de empresas con visión innovadora, universidades, administraciones públicas y sindicatos me parece una vía adecuada. Precisamente, para transitar hacia otro modelo de crecimiento”, sentencia Manera.