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Entrevista a Manuel Muñiz

“Si la economía fuera distributiva, los beneficios de Uber también habrían llegado al sector del taxi”

El decano de la Escuela de Relaciones Internacionales del IE y profesor de Harvard Manuel Muñiz

Marina Estévez Torreblanca

Manuel Muñiz es decano de la Escuela de Relaciones Internacionales del IE, además de jurista y director del Programa de Relaciones Transatlánticas del Centro Weatherhead para Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard, y del Programa de Liderazgo Global de la Fundación Rafael del Pino. Estos días se encuentra en Madrid para hablar de “La Administración Pública del Siglo XXI”. 

Usted mantiene que la Administración Pública debe adaptarse a los nuevos vectores de cambio para mantener su papel vertebrador de la sociedad

La aceleración de velocidad de transformación de nuestras sociedades es exponencial: en los últimos dos años hemos generado más datos que en los anteriores 20.000. Mi preocupación con la administración pública es que esa velocidad está llegando a tal nivel que está desbordada en su capacidad para gestionarla. La robotización, la automatización de datos, es un proceso incomprendido y descontrolado.

¿Cómo puede afectar estas circunstancias al empleo?

El 47% de los empleos actuales están en alto riesgo de automatización en los próximos 20 años, muchos de ellos en el sector servicios. No estamos solo sustituyendo fuerza humana y animal, como en la primera revolución industrial, sino capacidad cognitiva y de procesamiento de información, con la inteligencia artificial. Estamos empezando a sustituir cerebros en sectores como las agencias de viajes o el transporte. En EEUU hay 3 millones de empleos en peligro de destrucción por los vehículos automatizados. Esto ejerce una presión a la baja sobre salarios y genera, primero una creciente precariedad y, después, desempleo.

¿Qué consecuencias políticas pueden tener estas transformaciones?

Fenómenos populistas como el ascenso de Donald Trump o el Brexit son en parte producto del nacimiento de esa clase económica precaria, que es mucho más amplia que los desempleados, provocada por ese proceso descontrolado y desconocido de transformación. Cuando pienso en la administración en el siglo XXI veo que debe ser capaz de comprender estos procesos y gobernarlos.

Pero yo al sector público le veo muy ciego, están tratando de resolver las consecuencias más inmediatas de los cambios sin darse cuenta de que estamos viviendo una transformación en el modelo productivo equivalente a la primera revolución industrial . En aquel momento surgió una nueva clase social que era el proletariado y ahora es el precariado. Y entonces vivimos una convulsión política como la que estamos viviendo hoy.

¿Qué medidas exigirían estos cambios?

La transformación del mercado laboral requiere una reforma profunda de la educación, del sistema fiscal. La fiscalidad ahora concentra las rentas en el capital y carga demasiado la presión fiscal sobre el trabajo. Los trabajadores en España y otros países están sobrecargados de impuestos que deberían caer sobre el capital. Hay una serie de cuestiones que necesitan un esfuerzo de comprensión y anticipación de la Administración Pública que yo no veo que esté teniendo lugar. Este es mi diagnostico: la mayor amenaza a la que nos enfrentamos es la velocidad de la transformación social.

¿Habría una especial lentitud en España a la hora de comprender estos cambios?

Sí, tenemos un problema serio de inteligencia sobre estos procesos. España hace muy poca prospección y tiene un problema de rigidez. Hacen falta dosis muy altas de dolor social para que las autoridades reaccionen, como se vio en la reforma laboral, que yo creo necesaria para acabar con la rigidez. No hay una unidad en la Administración Pública que se dedique a la proyección, construcción de escenarios, a entender tendencias futuras y que sirva para el diseño de políticas públicas, como sí existen en países como EEUU. 

¿Cómo cree que se están afrontando, por ejemplo, los cambios de la llamada nueva economía?

La entrada de Uber en un mercado es profundamente positiva para los consumidores, con una subida en calidad de servicios y una bajada en los costes automática. En España, la conservación del sector del taxi se hace contra el consumidor. Pero esto ocurre porque estamos gobernando muy mal la distribución de los beneficios generales que produce la innovación. A nivel agregado, estos procesos de innovación producen una prosperidad increíble. De hecho España y EEUU están en unos niveles de riqueza históricos, los más altos de la historia. Estamos a punto de recuperar niveles de PIB precrisis.

Es decir, España nunca ha sido tan próspera. En EEUU igual, recuperaron su PIB precrisis en 2012, y han elegido un presidente rupturista en el momento de mayor prosperidad de su historia. Esto pasa porque el PIB es una medida agregada, si luego miras lo que le ha pasado a las clases medias, la realidad es que ha habido una erosión brutal en EEUU y Europa.

El taxi es un ejemplo más de esa clase media que al verse enfrentado con las innovaciones tecnológicas se ve profundamente perjudicado. Si hubiéramos ideado otras medidas distributivas más eficaces, a lo mejor los beneficios que trae Uber a la economía en agregado, habríamos conseguido que llegaran a los integrantes del sector del taxi.

¿Quiénes son los ganadores de esta situación?

La tecnología provoca mucha concentración de riqueza en los dueños de algoritmos y robots. Hemos visto una explosión de multimillonarios en los sectores de la tecnología y erosiona a lo bestia a las clases medias de los sectores que pasan a ser automatizados o redundantes.

Estamos viviendo una salida de crisis en falso. Tenemos un crecimiento económico muy basado en la competitividad que está dejando de lado un elemento de equidad. Por ejemplo los datos de Pikkety son escandalosos, de toda la prosperidad generada desde la recuperación de la crisis, más del 99% ha ido al 1% más rico. Entonces la sensación no es de mejora. En agregado el PIB sí, dicen que vamos de maravilla, pero si ves datos por familias ves que en realidad no es así.

¿Quién debería encargarse de esta redistribución de riqueza?

Es una combinación de piezas. Las administraciones deben dar una mayor carga fiscal al capital y medidas redistributivas como la renta básica u otras similares, son prácticamente inevitables. Si dentro de 30-40 años no tenemos medidas de tipo social adicionales al actual estado del bienestar a mí me sorprendería profundamente, es claramente la tendencia.

Pero las empresas también deben asumir mayor responsabilidad en la equidad y la distribución de riqueza a través de la filantropía. Si el sector privado no toma estas iniciativas, va a vivir en un entorno social y político tan hostil que van a llegar otros y lo harán por ellos. Llegarán opciones políticas más antiempresariales y anticapitalistas que les van a freír a impuestos y expropiarán sus empresas…está en su interés entender que el modelo productivo ha cambiado y no solo se deben ocupar de beneficios de los accionistas sino de las sociedades en las que operan.

Y la realidad es que las sociedades donde operan estas empresas las clases medias han quedado destrozadas en algunos casos. En EEUU hay comunidades en las que los hijos tienen menos esperanza de vida de los padres. No te puede sorprender que voten a Trump. O en España a Podemos, con un fuerte componente anticapitalista.

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