La recomposición del orden económico internacional que se fragua a golpe de los impulsos de Washington y Pekín ha concedido una carta de naturaleza de valor incalculable a los países del llamado Movimiento No Alineado. Cuando se pone en jaque, el Sur también existe.
El clásico, superpoblado y heterodoxo G-77 está de vuelta y dispuesto a asumir más control que el que demostró en los años setenta, cuando las escaladas de los tipos de interés, el desempleo galopante, el estancamiento económico y las caídas salariales por el descenso de la demanda en los flujos comerciales desencadenaron en sus territorios desestabilizaciones políticas y colapsos de liquidez en sus arcas estatales.
También sufrieron en los ochenta, cuando el brusco abaratamiento de las materias primas y el receso de sus exportaciones por el proteccionismo arancelario dañaron sus economías y engendraron en ellos crisis de deuda sin precedentes.
“Ahora, sin embargo, tienen ante sí una oportunidad de gobernar en medio del caos” dice Allison Fedirka, directora de Análisis en Geopolitical Futures, por la “hipersensibilidad mundial hacia cualquier tipo de vulnerabilidad” que se produzca en las cadenas de valor o por determinados riesgos sistémicos: desde el acceso a fuentes materiales y rutas de transporte a alternativas al sistema de pagos internacionales Swift o futuras convulsiones geopolíticas.
A su juicio, “el juego en tiempo real” del tablero de ajedrez mundial ha permitido al Sur Global “entrar en la carrera competitiva con las potencias avanzadas” por la reconfiguración del nuevo orden internacional. “Brasil e India son los grandes directores de su orquesta”. Nueva Delhi por disponer de la llave económica de Rusia y de la moneda política y militar de EEUU. Brasilia por haber forzado a cerrar este año el eterno acuerdo Europa-Mercosur.
También jugarán un papel estelar países del Asia Central como Kazajistán, Uzbekistán por su aproximación tanto a Rusia, Turquía o China como a la Casa Blanca o a Bruselas.
En recuerdo de la Guerra Fría de 1945
El escenario actual recuerda a la remodelación de las relaciones internacionales en 1945. Tras la Segunda Guerra Mundial también salió a relucir la fragmentación económica. Con 52 naciones, que acogían el 15% de la población del planeta, EEUU y sus aliados imponían acciones punitivas contra la Unión Soviética y 12 de sus países satélites, y 127 estados sin una posición preconcebida clara.
The Economist ha hecho una radiografía nítida de las 25 economías de mayor dimensión entre las que no han tomado posición en la confrontación chino-estadounidense, a las que denomina el Grupo Transaccional. Pese a que ostentan notables diferencias de riqueza y modelos políticos, incluyen en el mismo bando desde la superpoblada India al diminuto emirato de Qatar. Todos ellos enarbolan el pragmatismo como bandera geopolítica, acogen al 45% de habitantes del planeta y acaparan el 18% del PIB mundial. Lejos del 11% de la riqueza que atesoraban en 1992.
India ya se ha asentado en el orden internacional, donde han ganado peso. Solo China importa y exporta más que Delhi con el África Subsahariana. El temor chino hacia Delhi ha provocado que Narendra Modi haya acercado posiciones con la Casa Blanca, exhibiendo una clara sintonía con Joe Biden. El presidente indio ha suscrito la Alianza Indo-Pacífico que consagra la cooperación económica, financiera e inversora en el patio trasero de Pekín, un pacto auspiciado por el líder demócrata.
Como India, Brasil navega entre las dos superpotencias, Por un lado, declina equipar con armas a Ucrania, como le demanda Occidente, pero estrecha los lazos comerciales con China -con intercambios de 153.000 millones de dólares en 2022-. Su presidente, Lula da Silva, viaja tanto a Pekín, en abril, como a Europa, en julio, para certificar los “avances sin precedentes” en el acuerdo de libre comercio con Mercosur. Lula está preparando el tercer desplazamiento clave de este año, a África, previsto para agosto, antes de la cita de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica) en Johannesburgo, para apuntalar la adición de otros países y contrarrestar el dominio geoestratégico del G-7 y EEUU.
Turquía es otro agente con cada vez más predicamento en el hemisferio Sur. Ankara es un interlocutor ineludible por sus acuerdos de seguridad con una treintena de estados africanos. su oscilante neutralidad sobre Ucrania, pese al aumento en un 45% de sus exportaciones a Rusia en 2022, además una diplomacia efectiva para mantener la producción agrícola de Ucrania y activar sus canales de distribución desde el Mar Negro.
Además, está Arabia Saudí, que se afana en liberarse de las ataduras geopolíticas históricas con la Casa blanca manejando con mano de hierro la OPEP + en connivencia con Rusia y pivotando su acción diplomática hacia Pekín.
Aquí aparece la mano de China, ya que Pekín ha propiciado el acercamiento entre Riad y los iraníes, que han reanudado relaciones bilaterales pese a ser enemigos regionales y religiosos irreconciliables. También ha jugado su papel en el ingreso de Riad en la Organización de Cooperación de Shanghái, un foro euroasiático al que el gigante asiático quiere vincular económicamente con los emiratos del Golfo Pérsico “lo antes posible”.
Arabia Saudí, al igual que otros petroestados, trata de ganar terreno en África con pactos de explotación de minas o el uso de puertos que garanticen el tránsito logístico mundial.
Un grupo heterodoxo y divergente
El Movimiento No Alineado quiere mantenerse fuera de las órbitas de EEUU y China, aunque sus divergencias sean extremas. India e Indonesia, las dos mayores democracias del mundo, están entre los 25 Transaccionales, junto a Vietnam, Arabia Saudí o Egipto, gobernados por autocracias de igual modo que existe una brecha de riqueza substancial entre ellos: desde los 27.000 dólares per cápita de los saudíes -por encima de varios socios de la UE- hasta los 1.600 dólares de Pakistán.
México, Colombia, Perú, Argentina, Israel -ausente formalmente de los foros occidentales más representativos-, Bangladesh, Tailandia, Nigeria, Marruecos o Argelia se incluyen en la lista que ha elaborado el semanario británico para analizar su radiografía geoestratégica.
La globalización ha confeccionado, sin embargo, un mapa comercial multipolar, avisa el estudio. El 43% de sus mercancías se envían al bloque occidental, el 19% al espacio de influencia chino-ruso y el 30% con países sin posicionamiento definido. México exporta a Occidente el 77% de su comercio, mientras que Israel y Argelia, el 60%. En cambio, más de la tercera parte de las exportaciones chilenas tienen China como destino; la cuota más elevada entre los 25.Más de la mitad de las ventas argentinas y casi el 50% de las indias son con naciones no alineadas.
El Sur Global tiene armas de doble filo que utilizar. Ha sido, destaca Eugene Chausovsky, analista en el Newlines Institute, en Foreign Policy, el que “ha mantenido a flote a la economía rusa y a Vladimir Putin”. China, que elevó hasta 9,7 millones de toneladas sus compras de petróleo ruso en mayo -mas del doble de los niveles previos a febrero de 2022- fue el primero de los aliados, junto a Irán y Qatar, en mostrar su respaldo al Kremlin tras el motín de Yevgeny Prigozhin.
De igual manera que India y varios países africanos han contribuido decididamente a que el PIB ruso marcase solo una contracción del 2,1% en 2022. En ese año, los ingresos por petróleo y gas aumentaron en un 28% y aportaron a las arcas de Moscú casi 37.000 millones de dólares.
El Sur Global es más visible e influyente en 2023. Cliff Kupchan, presidente de la consultora Eurasia, elige a sus seis líderes: Brasil, India, Indonesia, Arabia Saudí, Sudáfrica y Turquía. De sus decisiones dependerá el futuro de la globalización, del cambio climático y las directrices geopolíticas que van a perfilar la arquitectura financiera, los mercados de capitales y las reglas de libre circulación de mercancías, servicios, capitales o los flujos de migración.