La primera economía mundial ha inaugurado una nueva era productiva. Como en cualquiera de las precedentes -a la más reciente, la digital, se le denominó la Revolución Industrial 4.0-, está asentada sobre un maná de recursos públicos; bien a fondo perdido o a la espera de su inminente o más pausada privatización.
EEUU construye fábricas a un ritmo inusitado, con la inestimable ayuda de la Inteligencia Artificial. Esta tecnología aporta la rapidez y eficacia que requiere la puesta en liza de centros operativos que deben catapultar la transición energética, protagonizar la reconversión industrial hacia una economía verde, acabar con el abastecimiento manufacturero de su rival geoestratégico chino y solventar las intensas alteraciones logísticas, comerciales y de las cadenas de valor que han caracterizado el ciclo de negocios post-Covid.
EEUU está en obras y ha vuelto a apostar por los negocios fabriles. En abril, la tasa interanual de gastos de construcción de fábricas rozó los 190.000 millones de dólares, lejos de los 90.000 que registró en junio de 2022, según datos de la Oficina del Censo americana dependiente del Departamento de Comercio que corroboran que la fiebre por la reanimación de la industria ha surgido por doquier.
Desde el Cinturón del Óxido que componen Michigan, Ohio, Pennsylvania, Virginia Occidental y Wisconsin, entre otros estados claves en las últimas batallas electorales, hasta áreas desérticas y polígonos anexos a grandes capitales residenciales, señalan en Business Insider.
La fina lluvia de millones desencadenada por la Casa Blanca ha espoleado la fabricación masiva de baterías, vehículos eléctricos y de paneles solares en la disputa por el liderazgo de las energías limpias y la gestión de las cadenas de valor frente a China. El Banco Mundial todavía otorga a la potencia asiática alrededor del 30% de la elaboración manufacturera global, el doble que a EEUU.
El fervor fabricante en EEUU ha tenido carta de naturaleza con la Chips and Science Act de julio de 2022, que inyectó 280.000 millones de dólares para el impulso de centros de fabricación de chips y semiconductores. Además, la Inflation Reduction Act, aprobada un mes después, se dirigía a crear nuevos puestos de trabajo en la industria, la construcción y las energías renovables, con el propósito oficial de generar 1,5 millones de empleos adicionales en 2030.
La Oficina del Censo certifica que el resto de los segmentos vinculados a la construcción, desde oficinas, a complejos sanitarios o educativos, así como a viviendas residenciales, han descendido su actividad desde finales de 2022, tras el bienio de esplendor posterior a la Gran Pandemia.
En especial, el inmobiliario, cuyo receso se achaca al drástico y sostenido encarecimiento del dinero, con diez subidas de tipos de interés por la Reserva Federal en quince meses, y que ha dejado los tipos en una horquilla de entre el 5% y el 5,25%.
Las manufacturas catapultan la creación de empleos
El gasto constructor en fábricas ha supuesto, además, la inserción de 800.000 contratos nuevos en los dos últimos años en un mercado laboral que conserva sorprendentemente su dinamismo. En la actualidad, el sector manufacturero emplea a cerca de 13 millones de trabajadores, según el informe de mayo de la Oficina de Estadística Laborales. La gran patronal, la National Association of Manufacturers, avisa de un déficit de empleos de 2,1 millones de dólares en 2030 por las altas exigencias de capacitación técnica, experiencia laboral y habilidades profesionales que reclama este segmento productivo.
Los cálculos empresariales hacen presagiar que la reindustrialización en ciernes tiene un amplio recorrido por delante. En línea con la consultora Kearney que en su Reshoring Index 2022 revela que el 96% de las firmas estadounidenses elevaron su producción nacional o evaluaron repatriar sus negocios en ultramar, muy por encima del 78% que detectó su barómetro precedente.
Entre el reconocimiento generalizado de que las tensiones arancelarias emprendidas por EEUU contra China en 2018, que provocaron costes comerciales adicionales en el mercado americano, y la deslocalización de firmas manufactureras del gigante asiático hacia Tailandia, Vietnam o India ya alteraron las cadenas de valor y precipitaron las primeras tomas de decisiones de reubicación industrial por parte de las empresas estadounidenses, ahora sostenidas financieramente con subsidios billonarios.
El juego geoestratégico entre las dos superpotencias económicas no ha distorsionado la balanza comercial bilateral, que alcanzó el año pasado cifras récords desde que China ingresó en la OMC, en 2001. Es decir, sin visos aún de que vaya a decaer el atractivo manufacturero de la industria china, que ha sido capaz de crear un auténtico ecosistema de alianzas y servicios técnicos, a los que no parecen renunciar tan fácilmente las compañías norteamericanas.
El ejercicio 2022 se saldó con unas exportaciones a Pekín de 2,1 billones de dólares -cantidad similar al tamaño del PIB de Italia-, el 7,5% del total de ventas de EEUU, que importó de China por valor de 3,2 billones, el 16,5% de sus compras anuales. Así se amplió en un 32,4% el agujero comercial provocado por los bienes made in China, según la Oficina de Valoración Tecnológica. La Administración Biden prohibió, en octubre, los envíos de chips, microprocesadores y tecnología estadounidense al gigante asiático.
Una década de rápidas transformaciones industriales
Arup, consultora de innovación industrial, avisaba antes de la pandemia de la Covid-19 de que las manufacturas habían entrado en “una nueva era”. No solo por sus necesidades de “intersección e integración del software, de los sensores, las herramientas de comunicación o las novedades de los sistemas cibernéticos”, sino porque el juego mercantil y las reglas de sus negocios “están cambiando” y la tendencia se dirige a la reducción de gastos, a la fidelización masiva de clientes y a la elaboración de productos de proximidad al consumidor final.
Al tiempo que el cambio climático, los riesgos geopolíticos, los ciclos tecnológicos y la alteración del comercio y la logística exigirán nuevas capacidades productivas y flexibilización a un sector, el manufacturero, que aporta el 16% del PIB global. “Resultarán inevitables el rediseño de las fábricas y los cambios en las estructuras operativas y de gestión”, valoraban en Arup.
Más recientemente, el World Economic Forum (WEF) advirtió de que “las manufacturas deben adaptarse a la velocidad y a la escala de la Cuarta Revolución Industrial” con métodos de crecimiento, sostenibilidad e inclusión que “reequilibren su músculo global con los imperativos que demanden sus redes de suministro locales y sus mercados nacionales”.
La consultora McKinsey valora positivamente la reindustrialización en EEUU. La aceleración de este proceso “está mejorando la horquilla de resistencia de su economía”, hasta el punto de que “la restauración de su competitividad y del dinamismo de sectores manufactureros básicos como las energías renovables, los chips o los servicios tecnológicos podrían acabar añadiendo un 15% al PIB en lo que queda de década”.
Desde su think-tank, el McKinsey Global Institute, se pone el énfasis en dos datos reveladores. El primero, que el déficit comercial de productos manufacturados entre 2010 y 2019 se duplicó, hasta totalizar los 883.000 millones de dólares, y que, en segundo término, EEUU solo acapara el 71% de su demanda final de estos bienes a través de sus fábricas nacionales, frente al 83% de Alemania, el 86% de Japón o el 89% de China.
“El incremento de la dependencia importadora ha expuesto a EEUU a mayores riesgos globales”; sobre todo, en los últimos tres años, en los que “la preocupación por las cadenas de valor se ha encaramado al primer lugar de las prioridades de las agendas corporativas”. Las encuestas entre ejecutivos de multinacionales americanas de McKisnsey desvelan que “más del 90% de ellos ha señalado la elevación de los niveles de resiliencia productiva de sus firmas como el mayor reto de sus compañías”.
Entre otras razones, porque la retórica extendida de que “las manufacturas han dejado China” es una falacia, como lo demuestran los datos de cargos mercantes, y que, más bien, se aprecia una “compleja y disociada” transformación de la factoría mundial en un contexto proteccionista y de descentralización. Al menos, mientras no se produzca un decoupling o fragmentación en dos bloques comerciales, cada uno de ellos liderados por EEUU y China.