Javier está empleado en una gran tecnológica del Ibex 35, donde trabajaba como ejecutivo de cuentas. Cada mañana, se despertaba con el teléfono lleno de notificaciones. Las noches eran cortas, porque esa hiperconexión le perseguía hasta altas horas. Un viernes, que podría haber sido cualquier otro día, la jornada arrancó especialmente mal. “Todo era un horror y empecé a tirar cosas contra las paredes. Tuve la pequeña lucidez de ir a mi médica y, aunque mi idea era que me diera medicación para seguir trabajando, ella me impidió salir de la consulta y me dio la baja”, recuerda.
El email de un compañero que respondes antes de acostarte. Los mensajes que revisas por la mañana, antes incluso de salir de la cama. La llamada urgente que atiendes el fin de semana. El fuego laboral que apagas a distancia mientras recoges a los niños. Todas estas situaciones tienen un impacto en la salud de los trabajadores y, aunque es un derecho reconocido en España, la desconexión digital se aplica poco y mal. Desde 2019, las empresas están obligadas a contar con una política interna en la que desarrollen cómo se lo garantizarán a sus empleados y empleadas, pero son minoría las que lo introducen en sus convenios. De todos los que se firmaron en 2023, solo 114 —el 8,4% del total— hacían referencia a él y tan solo 26 desarrollaban un verdadero protocolo, según los datos recabados por la Unión General de Trabajadores.
“Cuando se analiza el contenido de las cláusulas, en su mayoría se limitan a replicar la ley general o a posponer su implantación en futuras negociaciones, algo de poco valor jurídico pero, sobre todo, de poco valor a la hora de realizar un verdadero esfuerzo por implantar el derecho a la desconexión”, explica el responsable de digitalización en el trabajo del sindicato, José Varela. Los datos del pasado ejercicio van en línea con los anteriores. En 2019, solo el 11% de los rubricados mencionaban el derecho.
Pese a que el derecho a la desconexión digital se recoge en la ley de Protección de Datos Personales y garantía de los derechos digitales, publicada en diciembre de 2018, algunos juristas entienden que esa garantía de las personas trabajadoras ya estaba reconocida mucho antes. “El derecho estricto a no responder llamadas o correos o a no trabajar fuera del horario de trabajo ya estaba garantizado y ya había sentencias en esa línea. Desde mi punto de vista, la novedad ahí fue la obligación empresarial de implementar medidas para garantizar que no te contacten, que es lo que no se está haciendo a día de hoy”, explica la profesora de Derecho del Trabajo en Esade, Anna Ginés i Fabrellas.
En marzo, el Tribunal Superior de Justicia de Galicia condenó a una empresa de seguridad al pago de 1.000 euros por vulnerar el derecho a la desconexión digital y a la intimidad por cesión de datos personales a un trabajador que había pedido que no se le contactase fuera de su horario de trabajo. “Declaramos que procede condenar a la empresa a reconocer su derecho a la desconexión digital y, por tanto, a que no realice comunicaciones fuera de su horario laboral”, incidía. La decisión, contra la que cabe recurso, viene a contradecir una política habitual en las compañías: la desconexión digital es un derecho, pero no una obligación. Esto es, que los mandos pueden contactar con los trabajadores y que estos pueden decidir si responder o no.
"En un entorno altamente competitivo, las personas que deciden voluntariamente renunciar a sus derechos se van a ver premiadas, por lo que se dan incentivos a esas renuncias"
Esta estrategia, explica el abogado Daniel Antonio Diz Portela, que representó al trabajador en el proceso gallego, “estaría vulnerando el esencial derecho, porque se estaría girando hacia el trabajador, poniéndolo en la tesitura de que tenga la voluntad de verlo o no”. Esto, a juicio de los expertos, puede dar lugar, y muchas veces lo da, a situaciones de desequilibrios de poder o indefensión. “Yo te escribo y si quieres contestas, pero igual tengo un contrato temporal y tengo miedo a que no me renueves; o estoy peleando un ascenso y tengo miedo a que no me lo des; o, simplemente, tengo miedo a que me despidas”, ejemplifica el letrado. “En un entorno altamente competitivo, las personas que deciden voluntariamente renunciar a sus derechos se van a ver premiadas, por lo que se dan incentivos a esas renuncias”, coincide la profesora de Esade.
“Me dijeron que lo hiciera en vacaciones”
Tras estar tres meses de baja, Javier pidió el alta voluntaria y se reincorporó al trabajo. La situación no mejoró y un tiempo después volvió el bloqueo. “Un cliente quería negociar en navidades. Yo le conocía, llevaba 14 años trabajando con él y dije que no hacía falta, que podíamos verlo a la vuelta, porque tenía vacaciones. Me dijeron que lo hiciera en vacaciones. Lo siguiente que recuerdo es estar en mi casa, muy nervioso, tomando pastillas”, explica. Esto es lo que recuerda. Lo que no recuerda, pero ha reconstruido, es que en ese lapso de memoria condujo hasta el médico con un ataque de pánico.
La anécdota, en si misma, puede parecer puntual, pero en su caso era lo habitual. “De vacaciones, mi familia se iba a la playa y yo me quedaba en el hotel, me han llamado en un tanatorio... He estado trabajando desde un glaciar americano donde estaba haciendo trecking y, para mi sorpresa, la cobertura era muy buena”, relata. Javier señala que, en su caso, responder era una opción: “En mi empresa puedes decir 'hasta aquí'”. Él lo dijo tras nueve meses fuertemente medicado tras ese ataque de pánico y ansiedad generalizada, en los que “ni siquiera podía acercarme a la oficina, tenía que rodear”. “Gano mucho menos, tengo jornada continuada, no trabajo por las tardes, caiga quien caiga, ni en un festivo, ni en vacaciones, ni en días de asuntos propios”, dice.
Las demandas laborales relacionadas con las tecnologías de la información y la comunicación son un riesgo psicosocial que las empresas están en la obligación de prevenir. Pero, con el auge de la conectividad y las nuevas formas de organización del trabajo y la extensión del teletrabajo, las fronteras son muchas veces difusas, provocando graves perjuicios para la salud. El Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo (INSST) ha publicado una nota técnica de prevención en la que alerta de las consecuencias del tecnoestrés, tanto para las propias personas trabajadoras como para las empresas.
Un coste en la salud física y mental
“Lo que tenemos claro es que (la no desconexión) tiene un coste en la salud mental. No solo baja el rendimiento y la concentración, sino que, a la larga, acaba produciendo ansiedad, depresión y neurosis”, explica el presidente de la Asociación Española de Especialistas en Medicina del Trabajo (AEEMT), Juan Carlos Rueda. Pero también hay un impacto físico. “Cuando estamos haciendo un trabajo continuo, en un entorno digital generalmente sedentario, hay implicaciones osteomusculares clarísimas, a nivel cardiovascular y, si el trabajo se realiza en el hogar, seguramente no haya condiciones de iluminación, postura o mobiliario adecuadas”, señala el doctor. La otra repercusión, apunta, es una pérdida de calidad y de tiempo de sueño, que produce “irritabilidad, cambios de humor, hormonales, etc.”
“Siempre había dormido bien, pero empecé a perder el sueño”, coincide Javier, que pasó a conciliar durante tres o cuatro horas cada noche. “No distingues lo que es importante de lo que no, te vuelves súper exigente con el resto, un monstruo... Cogía el coche y, como iba siempre al teléfono, aparecía en sitios a los que no iba sin saber cómo había llegado allí”, explica.
“La hiperconexion, la cantidad de estímulos que recibimos a tal velocidad y de tal variedad, es un reto para el que biológicamente no estamos preparados”, explica la vocal del Colegio de Psicología de Madrid y experta en psicología del trabajo, Isabel Aranda. “El tecnoestrés produce problemas físicos, como dolores de todo tipo, desde musculares hasta gastrointestinales o de cabeza, fatiga crónica, problemas de sueño, un incremento de enfermedades cardiovasculares y deterioro del sistema inmunológico y, a nivel mental, mayor propensión a caer en cuadros de ansiedad y depresión, que se traducen en bajas laborales. Además, hay un efecto importante en la autoestima y la seguridad de la persona, problemas para concentrarse, cambios de humor, irascibilidad y mayor conflictividad con los compañeros”, desarrolla.
El 60% trabaja fuera de su horario
Los doctores señalan que las empresas están obligadas a prevenir los riesgos en la salud de sus trabajadores y trabajadoras. Sin embargo, los datos muestran una dejadez de funciones evidente en este sentido. En 2022, un informe de la Organización Mundial de la Salud y la Organización Internacional del Trabajo ya pedía nuevas medidas para abordar los problemas de salud mental en el trabajo. Sin embargo, según la última encuesta de condiciones de trabajo, más del 60% de la población tiene que trabajar durante su supuesto tiempo libre para cumplir con las exigencias que le requiere la empresa. El 5,4% lo hace todos los días; el 13,4%, varias veces a la semana; y el 16,7%, varias veces al mes.
Lo que parecía bueno porque podías trabajar desde cualquier sitio se convirtió en estar trabajando 24 horas en lugar de conciliar
Y aquí entra en juego otro factor. “Si yo contesto un whatsapp de trabajo fuera de mi horario laboral, eso debería ficharse como tiempo trabajado”, señala el responsable de UGT, en relación a la normativa que obliga al registro real de la jornada laboral. “Las empresas quieren seguir aprovechando el trabajo gratuito que se produce por esta hiperactividad; precisamente, la misma razón que explica porque las patronales europeas no han querido alcanzar un acuerdo en esta materia. La tendencia española al abuso de las horas extraordinarias continúa y se acentúa cuando las trasladamos a las nuevas formas de trabajo relacionadas con las tecnologías digitales”, desarrolla Varela.
La Comisión Europea asumió en 2022 la elaboración de una directiva para regular el uso del teletrabajo, pero a finales del año pasado los empresarios se descolgaron de la negociación. “Los estudios sobre el teletrabajo ponen en evidencia algunas paradojas. Por un lado facilita la conciliación, pero también la puede complicar porque difumina la vida personal y familiar. Además, da más autonomía a las personas trabajadoras, pero también puede incrementar la vigilancia sobre ellas”, advierte Ginès i Fabrellas. “Pasamos de la Blackberry al 'smartphone', luego al 'teams'... y lo que parecía bueno porque podías trabajar desde cualquier sitio se convirtió en estar trabajando 24 horas en lugar de conciliar”, lamenta Javier.
Aunque España no está, ni mucho menos, a la cola en cuanto a desconexión digital, al menos en lo que a legislación se refiere, otros países del entorno han tomado la iniciativa. Como Portugal que, en 2021, prohibió comunicarse con los empleados fuera del horario laboral. Aquí, sin embargo, las empresas donde más difícil es garantizar este derecho es en las pymes y en esos sectores menos digitalizados. “Si el dueño es el jefe, estás vendido”, apunta Aranda, que señala que en los contextos laborales, un mensaje de este tipo siempre supone un “estrés añadido”.