Decenas de miles de empresas españolas han echado la persiana estos días, obligadas por un decreto que no permite más que la actividad mínima esencial. Muchos hacen cuentas sobre cómo sobrevivirán al futuro más inmediato, con el agujero que deja en la caja estar un mes entero cerrado. Hay empresas que saldrán ganando —los supermercados, algunas tecnológicas, farmacéuticas, funerarias y fabricantes de ataúdes— y otras que han optado, como han podido, por adaptar su negocio para salir adelante. Compartimos el relato en primera persona de dos de ellas.
“Los proveedores fallan. Es una aventura tener de todo todos los días”
Me llamo David Langa y hace ahora cinco años, en 2015, cogí un local en Sáinz de Baranda y monté una franquicia. Se llamaba Tates y eran hamburgueserías que estaban solo en Madrid. Durante cuatro años, mi franquicia fue la mejor de las trece que había. Lo conseguimos a base de trabajo, de hacer las cosas bien.
Hace un año, la marca se fue a pique. A nosotros nos iba bien, pero al desaparecer la marca los franquiciados tuvimos que buscarnos la vida. Unos cerraron, otros vendieron... Yo opté por meter algo de comida sana, pero seguir haciendo hamburguesas. Al fin y al cabo, era lo que sabíamos hacer. Llamamos al nuevo restaurante Eat Me.
Poco antes de eso, había abierto en la manzana de al lado un Goiko Grill. Y en la misma, un Burger King de 600 metros cuadrados. También abrió hace poco otra cadena de hamburguesas, Bentley's Burger. Eso lo cambió todo. Nuestro restaurante es independiente, miramos mucho los proveedores y el producto, que es mejor. Pero esto ya sabes cómo es: la gente va a lo que conoce.
El caso es que hemos tenido un año duro. Mi novia es de Noruega, pidió una excedencia para estudiar en Madrid y tiene que volver. El negocio no iba mal, pero tampoco daba la rentabilidad que esperaba. Pensé en traspasarlo e irme con ella.
Entonces llegó la crisis. Y la competencia cerró. Algunos independientes continúan. Pero las grandes, no me preguntes por qué, han cerrado. Burger King tiene algunos abiertos. McDonald's está cerrado. Y Goiko Grill, que el año pasado fue adquirido por un gran fondo y está machacando a mucho pequeño comercio, también. Con todos estos cerrados, la gente está confiando en nosotros y estamos funcionando muy bien. Lo que necesitábamos era darnos a conocer, porque no es fácil competir en este mercado.
El día que empezó todo y obligaron a cerrar a los restaurantes vi que se podía seguir vendiendo a domicilio. Reuní a la plantilla. Propuse continuar, hacer una reducción de horas y ver por dónde salía el sol o hacer un ERTE y cerrar. Pero les dije: creo que es una oportunidad para nosotros y que deberíamos continuar activos. Vamos a dar un servicio a la gente, que querrá darse un capricho algún día a la semana. Entre todos, decidimos continuar.
La gente sigue pidiendo. Es un fenómeno curioso. Yo decía: si todo el mundo está confinado, venderemos igual un lunes que un viernes. Qué más da, si no vas a ir a ningún lado. Pero se sigue pidiendo en viernes y sábados como si no hubiera un mañana. Entre semana ha subido, pero no tanto.
He contratado a un repartidor con moto propia y ahora estamos repartiendo tres: yo, él y otro compañero. Cuando aún éramos franquicia compré motos propias, porque me parecía ridículo trabajar con motos de alquiler. Y siempre hemos tenido repartidores propios, porque la diferencia es importante. Nosotros nos encargamos de que el producto llegue bien. He visto muchas veces a los repartidores de Glovo o Deliveroo, a cero grados en la calle, que dejan el pedido sobre la moto mientras fuman un cigarro. Tú haces tu comida perfectamente, pero no sabes cómo va a llegar. Vendemos por Uber Eats y Deliveroo, pero la comisión es leonina. Con Just Eat, si pones tú el repartidor, se queda en la mitad. Nuestro negocio está ahí y en nuestra web.
El problema están siendo los proveedores. La carne no nos ha fallado, pero otros sí. Todas las empresas han reducido personal. La poca gente que queda está trabajando el doble. En vez de repartir cada día, te reparten dos veces en semana e incluso te fallan. Hemos tenido que coger algún nuevo proveedor. Es una aventura tener de todo todos los días.
Sinceramente, no sé qué va a pasar cuando todo termine. Empresarialmente, está cambiando todo tan rápido. Hay tanta incertidumbre. Ni siquiera sabemos cuándo vamos a salir a la calle, ¿cómo vamos a saber qué pasará en tres meses? Mi opinión es que para nuestro sector esto será un azote tan fuerte que mucha gente no va a volver a abrir. En Madrid, el 'boom' de la restauración ha sido una locura. Veníamos de tener mucha competencia. Y con esto, al menos al principio, no va a haber mercado para todos. La única forma de sobrevivir será financiándose. Hay que tener pulmón.
“Hacemos nuestra propia guerra para ganar tiempo”
Yo soy Abel Ortiz Franco, CEO de la empresa Textil Ortiz. Es una empresa de Barcelona de segunda generación que fabrica y comercializa tejidos para interiores, tipo forro. Trabajamos desde el comercio local, la típica mercería de toda la vida, hasta la gran distribución europea y americana.
La idea vino el día 21 de marzo. En el colegio de los niños hay varios médicos. Me llamaron muy apurados porque no tenían material sanitario. El Gobierno lo había pedido a China y no llegaba. Me preguntaron si podía hacer algo, sobre todo batas. Lo que pudiese. Les dije que tenía un tejido con el que trabajo desde hace años para confecciones que hacen batas impermeables.
Yo tengo capacidad de fabricar mucho tejido. Pero como en España no queda prácticamente nada, todas esas confecciones, aun trabajando a máxima capacidad, no iban a ser capaces de suministrarlo. Ni en diez años.
El caso es que tengo el conocimiento de que miles de confecciones más pequeñas están paradas. Han hecho ERTEs. Sumo uno más uno... y el lunes por la mañana cojo y llamo a Prontomoda, un clúster. Me dijeron que estaban todos parados. Pregunté si les interesaba entrar en el proyecto. Nosotros les enviábamos el tejido con un patrón, ellos hacían el corte y la confección y se las enviábamos a quien las necesitase. Se animaron y empezaron a trabajar. Llamamos a Sanidad, a las Comunidades Autónomas, Ayuntamientos, centros de asistencia primaria, geriátricos... Hice cien llamadas diarias, no sé ni cómo tengo voz aún.
Poco a poco se fueron multiplicando los pedidos. Estos sitios nos explicaban que lo que llegaba de China era una birria. Mi bata no solo es de aquí, sino que es lavable y sostenible cien por cien. No nos acordamos, pero seguimos en crisis climática.
Cuando se saturó el clúster de Badalona, al lado de Barcelona, abrimos en Sabadell. Ahora otro en Granollers, con 7 u 8 empresas más. Lo hacemos cerca por proximidad, para ganar tiempo en transporte. Pero también tenemos en Madrid, Galicia, Andalucía, Valencia... Vamos abriendo por toda España para dar el máximo servicio, rescatando a gente que está en el paro. Mejor que gastemos dentro a que gastemos fuera.
En cuanto empezamos con esto enviamos el producto a un laboratorio, Itel Spain, para que nos lo certificase. Tenemos la normativa EN 13795 [trajes de aire limpio para personal sanitario]. Teóricamente puedo vender en todo el mundo menos en España, porque aquí hace falta que lo autorice la Asociación Española del Medicamento. Le hemos enviado todos los papeles, pero están saturados. Lo que se ha gestionado con el Gobierno y el Ministerio de Sanidad es una vía rápida para habilitar todo esto. Es algo puntual: en unos días nos contestarán y nos darán una autorización provisional.
Con normativa, que yo sepa, no hay nadie. Hay voluntad. También de hacer mascarillas. Seguramente cada semana irán saliendo homologaciones. Lo difícil es encontrar cajas de cartón, hilo de coser... Está todo el mundo cerrado. Lo hemos conseguido enviando pagos anticipados a estos proveedores, aunque hay gente que no ha aceptado.
Vamos haciendo nuestra guerra para ganar tiempo. Nos hemos puesto en contacto con Sanidad para ir coordinados. Están desbordados y todo va muy lento. Nos gustaría que fuesen más rápido. Ellos ahora permiten a Comunidades y hospitales agilizar estos trámites. Algunas consejerías centralizan el reparto, otros —centros, hospitales...—nos llaman directamente. Tenemos alrededor de un millón de batas por suministrar. Producimos 20.000 al día; la idea es llegar hasta las 50.000 en un par de semanas. Todo lo veo poco, porque no hay nada de material.
Hay unas 1.200 personas trabajando en esto. Tenemos material asegurado hasta septiembre. Pusimos un precio [entre 8 y 10 euros la bata] para poder salir al mercado y pagar a confeccionistas y proveedores. Realmente, no sé qué pasará. Pero me es igual. Esto es más una labor humanitaria.