Enric Tello: “Crecer a toda costa nos lleva al peor decrecimiento”
La serie de videoentrevistas Economía fuera del carril, coproducida por Alternativas económicas y elDiario.es con el apoyo del programa de Proyectos Singulares de la Generalitat de Catalunya, aborda en esta nueva entrega la economía ecológica de la mano de Enric Tello, uno de los referentes de esta tradición en España. Catedrático del Departamento de Historia Económica, Instituciones, Política y Economía Mundial de la Universidad de Barcelona, se jubila a finales de este curso académico tras haber consolidado un prestigioso núcleo de economía ecológica en la Facultad de Economía y Empresa de esta universidad, de referencia internacional.
Discípulo de Joan Martínez Alier, uno de los fundadores de la disciplina en España, Tello procede de la tradición del marxismo heterodoxo articulada alrededor de la revista Mientras Tanto, fundada en 1979 por los filósofos Manuel Sacristán y Giulia Adinolfi, que sigue editándose en versión digital. Lo que sigue es una versión editada de la conversación.
¿Qué es la economía ecológica?
Una disciplina científica que podríamos llamar híbrida porque traspasa fronteras y combina las enseñanzas de dos áreas: la ecología y la economía. El puente entre ambas nos permite responder a los problemas contemporáneos de la insostenibilidad a la que nos ha conducido la economía convencional.
¿Economía ecológica o ecologista?
El ecologismo se refiere al movimiento de denuncia y de transformación, mientras que la ecología es una disciplina científica. Hay relaciones entre ambas, claro, pero es importante distinguirlas para que quede claro que la economía ecológica es una disciplina científica.
¿Y en qué se distingue de las corrientes de la economía convencional que también se preocupan del medio ambiente?
En la corriente neoclásica, la economía ambiental viene a ser un intento de abrirse y considerar los problemas ambientales. El problema es que este enfoque, con el que la economía ecológica mantiene una discusión científica, intenta llevar al terreno del mercado y de la cuantificación coste-beneficio, en términos puramente monetarios, lo que ellos llaman externalidades. Es decir, consideran que la interacción entre el funcionamiento de la economía y el medio ambiente es una externalidad, lo que ya indica con claridad que para ellos es algo que está fuera.
¿Fuera de la economía?
Que la economía está fuera de la naturaleza y de la sociedad. Como si estuviera en un vacío mercantil, en una especie de campana de cristal, donde se ha extraído el aire de todo lo que tiene vida y solo quedan esos elementos abstractos de supuestos agentes que interactúan en un mercado perfecto para asignar los recursos de forma óptima de acuerdo con unos precios que surgen por oferta y demanda. Este es el universo mental de la economía convencional. Pero a estas alturas tienen que reconocer que fuera hay algo: las externalidades. Y entonces intentan internalizarlas contándolas en dinero, pero al estar fuera del mercado incurren en procedimientos discutibles.
¿Y cuál es el planteamiento alternativo de la economía ecológica?
Hace la operación conceptual contraria: empieza por subrayar que la economía funciona dentro de la sociedad, y ambas dentro de la naturaleza porque es el sostén que nos da vida, con sus materiales, energía… Sin esto, no existe ni sociedad ni economía. No es concebible, pues, que la economía deteriore la naturaleza: nos lleva a un camino insostenible. El Instituto de Resiliencia de Estocolmo ha mostrado que el crecimiento económico y la lógica del beneficio, que es el objetivo de la economía estándar, han provocado que se hayan superado ya nueve límites planetarios. El crecimiento infinito en una biosfera finita es una quimera y nos lo dicen los científicos. No es que hayamos superado solo los límites del clima, sino hasta nueve límites planetarios.
O sea: nuestros problemas van mucho más allá del cambio climático.
Evidentemente, y son anteriores. El deterioro de la biodiversidad de la que dependemos es enorme en servicios ecosistémicos clave, desde la polinización, sin la cual las plantas no pueden crecer, o la disrupción de los ciclos biogeoquímicos de los macronutrientes de los que se alimentan plantas y animales.
Estos límites son científicos. ¿Por qué no lo asume la economía convencional?
Aún piensa que el crecimiento económico puede seguir adelante. Reconoce que tenemos un problema con el cambio climático, pero que se resuelve pasando de combustibles fósiles a renovables. Como si cambiáramos la rueda del coche que se ha pinchado. Le ponemos la de recambio de las renovables y listo.
¿Y esto por qué esto no es posible?
No es suficiente. Claro que hay que hacer la transición a las renovables, pero no es suficiente. No salen los números.
¿Tampoco con la tecnología?
La innovación tecnológica es importantísima, pero los economistas convencionales, que viven en esa burbuja, dan por supuesto que siempre encontraremos una solución tecnológica. En realidad, en sus modelos es una externalidad, algo que cae del cielo. Lo dan por supuesto, pero no lo demuestran. Nosotros también trabajamos con las contabilidades convencionales, en dinero, pero relacionándolas con las biofísicas. En nuestros modelos se calcula en términos físicos, energéticos, biológicos, territoriales y, luego, se conecta con los flujos de dinero. Vemos cómo unos arrastran a los otros y ahí nos damos cuenta de que no es tan fácil eso de que ya se inventará algo. Desde luego, no podemos darlo por sentado y menos con tan poco tiempo: ¡ya hemos traspasado los límites planetarios!
¿En qué tipo de indicadores deberíamos fijarnos para saber si la economía va bien o mal respetando los límites?
Los indicadores son una de las grandes diferencias entre la economía convencional y la ecológica, que propone una visión alternativa de lo que es una buena economía y, por tanto, necesita otro tipo de indicadores, como las huellas ecológica, hídrica, de carbono, etc. Y como la clave está en los límites, está ganando interés el enfoque que llamamos donut, o rosquilla, una idea de la economista de la Universidad de Oxford Kate Raworth, que tiene en cuenta estos límites planetarios con una plasmación muy visual.
¿En qué consiste?
Hay dos círculos, uno hacia afuera con límites planetarios, y otro dentro, con indicadores sociales, de ahí la imagen de donut o rosquilla. Cuando vamos bien —no se superan los límites—, la sección se pinta de verde, mientras que si vamos mal, de rojo. Sería como concebir una casa con un suelo en el que todo el mundo tiene que estar y un techo que nadie tiene que traspasar: el espacio seguro y justo para que todo el mundo pueda vivir una vida digna sin superar límites planetarios. Esta foto, o espejo, permite ver cómo vamos y, a partir de ahí, ver qué podemos hacer para decrecer en impactos biofísicos y a la vez mejorar la calidad de vida de todos.
El modelo ‘rosquilla’ busca una vida digna para todos sin rebasar límites biofísicos
¿Existe algún país que tenga en verde ambas esferas?
Ninguno. Lo que suele observarse es una curva en la que los países que no superan los límites planetarios tienen un fundamento social inaceptable, y al revés. Y lo que es peor: en los últimos 30 años, muchos países estamos aumentando los impactos y la superación de límites planetarios sin mejora de los fundamentos sociales y, a veces, incluso empeorándolos por el aumento de la desigualdad. Con estos indicadores se observa que la solución no es el crecimiento económico.
¿El problema es el capitalismo?
Evidentemente. Necesitamos un cambio sistémico que pueda afrontar las enormes injusticias sociales y ambientales globales, con cambios de las formas de producir, consumir y habitar el planeta. Este cambio puede recibir diversos nombres, pero está claro es que el capitalismo no es la solución, sino el problema.
El capitalismo no es la solución, sino el problema
¿La vía para ello que propone la economía ecológica es el decrecimiento? Mucha gente asocia decrecer con empeorar: es difícil que esta bandera concite apoyos mayoritarios.
Lo importante es aclarar de qué estamos hablando. Si resulta que estamos superando determinados límites planetarios, pues habrá que decrecer estos impactos. Y existe una extraordinaria correlación estadística entre el crecimiento del PIB y todos estos impactos.
Pero entonces, más que enredarnos en debates sobre crecer o decrecer, ¿no habría que romper la vinculación entre economía y PIB como indicador central?
¡Sin duda! La economía ecológica hace años que discute la hegemonía del PIB y muchos economistas de la corriente principal asumen que es un mal indicador. Lo que hacemos nosotros es abrir la caja del PIB y buscar qué hay dentro.
¿Y en qué se fijan dentro de la caja?
Ahí están las tablas input-output, que permiten descomponer por sectores y fijarse en los flujos, que van desde la extracción de materiales hasta el consumo final de cada país o región, analizar las exportaciones e importaciones, y las las relaciones entre sectores. Por ejemplo, la agricultura produce, luego la industria alimentaria transforma y lo que no comemos deviene en residuo, que hay que seguir para ver si vuelve a la tierra o si contamina. Esta tabla se puede descomponer con los flujos de dinero de valor añadido y, por tanto, mirar quién se lo queda y entender por qué el crecimiento degrada el medio ambiente sin mejorar la vida de la gente. Las tablas se van enlazando: de los flujos de energía a las emisiones, los consumos de agua, la contaminación, la ocupación de suelo... y así sucesivamente.
¿Adónde nos lleva esta secuencia?
Nos permite establecer modelos y sistemas de cálculo, y con ello previsiones más razonables que en los modelos estándar, que solo cuentan dinero. Es cuando abrimos la caja del motor y vemos cómo funciona cuando nos damos cuenta de la necesidad de cambio sistémico. Y ahí habrá sectores que tienen que crecer mucho, como la agricultura ecológica. El PIB cuenta tanto los bienes como los males, lo cual es absurdo. No hay que quedarse atrapado ahí.
¿La economía convencional no está interesada en entrar dentro de la caja?
Veámoslo con el cambio climático. Tenemos un modelo, Medeas, que se ha hecho con un programa europeo que permite prever los impactos de la transición energética de forma interconectada. Y ahí vemos que las renovables aumentan mucho el consumo de materiales como el litio y otros, que son muy limitados y, además, exigen mucho consumo energético para extraerlos, procesarlos y con ellos hacer placas solares y coches eléctricos. Si hacemos los cálculos con este modelo, vemos que el crecimiento verde impulsado con políticas keynesianas que movilicen inversiones puede impulsar el PIB, pero choca con los límites biofísicos. Resultado: no cumplimos con el Acuerdo de París y el calentamiento global supera de mucho los dos grados.
La economía ecológica parece siempre portadora de pésimas noticias… ¿Hay alguna esperanza?
El propio modelo nos dice que hay una vía de salida: un decrecimiento suave a nivel global, pero bien planeado, con un cambio estructural e integrando todas las piezas, como la alimentación, con la agroecología, que enfría y regenera la tierra, cambios en la dieta, con menos consumo de carne, lo cual es, asimismo, bueno para la salud… Entonces, si cambias el sistema agroalimentario y si otros sectores industriales avanzan hacia modelos de ecología industrial circular, sí que salen los números. Es cierto que, además del llamado crecimiento verde y del cambio sistémico, hay un tercer escenario: no hacer nada. Pero esto sí que sería la peor noticia: el desastre. Los negacionistas climáticos, los que quieren crecer a toda costa, sí que nos llevan al peor decrecimiento.
La agroecología es clave para evitar el desastre climático
¿Por qué en hay tanta oposición en el campo a la transición verde?
En todos lados se dan pulsiones contradictorias: se quiere el crecimiento y que sea verde; el problema es que hay que elegir. En el caso de los agricultores, cuando analizamos las cadenas de producción y consumo, vemos que cada vez es más asimétrica: hay unas pocas grandes corporaciones vendiendo los inputs industriales, basados en combustibles fósiles —fertilizantes, pesticidas, tractores, etc.— cada vez más caros, y luego los grandes supermercados comprando cada vez más barato. Esto significa que de lo que paga el consumidor final, el valor añadido que les llega a los agricultores es cada vez más estrecho: ya no se ganan la vida y nos estamos quedando sin campesinos.
¿Pero con este esquema, por qué se dirige el malestar contra los ecologistas?
Ahí tiene mucho que ver el engranaje de la deuda: muchos tienen el patrimonio familiar comprometido con inversiones industriales y tratan de salir a flote como pueden. Es una rueda de la que es difícil salir. Pero si logras reconvertirte hacia la agricultura ecológica, rápidamente notas mejoras: te liberas de la dependencia de los inputs externos costosos, recuperas el control sobre qué hay que producir y conectas con canales de distribución más cortos, que buscan un consumidor más consciente que paga mejor, con lo que se recibe una parte mayor del valor añadido produciendo menos cantidad por unidad de suelo. Esto no es una teoría: es lo que dicen ya los estudios.
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