Imagine un videojuego. La actividad comienza incluso antes de llegar a la parrilla de salida. Los mandos le dan el poder de elegir participantes y ponerles retos para que lleguen al punto de partida. Una vez allí, tiene en manos la elección del escenario que desee y que va a dibujar las dificultades de los participantes para alcanzar la meta. Las reglas permiten definir qué dificultades debe sortear cada uno, que no tienen por qué ser las mismas. ¿El objetivo? Exponer a los competidores a situaciones límite y prepararles para superarlas.
Trasladado al mundo de la economía, algo similar es lo que está haciendo el Banco Central Europeo (BCE) con los test de estrés a los 130 bancos más importantes de la zona euro (16 de ellos españoles), cuyos resultados se publican este domingo. Estas entidades, que van a ser directamente supervisadas por Frankfurt a partir del 4 de noviembre, representan el 85% de los activos financieros de la zona euro. Las pruebas buscan asegurar que tienen suficiente músculo para aguantar problemas similares a los que, en el pasado, generaron la debacle financiera mundial.
Volviendo al símil, la primera partida del juego es lo que podría denominarse fase de evaluación a los participantes. Técnicamente este proceso se denomina Revisión de Calidad de los Activos, AQR en sus siglas en inglés. Partiendo de los balances cerrados a finales de 2013, los bancos han tenido que presentar gran parte de su información financiera al BCE: activos, deuda, inversiones de todo tipo. El objetivo de este estudio es ganar credibilidad frente al anterior, realizado por Bruselas en 2011 y que resultó ser todo un fiasco. Aprobaron incluso bancos que poco tiempo después tuvieron que ser rescatados, como Bankia. Aun así, el BCE no lo tiene fácil.
Los mercados son muy escépticos ante estas pruebas. Gestores y analistas siempre han dudado de ellas, debido a que consideran que tanto el diseño como el resultado están manipulados políticamente. A su favor, los tejemanejes de países como Alemania y Francia, que han conseguido que algunas de sus entidades más problemáticas, como las cajas de ahorro germanas, ni siquiera participen en el juego. “Más allá de eso, es complicado que un auditor externo a los grandes bancos sea capaz de verificar con exactitud qué es lo que ocurre en sus cuentas. Hay entidades españolas con 700 y 400 subsidiarias y extranjeras con muchas más”, advierte Luis Benguerel, analista de GPM.
Pero, como él, en esta ocasión, el resto de gestores de mercado no parecen estar muy preocupados ante el resultado del examen. “No hay posiciones cortas especulativas, ni siquiera grandes ventas. Solo algunos movimientos de venta de bancos pequeños para posicionarse en los grandes, que todo el mundo sabe que van a pasar los test”, comenta Juan Carlos Montero, de Capital Bolsa.
Desde el punto de vista financiero, este análisis de los balances bancarios es el más importante. Entre otras cosas, porque es el que maneja una situación real: el estado actual de las entidades.
Un juego con consecuencias reales
Un juego con consecuencias realesA partir de aquí todo es teoría, o juego si seguimos con nuestro ejemplo. Los expertos del BCE se han encargado de dibujar los escenarios ficticios en los que los bancos participantes deben demostrar su solvencia. Según las bases de esta particular competición, eso pasa por alcanzar un 8% en el volumen de capital de máxima calidad (Tier 1, que dicen los anglosajones) para absorber las pérdidas que pudieran producirse en el caso de que las cosas se pusieran tan feas como describe el escenario base, y el 5,5% en el caso de un escenario estresado, mucho más negativo.
El siguiente reto es abordar este último escenario. Desde Frankfurt definen unas condiciones extremas para la economía mundial hasta 2016. El equipo liderado por Mario Draghi modifica todo, desde el ratio de morosidad o los tipos de interés, hasta que se pueda paralizar, de nuevo, el mercado interbancario o que ocurra un pánico bancario o bank run (que los clientes de la banca saquen masivamente sus ahorros).
Además, cada país tiene un campo de juego propio. Para España, por ejemplo, el escenario estresado contempla una caída del PIB de hasta el 1% en 2015, y un crecimiento de sólo el 0,1% en 2016. El banco de los bancos europeos analiza hasta el más mínimo detalle de las cuentas de las entidades. Si tendrían pérdidas o beneficios, cómo queda la composición de su capital, qué riesgo implican sus titulizaciones, la deuda soberana que tienen en cartera o el impago de los créditos que tienen concedidos.
Aunque, en principio, estaba previsto que todo esto debía hacerse en base a los datos del cierre de 2013, el BCE ha permitido algún ajuste posterior. Por ejemplo, acepta las ampliaciones de capital realizadas por algunos bancos durante 2014. Al mismo tiempo, también ha obligado a todos a actualizar la tasación de sus activos inmobiliarios, y ha introducido una penalización para la deuda soberana. Esta decisión es fruto de las presiones de los políticos centroeuropeos que perjudica especialmente a los bancos españoles, por ejemplo.
A ello se suman otras modificaciones de carácter más técnico, que ponen a los 16 bancos españoles en ligera desventaja frente a sus competidores europeos. Pero ni en esas circunstancias los expertos esperan suspensos para las entidades españolas.
Los que no fueron capaces de gestionar la crisis
“Estamos ante una situación en la que los mismos señores que no fueron capaces de gestionar la crisis, se inventan las condiciones de otra nueva y, lo que es peor, la diseñan en función de los intereses políticos de cada país. Esto no tiene ningún sentido. Sobre todo, porque de este ejercicio teórico se derivan consecuencias reales que pueden afectar, sin necesidad, a los accionistas”, asegura un experto financiero que prefiere no ser identificado.
En su opinión, este problema responde a un error de base, “hacer públicos los resultados de una herramienta que sólo debería manejar el supervisor”. Si nadie conociera los resultados, asegura, sería posible que el BCE dijera a determinados bancos alemanes las debilidades que tienen para intentar corregirlas.
Pero como los resultados son públicos, los políticos de cada país no están dispuestos a sufrir ciertos escarnios. “Han presionado cada uno a su favor, incluso diseñando una situación de estrés distinta en cada país. La veracidad del resultado no es demasiado convincente”, comenta.
Este viernes, a unas pocas horas para conocer las notas finales, los últimos rumores, publicados por la agencia Bloomberg, apuntaban que 25 entidades suspenderán el examen, italianos e irlandeses entre otros.
Unos suspensos que casi son imprescindibles en aras de la mencionada credibilidad. “El juego es tan perverso que el resultado debe estar forzado para que ni todos aprueben, ni todos suspendan”, asegura otro experto en banca.
En cualquier caso, el juego no termina con los resultados del domingo. Aquellos que suspendan tendrán que asumir las consecuencias en la vida real. Un estresante rally final, para el que solo tienen de plazo 15 días. Durante ese período deberán presentar la estrategia con la que van a superar sus problemas. Su plan de acción no podrá durar más de seis meses, si han incumplido los objetivos del escenario base. Se ampliará a nueve meses si los problemas se presentan sólo en el escenario estresado.