España puede caer el triple de lo previsto este año, lo que dejaría las cuentas del Estado aún más en entredicho. El Fondo Monetario Internacional dice que la situación pinta entre mal y peor, con un año más de recesión en la Unión Europea y un grave riesgo de contagio en el corazón de Europa. Las cifras de empleo, ventas de coches en países como Alemania, o cualquier otro dato relacionado con la coyuntura son infames. Y con este caldo de cultivo el rosario de empresas quebradas y con problemas en España, pero también en el resto de los países desarrollados, se dispara.
Frente a este escenario en el que de cara al público se desarrolla un nuevo capítulo de la historia interminable de la recesión, las bolsas se dispararon el martes, la prima de riesgo (el diferencial que mide el precio del bono español a diez años con el alemán), se desplomó y la deuda española tocó niveles históricamente bajos. ¿Qué saben los mercados que no sabe el resto?
Lo que anticipan los inversores en las bolsas aún no se puede leer en los titulares de la prensa. Son intuiciones más o menos claras, más o menos ciertas y basadas en mensajes encriptadaos, de lo que va a suceder en las próximas semanas. Y lo que los mercados anticipan es que va a comenzar una nueva etapa de iniciativas expansivas, probablemente mucho más tibias que las que siguieron al estallido de la burbuja en 2008 pero, en cualquier caso, liberadoras para unas economías asfixiadas.
La cumbre entre el FMI y el Banco Mundial en Washington el pasado fin de semana ha marcado un punto de inflexión. Las catastróficas previsiones de los hombres de negro vinieron acompañadas de mensajes proclamando la necesidad de atenuar la austeridad en Europa. La mayor parte de las intervenciones de los principales ejecutivos del organismo fueron un complicado ejercicio de equilibrismo, lo que viene a ser sorber y soplar la disciplina fiscal a la vez. Por un lado, el mensaje oficial sigue siendo el de atar en corto el déficit y la deuda pero, por otro, el de reconocer que la cosa en Europa no marcha y que es necesario tomarse los ajustes con más tranquilidad para poder atisbar una recuperación en el plazo medio.
Los cambios de Bruselas
La respuesta ha sido más o menos inmediata. Bruselas está barajando una prórroga de dos años para que España llegue a tener el déficit en el 3%, segun publicó El País, lo que significaría relajar de forma drástica los ajustes. Tanto es así que si el objetivo de la UE para el déficit español de 2013 era hasta ahora bajarlo a un 4,5% (desde el 7% que considera Bruselas, sin incluir las ayudas a la banca), se podría dejar en un 6% o incluso algo por encima. La confirmación de que esto puede ser así no llegará hasta que el Gobierno presente su plan de reformas (o recortes) este viernes. En ellas se presentarán también las nuevas previsiones macroeconómicas y a posteriori, la bendición de Bruselas a alargar los objetivos en el tiempo.
Este debate sobre si la austeridad está matando a Europa ha estado amplificado gracias a que ha coincidido en el tiempo con la caída de un mito de la austeridad: la teoría de los economistas estadounidenses Reinhart y Rogoff de que el crecimiento se reduce a partir de un nivel de deuda equivalente al 90% del PIB se basaba en datos equivocados. El polémico estudio de esta pareja fue utilizado de forma reiterada por la Comisión Europea y por los defensores de la austeridad para resaltar los beneficios de los recortes.
Con teoría económica o sin ella detrás, el propio presidente de la Comisión Europea, Durao Barroso, daba a entender a principios de esta semana que el techo de la austeridad ya se ha tocado en Europa, aunque la Comisión Europea trató de tamizar sus palabras.
El mensaje que llega de Japón
El cambio de actitud del FMI frente a las políticas draconianas de austeridad se vio también realzado por el encuentro paralelo que mantuvieron los miembros del G-20, en el que aplaudieron la recién estrenada política expansiva de Japón. El cambio de rumbo del Banco Central de Japón, un golpe de timón que a priori parece muy lejano, ha tenido ya efectos que se han percibido en los mercados de todo el mundo.
La política expansiva japonesa, que básicamente consiste en dar al botón de imprimir yenes para conseguir inflación, podría haber sido interpretada por sus socios del G-20 como un paso hacia la guerra de divisas. Al fin y al cabo, uno de los primeros efectos de inundar el mercado de dinero es que este pierde valor frente a las otras divisas, como de hecho ya ha sucedio. Pero, sorprendetemente, este club de grandes economías aplaudieron la iniciativa japonesa y vinieron a decir, implícitamente, “queremos más”.
La pelota recae así en el tejado del vetusto edificio de Fráncfort donde se levanta la sede del Banco Central Europeo (BCE). La institución ya apenas tiene margen de actuación y los mercados creen que esta vez sí que se decidirá a bajar tipos en su próxima reunión del 2 de mayo. Hasta ahora, literalmente, cuando Mario Draghi, su presidente, hablaba, subía el pan. Pero sus palabras sobre determinación al actuar ya no tienen valor, al haberse desgastado con el efecto “que viene el lobo”.
Aunque el precio del dinero en la zona del euro está en un bajísimo 0,75%, los mercados quieren que el BCE se apunte a la política monetaria del otro lado del Atlántico donde la Reserva Federal no solo imprime dinero sino que además se ha comprometido a dejar los tipos de interés en 0% el tiempo que sea necesario hasta que se recupere el empleo.
Ganas de comprar
En todos estos mensajes entrelíneas y guiños del mercado se cuela un elemento fundamental: las ganas de comprar. El mercado ya se ha cansado de su estado de depresión permanente. De hecho, el año se inició con muy buenos resultados, que se desinflaron conforme se iban dando a conocer las malas noticias en la economía internacional y sobre todo, tras el catastrófico rescate de Chipre. Pero el ciclo de la recesión en las bolsas ya tiende a su fin, con unos inversores cansados de esconder el dinero en ocurrencias bursátiles (Bitcoin, oro...) que se desmoronan de un día para otro.
Pero, cuidado, la subida de las bolsas es un indicador adelantado que no siempre acierta y, en especial, no de forma inmediata. Sus buenos augurios pueden tardar meses en materializarse en la economía real. O no llegar nunca.