El FMI exige más agresividad a los bancos centrales para frenar la inflación aunque provoque recesión y desempleo
La prescripción acordada por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los banqueros centrales para combatir las subidas de precios es incidir en el giro hacia la ortodoxia monetaria, caiga quien caiga. Gita Gopinath, la número dos del organismo, pidió este viernes a los 'señores del dinero', quienes deciden las políticas monetarias, convocados por la Reserva Federal de Kansas en el parque natural de Jackson Hole (EEUU) “medidas más agresivas, incluso si eso significa un fuerte enfriamiento de la economía y un aumento del desempleo, si la inflación resulta inesperadamente persistente”.
“Los bancos centrales deberían indicar que mantendrán el rumbo y una política estricta mientras la inflación se mantenga alta”, remarcó la economista del FMI, en una llamada a la receta clásica de la política monetaria, que establece que aumentar los tipos de interés oficiales (endurecer el acceso a la financiación encareciendo los préstamos y las hipotecas) es una de las maneras más contundentes de dejar de alimentar las subidas de precios.
Esta política, de la que en Estados Unidos es responsable la Reserva Federal (Fed) y en la eurozona el Banco Central Europeo (BCE), persigue frenar la actividad económica, entorpeciendo la inversión de las empresas y el consumo, así como la capacidad de gasto de los estados, con el objetivo de contener así los precios, y asume el riesgo de provocar o acelerar una caída en recesión. Sobre todo, en una crisis de inflación con origen en la energía, como ocurre en Europa, que depende principalmente de un factor geopolítico como es la invasión rusa de Ucrania. Es decir, que podría no responder ni ha respondido (de momento) a un endurecimiento de las condiciones de financiación.
“No podemos tener un crecimiento económico sostenido en el futuro sin restablecer la estabilidad de precios”, argumentó Gita Gopinath en la cita anual de banqueros centrales, académicos y ministros de finanzas de distintos países en Jackson Hole. Este encuentro veraniego comenzó a tomar importancia en los años de la heterodoxia, de la expansión monetaria (en definitiva, del dinero barato) para favorecer la salida de la Gran Crisis Financiera, que se intensificó ante el histórico shock de la COVID.
Entonces, “había poca sensación de que la inflación pudiera aumentar de manera persistente y sustancialmente por encima del objetivo [alrededor del 2% de inflación a medio plazo]”, recordó la propia economista del FMI. La salida de la pandemia y la guerra en Ucrania lo han cambiado todo.
“Hay buenas razones para preocuparse de que la pandemia y la guerra puedan conducir a una era en la que los shocks de oferta [como los problemas en las cadenas de suministro globales sufridas desde 2020 o los cierres en la industria por el elevado coste de la energía en los últimos meses] sean mayores y en la que las expectativas de inflación estén menos ancladas”, señaló Gita Gopinath.
La Fed de Jerome Powell comenzó a subir los tipos de interés de referencia en marzo, primero 25 puntos básicos desde el 0%. Después, 50 puntos más en mayo, otros 75 enteros en junio, hasta el 1,5%. Y otro incremento igual en julio, hasta el 2,25%. En la eurozona, el ciclo va mucho más retrasado. El BCE inició los aumentos el mes pasado, sorprendiendo con 50 puntos básicos de golpe, desde el 0%, tras finalizar los programas de compras de deuda de estados y empresas con los que ha garantizado unas condiciones a extraordinarias de financiación en los últimos años.
“La guerra contra la inflación puede ser dolorosa”
“Seguiremos [con las subidas de tipos] hasta que el trabajo esté hecho”, afirmó Powell, quien abrió el encuentro de Jackson Hole admitiendo que esta “guerra contra la inflación puede ser algo dolorosa para las familias y las empresas”.
Un aviso que ya había hecho anteriormente. Y que confirma que, en línea con el FMI, mantendrá un agresivo ritmo de subida de los tipos de interés para hacer frente a una crisis que considera que en Estados Unidos se ha generado en la demanda, por el aumento del consumo como consecuencia de la recuperación tras la pandemia y los estímulos.
Es un punto de partida diferente al de la eurozona, donde el origen de la inflación desbocada está en la energía, lo que para algunos expertos pone en duda que sirva la misma receta. “No tiene ningún sentido. ¿Cómo resuelve una subida [de los tipos de interés] el problema geopolítico del conflicto ucraniano? ¿Cómo consigue que baje el petróleo?”, se preguntaba recientemente el economista Stuart Medina Miltimore. La cuestión es que el BCE puede actuar sobre la demanda, pero no sobre la oferta (en este caso de materias primas industriales, minerales, petróleo o gas).
“Reunión a reunión”
“Meeting-by-meeting” (reunión a reunión, en inglés) para surfear meses de extrema incertidumbre. Con esa expresión de reminiscencias deportivas resumió el BCE, por su parte, su hoja de ruta para los próximos meses en las actas de la reunión de julio, que se publicaron esta misma semana. De esta manera muestra también que el equilibrio que debe atender dista mucho de la mayor homogeneidad que gobierna la Fed.
Tanto, como para que la presidenta de la institución, Christine Lagarde, se haya abstenido de asistir a Jackson Hole, dejando que la representación de la eurozona la hayan asumido este sábado François Villeroy De Galhau, gobernador del Banco de Francia, y Isabel Schnabel, la cuota alemana del comité ejecutivo.
El BCE tiene que pensar en no ahogar a los países más sobreendeudados y menos disciplinados fiscalmente, entre ellos Italia y España, incluso mantiene herramientas para evitar que se encarezca mucho más su coste de financiación respecto a Alemania o Países Bajos (aquí se explican).
Sin ir más lejos, el jueves, la subgobernadora del Banco de Francia, Sylvie Goulard y su homóloga en España, Margarita Delgado, afirmaron que “se debería combatir la inflación sin generar una recesión”. Las actas del BCE también desvelaron que algunos miembros de la mesa de decisión, en la que están los miembros del comité ejecutivo y los gobernadores de cada país de la eurozona, que hubo debate sobre si era más conveniente realizar una primera subida de solo 25 puntos básicos ante la amenaza de una contracción de la actividad económica, con el riesgo latente de un corte del suministro de gas. Y con síntomas ya de un frenazo de la economía, sobre todo en Alemania.
Goulard y Delgado se encontraron en los IV Cursos Europeos de Verano, organizados en Pamplona por la Fundación Diario de Navarra y Equipo Europa, y admitieron que las principales diferencias entre la situación actual y la de los años 70 y 80 respecto a la inflación es que “hoy día esa inflación no se ha trasladado a los salarios”, aunque advirtieron que “tenemos que apretarnos el cinturón” para combatirla.
Subidas de las hipotecas y los préstamos
En el informe que el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, presentó en junio a la comisión de economía del Congreso de los Diputados, incluyó un cálculo preocupante. Según la institución, un incremento de entre 100 y 300 puntos básicos en el coste de las hipotecas o préstamos elevará la carga financiera de las familias endeudadas más pobres a cerca del 35% de su renta disponible. El propio Banco de España avisa, junto a esta previsión, que este esfuerzo se considera “elevado” cuando alcanza el 40%.
Los alquileres ya vienen sobrepasando ese “límite” a la carga financiera que deberían afrontar los hogares. Una amenaza que ahora se extiende a las hipotecas, tras años de tipos de interés en mínimos históricos, y sobre la que se conocen amargamente sus consecuencias: impagos, desahucios...
El mismo cálculo del Banco de España muestra que, en el peor escenario contemplado, una subida de tres puntos de los tipos de interés, esta carga apenas aumentará al 3% de la renta disponible de las familias más ricas.
De nuevo, los más pobres sufrirán las principales consecuencias de la subida de los tipos de interés. Así, distintas voces críticas piden un replanteamiento de la estrategia del BCE para combatir la actual crisis de inflación, que también está reservando su mayor golpe a las rentas más bajas, que dedican mayor parte de su presupuesto a la energía y a la alimentación –hasta un 25% de los ingresos totales del 25% de los hogares más pobres–, que es precisamente lo que más ha subido en los últimos meses.
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