En la semana en que The Economist colocó en portada a los dirigentes de la UE caminando decididos hacia el borde del precipicio, la eurozona decidió interrumpir su loca carrera hacia el vacío. La Comisión dio más tiempo a varios países para que alcancen sus (imposibles) objetivos de déficit y reunió unos cuantos miles de millones de euros para afrontar el drama del paro juvenil ante el que ahora todos dicen mostrarse horrorizados.
El presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, no escondió el miércoles su escepticismo en un encuentro con periodistas españoles. Han sido dos años perdidos, dijo, sin ninguna reacción oficial ante las crecientes cifras de desempleo. Y de repente, “los mismos que negaban el problema dicen tener ahora la solución”.
Schulz, socialdemócrata alemán, sonaba entre enfurecido y desesperado, pero no perdió las formas. No iba a romper las lógicas promesas de confidencialidad de los contactos entre autoridades. Si le preguntan qué le han comentado las autoridades españolas en estos dos años cuando ha sacado el asunto del paro juvenil, se refugia en la discreción: “No acuso a ningún Gobierno en concreto, Rajoy o quien sea. Sé lo que decían en las reuniones del Consejo, pero como no estaba allí no puedo comentarlo en público”.
La primera ayuda de la que se ha hablado: 6.000 millones que se gastarán a lo largo de siete años en una unión de 27 países. No es necesario hacer la cuenta para comprobar cuánto corresponde en teoría a cada país. La posibilidad de que se utilice más dinero procedente de los fondos de cohesión y que han quedado libres en este ejercicio –porque los países que pueden reclamarlos no tienen para poner su parte– empuja al eurodiputado del PP Pablo Zalba a mostrarse casi eufórico: “Algo se está moviendo”, dice en varias ocasiones. Lo mismo su compañero de partido, Antonio López-Istúriz: “Ahora mismo hay un nivel de concienciación enorme sobre el problema del paro juvenil”.
Está claro que ese no es el mensaje que recibía Schulz en sus contactos con los gobiernos de la UE. Quizá sus opiniones no eran muy bien recibidas en Berlín o Madrid: “¿Cómo es posible que los bancos españoles reciban dinero prestado al 0,5% del BCE y no lo utilicen para invertir en la economía, y sí para especular en los mercados? ¿Por qué no se debate eso?”. En el país de Bankia las prioridades del Gobierno y del Banco de España han sido otras.
La juventud o los bancos
Schulz está en el campo de los idealistas, los que consideran, según confesión propia, a la juventud “más relevante para el sistema que los bancos”. Al otro lado están los que creen que si no es posible encontrar empleos para los jóvenes, lo mejor que se puede hacer con ellos es exportarlos. Alemania obtiene la mano de obra cualificada que necesita y España maquilla sus cifras de paro. Con respecto a lo que ocurrirá en el futuro a causa de esta pérdida de la gente joven más válida o con mejores conocimientos, el resultado no puede ser muy positivo.
La realidad es que la Unión Europea nunca ha estado tan dividida. No es que los países discrepen en el camino que hay que tomar para alcanzar un determinado objetivo –lo que no sería inédito ni ilógico–, sino que tampoco están de acuerdo en el final del proceso. Esta familia disfuncional que es la eurozona tiene tan pocas cosas en común en los asuntos más trascendentales que no es raro que necesite varias cumbres para obtener un acuerdo.
Tomemos por ejemplo el caso de Guy Verhofstadt, actual líder de los liberales en el Parlamento Europeo, el tercer grupo de la Cámara. Simpático y extrovertido, Verhofstadt no es de los que están sorprendidos por la crisis permanente de la eurozona. Era inevitable: “La unión monetaria no es sostenible sin una unión fiscal, bancaria y política. Es imposible, pero eso es justamente lo que hicimos” (en el año 2000). ¿Hicimos? Sí, Verhofstadt –primer ministro belga durante ocho años– fue uno de los líderes europeos que iniciaron esa edad dorada con el nacimiento del euro, ahora teñida de negro.
¿En qué demonios estaban pensando entonces cuando inauguraron el euro sin la estructura fiscal y política necesaria?, le preguntó eldiario.es hace unos días. Está claro que no es la primera vez que le plantean esto a Verhofstadt, y tampoco es la primera ocasión en que él recuerda que en 2005 –antes de la crisis y cuando aún era jefe de Gobierno– publicó un libro con el revelador título “Los Estados Unidos de Europa”. El nombre lo dice todo. Su enfoque es radicalmente federalista.
¿Y cómo encajaron las ideas del libro sus colegas de otros gobiernos europeos? “Me decían: ¿estás loco? Lo recibieron muy mal. Decían que la moneda común llevaría espontáneamente a la Unión a las etapas siguientes. Y lo que ha ocurrido es que en vez de converger en política económica, nos estamos alejando. Lo que tuvimos fue la estrategia Lisboa, llena de bellas palabras en inglés sobre objetivos y convergencias que no significan nada en el mundo real”.
Lo que dice Alemania
Nada ocurre espontáneamente en política, en especial si los protagonistas discrepan radicalmente de la meta. Rajoy no hace más que insistir en que hay caminar ya hacia la unión fiscal y bancaria (y así que alguien de fuera solucione los problemas de los bancos españoles). Desde Alemania, llega el mensaje opuesto: nada de pasos acelerados antes de una reforma estructural de más calado cuya fecha de finalización es una incógnita. El eurodiputado de CiU Ramon Tremosa lo dice con una sonrisa: “Te puede gustar o no lo que diga Alemania, pero no miente, es previsible. Cuando le preguntan sobre la unión fiscal, Schäuble (ministro alemán de Hacienda) siempre dice lo mismo: capacidad de interferir en los presupuestos nacionales. Y en el sur (de Europa) unos días se dice una cosa y otros días, otra”.
Ni siquiera las palabras significan lo mismo en cada zona de Europa. “Para los europeos del norte”, continúa Tremosa, “cuando oyen 'más Europa', lo que están escuchando es 'más dinero'. Y no, no va a haber más dinero”.
Quizá haya más dinero, además de la limosna de ahora contra el paro juvenil, pero vendrá con un manual de instrucciones. Hay gente que no sabe gastarse el dinero de la forma apropiada. Donde Alemania tiene puesta la mirada más amenazante no es tanto en España, como en Francia. La derecha alemana está convencida de que París regenta una economía esclerotizada y llena de privilegios que sus habitantes no se merecen. Lo dijo esta semana el comisario europeo de Energía, Günther Oettinger: Francia “no está preparada para las medidas necesarias”, debería hacer una reforma de las pensiones “que en la práctica supone un recorte de esas pensiones” y un aumento de la edad de jubilación, el número de funcionarios debe ser reducido y el país ofrece “muy poca innovación”.
¿Un giro alemán?
Es cierto que en las últimas semanas, Berlín ha dado muestras de empezar a ser consciente del impacto que tendrá en las próximas décadas el alto porcentaje de paro juvenil en el sur de Europa. Ya no es tan fácil echar la culpa a los sospechosos habituales (la depresión económica que sufre Grecia o la dualidad del mercado laboral español) cuando por ejemplo Italia cuenta desde abril con un paro juvenil del 40%.
Hay algunas ideas interesantes, como que el banco público alemán Kfw preste directamente al ICO español para que este conceda créditos de bajo interés a las empresas que contraten jóvenes. La idea necesita del apoyo del Parlamento, y por tanto de los liberales, socios de los democristianos en el Gobierno. Lo que es relevante es que en una carta dirigida al ministro de Economía, el liberal Philipp Rösler, Schäuble dio un ejemplo que, en vez de estar ligado a la inevitable austeridad, se refería a la recuperación económica de la antigua Alemania del Este tras la reunificación: “Creo que la situación en algunos países de la UE es ciertamente comparable a la de Alemania en esa época”.
Si alguien cree que eso suena humillante, que piense en lo que significa un paro juvenil del 57%.