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El G20 da un golpe de efecto para reforzar su estatus de gobierno mundial

La reciente cumbre del G20 en la ciudad indonesia de Bali ha hecho resurgir de sus cenizas al foro la crisis financiera de 2008 que llevó a gobernar el tablero de ajedrez internacional. Este grupo de países renace en detrimento de otros clubs, más selectos y elitistas, que pusieron en práctica los recetarios ideados por consenso de Washington, revestidos de oficialidad por el G7 y el FMI, y dejaron un reguero de daños socio-económicos bajo el principio de la austeridad que aún sufren varias economías. Ya ha pasado a mejor vida el trueque entre ajustes fiscales draconianos a cambio de inyecciones de financiación preferentes concedidas por el Fondo como prestamista global marcaron las discusiones multilaterales en una las últimas turbulencias financieras: desde el efecto tequila mexicano de 1996 hasta el tsunami financiero provocado por la quiebra de Lehman Brothers.

El mundo ha cambiado substancialmente desde entonces: guerras comerciales desatadas desde la Casa Blanca de Donald Trump, la Gran Pandemia, la escalada de precios energéticos, la espiral inflacionista, el final del ciclo de negocios post-Covid, la guerra de Ucrania, riesgos de decoupling y de desglobalización, una China en reconversión económica, política y doctrinal y el alto voltaje geopolítico que se emite desde el Kremlin... Una conjunción que ha alterado el frágil equilibrio global y modificado las pautas de comportamiento. Para empezar, ante una crisis económica se responde con una gestión más condescendiente con el gasto social, más favorable al reforzamiento de los sistemas sanitarios al tiempo que más crítico contra las rebajas fiscales a las clases más pudientes y favorable a incrementar la presión fiscal a las energéticas.

Roto el consenso de Washington por el viraje de ciertas instituciones multilaterales que parecen haberse liberado las ataduras de un Tesoro americano, aunque los tiempos parezcan más inciertos, ha reaparecido el G20 para ocupar el vacío de poder. Así lo manifiesta en un reciente análisis en Foreign Policy, Adam Tooze, profesor de Historia y director del Instituto Europeo en la Universidad de Columbia, que califica la cumbre como “una muestra inesperada de fuerza” en la que “demostró que es nuestro gobierno mundial”. Todo ello en una reunión que no contó con la participación de Vladimir Putin, bajo la sombra de la fragmentación de bloques por la Guerra Fría geopolítica y económico-comercial entre la alianza estratégica de China y Rusia frente a EEUU y sus aliados occidentales y anglosajones.

Retazos de incipientes consensos globales

La presencia del jefe de la diplomacia rusa, Sergey Lavrov, en Bali resultó esencial en la resolución rápida de la crisis de los misiles de Polonia. Lo mismo que la labor del presidente indonesio Joko Widodo a la hora de templar gaitas mientras el presidente de EEUU, Joe Biden, aclaraba el altercado. Del encuentro distendido entre los jefes de Estado americano y chino surgieron las primeras rencillas entre Xi Jinping y Putin por la contienda bélica en Ucrania.

No fueron las únicas noticias reveladoras. En el seno del G20 se fraguó también el principio de acuerdo de la COP27 de corresponsabilidad financiera y traslado de recursos desde las potencias de rentas altas a los países en desarrollo, largamente aparcado durante más de una década. Además se ratificó el enésimo compromiso de avanzar hacia un calentamiento de 1,5 grados centígrados, en sintonía con la recomendación más ambiciosa de la ciencia. La mano invisible de Yakarta, erigida en esta ocasión en la voz emergente, también apareció en los primeros esbozos de planes con fondos multilaterales para asegurar el abastecimiento de alimentos.

“El G20 desafió las expectativas en Bali”, enfatiza Tooze, porque, entre otras cosas, “no hubo la esperada confrontación entre Xi y Biden”, ni el espectro de Putin “merodeó por la cumbre”, ni la guerra de Ucrania “monopolizó ni tensionó la cita”, a pesar de la escalada por el ataque con misiles sobre suelo polaco. Pekín -asegura Tooze- dejó de trazar líneas rojas e, incluso, trasladó a las cancillerías occidentales y a EEUU las primeras sombras de duda sobre la estrategia de Putin en Ucrania. “No quiere decir que China, India o Brasil hayan caído en las redes de la Casa Blanca y de Europa en la condena a Moscú, pero por primera vez no se vislumbró ese alineamiento”.

Un juego táctico que también siguieron otros actores emergentes como Indonesia, que reclamó el final de la guerra, al igual que la India. El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, volvió a incidir en su papel mediador para alcanzar un acuerdo de paz y prolongar el consenso entre Moscú y Kiev para garantizar el tránsito de cereales.

Virajes en Europa y Asia

En sentido contrario, el G20 también mostró fisuras en el frente occidental. Francia añadió su voz crítica a la de Alemania y Países Bajos para airear el rechazo europeo a secundar el veto americano al comercio de semiconductores y tecnología a China. Su presidente, Enmanuel Macron, advirtió contra el riesgo de decoupling e hizo una encendida defensa de la globalización. Los intentos de Xi de recabar la ayuda del Viejo Continente hacia unas medidas con un claro componente de extraterritorialidad por parte de EEUU parecen estar dando sus primeros frutos.

“Sería un error para ambos, EEUU y China, que el mundo se resquebrajara en dos o varias áreas comerciales”, expresó Macron ante altos ejecutivos de la Asean en Bangkok. En el mismo sentido la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, advertía de que nuevas barreras contra el gigante asiático como plantea EEUU pasarán una factura de 1,4 billones de dólares a la economía global.

“Estamos en un mundo en el que se suceden shocks sistémicos sin remedio que atentan contra los niveles de vida” por lo que “no creo que sea el momento de fragmentar la economía mundial ni de arrojar gasolina sobre el alto grado de conflictividad internacional porque ni una táctica ni otra beneficia a nadie”.

Desde el East Asia Forum, un think tank sobre asuntos asiáticos con sede en Australia, valoran positivamente el esfuerzo de gobernanza del G20, su habilidad para eludir divisiones y sus pasos para intensificar la cooperación económica que, desde su perspectiva analítica, espolearán los cauces comerciales, inversores y empresariales entre los mercados asiáticos y del Pacífico. “En Bali, el G20 mantuvo un discurso realista y valiente en defensa del multilateralismo”, resalta su diagnóstico del evento.