ANÁLISIS

El G7 pone en ‘modo convergencia’ a sus economías y aborda su ‘decoupling’ con China

La ciudad piamontesa de Stresa, a orillas del Lago Maggiore que la separa de la región hermana de Lombardía, presenció un denodado esfuerzo de los ministros de Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales del G7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) por sincronizar con urgencia sus economías y tipos cambiarios y de interés. La tarea no le resultará sencilla a un club con históricos capítulos de disensión política interna y sonoras discrepancias financieras. Aunque son capaces de alinear sus astros en tiempos de tensión global como los actuales y salir airoso de profundas recesiones como las del colapso crediticio de 2008 o la crisis sanitaria de 2020 con estímulos fiscales y monetarios concertados, o con afrentas geopolíticas como la guerra en Ucrania armar de sanciones contra Rusia.

Pero la escenificación de sus responsables económicos y monetarios en el teatro de operaciones italiano mostró una nítida declaración de intenciones. El G7 exhibe demasiadas brechas económicas que deben suturarse de urgencia. El PIB de EEUU y su ejercicio de resiliencia abandera el dinamismo del club y ninguno de sus seis aliados -con la única salvedad de Canadá, que ha pasado a ostentar las perspectivas de futuro más favorables- está en disposición de darle un relevo de garantía. Los socios del euro salen de otra leve recesión, de la que se despereza también Reino Unido, y en la que ha entrado Japón, a pesar de los buenos augurios de la primera mitad de 2023, cuando pareció quitarse el cartel de enfermo económico global que llevó durante tres decenios.

Los modelos productivos del G7 navegan a dos velocidades, sus inflaciones se han distorsionado y, por ende, sus maniobras monetarias se alejan de cualquier abaratamiento concertado de sus tipos de interés. De modo que a sus titulares de Finanzas les han invadido las dudas sobre si a la mayor economía mundial le queda suficiente carburante tras sus billonarias ayudas a industrias, familias y empresas para atravesar el desierto inflacionista, y si logrará materializar el aterrizaje suave que predica su secretaria del Tesoro, Janet Yellen. O si, por contra, ingresará en números rojos a lo largo del ejercicio, como no descarta el mercado.

Aunque no son las únicas cumbres borrascosas que divisan. El PIB británico arrastra un decenio de anemia, la expansión europea no puede esconder su ralentí y los centros financieros se han acostumbrado a escenarios de especulación -especialmente desde los valores tecnológicos- que, de momento, tiran de unos capitales sometidos al shock de lograr beneficios con el precio del dinero más caro del siglo.

Con la inflación empezó todo

Los banqueros centrales enfatizaron que el origen de estas asimetrías es la inflación más intensa en una generación, que ha provocado daños colaterales que anticipan una década perdida de endeudamiento -soberano, corporativo y familiar- de efectos imprevisibles; sobre todo, si no se emprenden ajustes y los agujeros presupuestarios se agudizan y alimentan las ratios de deuda.

Así lo resumió el gobernador del Banco de Francia, François Villeroy de Galhau: “El ciclo de EEUU es obviamente más fuerte, con un ritmo de crecimiento por encima de su tasa de inflación que, sin embargo, demuestra ser más resistente; por eso nuestros colegas americanos esperarán a que el resto recortemos tipos”. Para desesperación de carteras de inversión que juegan a rebajas sucesivas del dinero -hasta seis, decían a principios de año- por parte de la Reserva Federal de EEUU.

La coyuntura no ofrece demasiados cambios en el ecuador de 2024. Los barómetros de gestores de compras anticipan que la actividad empresarial en EEUU alcanza su mayor ritmo en dos años, aunque con subidas inflacionistas en los servicios. El sobrecalentamiento del PIB americano, con presiones sobre los precios, contrasta con el “letargo” europeo y sus carencias “en productividad y competitividad”, admiten el alemán, Christian Lindner y el galo Bruno Le Maire.

“Todavía estamos disgustados con la arritmia económica” en la eurozona, precisó Le Maire para mostrar la “conveniencia” de acompasar los cuadros de mandos transatlánticos. La versión más optimista la dio Christine Lagarde, presidenta del BCE, al augurar un IPC “bajo control” incluso tras la descontada rebaja de tipos de junio. Mientras que el gobernador de Japón, Kazuo Ueda, corroboraba que el despegue nipón estaba “todavía demasiado borroso” y que su preocupación giraba más en torno al pacto para intervenir en los mercados si el dólar continúa con su acoso y derribo del yen -al que empujó en abril a su mayor debilidad en 34 años- y el resto de divisas del G7. Pese a lo cual, insistió en el final del dinero gratis en su país.

Canadá también despierta dudas sobre si rebajará tipos con unos precios subyacentes en alza, aunque Goldman Sachs y Morgan Stanley ven maniobras de abaratamiento en el vecino de EEUU y en Reino Unido -dos, en junio y agosto- y de encarecimiento en Japón.

Las tres potencias anglosajonas del G7 -EEUU, Reino Unido y Canadá- mantienen el dinero por encima del 5%, con el IPC más moderado en Reino Unido (2,4%) frente al 2,7% de Canadá y el 3,4% de EEUU en abril. Mathias Cormann, secretario general de la OCDE, resaltó estas notas discordantes. “Las políticas monetarias seguirán siendo restrictivas en todos ellos durante algún tiempo, por mucho que los recortes de tipos empiecen en unas jurisdicciones con antelación o del calibre de los mismos”. Su lectura la aprovechó Janet Yellen para justificar que la fortaleza del billete verde americano “refleja la valoración de los mercados por el diferencial de tipos” y enfatizar que cualquier intervención coordinada desde el G7 “es un acto excepcional en respuesta a escenarios de volatilidades” bursátiles.

Déficit + deuda: el binomio negativo

Pero si hay algún parámetro en el que el G7 no solo revela un collage de criterios, sino una total falta de armonía y, sobre todo, un especial temor, es en materia contable y financiera. El déficit y la deuda traen por la calle de la amargura al club, que admite ausencia de apetito por reajustar sus cuentas públicas y obligaciones de pagos y por discutir de disciplina fiscal. Por mucho que el FMI enfatice que “es el momento” de restaurar la consolidación presupuestaria, en Stresa este debate brilló por su ausencia.

“La deuda es, sin duda, el elefante en la habitación del G7”, avisa Koen De Leus, economista jefe de BNP Paribas, “pero resulta complejo sacarla a relucir en un año electoral” en EEUU, Europa y Reino Unido, porque “no hay recetas mágicas ni atajos efectivos”.

Sin embargo, pese a la montaña de endeudamiento global, de 313 billones de dólares al término de 2023, el triple del PIB del planeta, el club más selecto del mundo alberga la mayor deuda -Japón, 9,2 billones, el 263,9% de su PIB- y a una bomba de relojería más peligrosa, EEUU, que este año alcanzará los 34,59 billones -el 124,3% de su PIB- mientras añade un billón más cada 100 días a la que retroalimenta con dos millones cada minuto por intereses de unos tipos de entre el 5,25% y el 5,50%.

En contraste, solo Alemania estaría por debajo del criterio de Maastricht (60%), aunque casi ya de forma testimonial, porque su deuda se sitúa ya en el 59,8% de su PIB.

Por si fuera poco, el déficit sigue rigiendo los presupuestos, como si la moratoria que justificaron instituciones como el FMI durante la Gran Pandemia -gasten lo que necesiten, pero guarden las facturas, dijeron sus jerarcas a los gobiernos- siguiera vigente. También en este aspecto, la Casa Blanca se lleva la peor parte. En los últimos 12 meses, su despliegue de estímulos y subsidios y sus gastos en Defensa han sumado dos billones de dólares, el 7,2% de su PIB a su desfase, más que toda su recaudación impositiva. Sin recesión y con pleno empleo.

La radiografía americana es rotunda: su agujero fiscal supera el 3% del PIB desde 2015 y su deuda sobrepasa el 100% del PIB desde 2016. Con el FMI pronosticando otra fase de crecimiento de la deuda del G7 hasta 2029 y sin control fiscal, con un déficit en ese periodo del 4,6%.

Lo que la verdad esconde: China

El G7 convino en señalar a China y sus prácticas comerciales dañinas, basadas en el dumping de precios y la sobreproducción manufacturera como el factor que más pone en riesgo sus cadenas de valor y el futuro de la globalización. Sus dirigentes se guardaron mucho de emplear el término decoupling, pero lo sustituyeron por apelaciones al proteccionismo que no concuerdan con el ADN neoliberal del club. “El modelo chino produce cada vez más barato y altera a los consumos y las industrias, no solo de la UE, sino de EEUU y del resto del mundo”, acusó Le Maire.

En sintonía con la tesis de Yellen y del canciller Olaf Scholz, los últimos políticos de países del G7 en visitar Pekín, y con las medidas de subidas arancelarias unilaterales de la Casa Blanca hacia vehículos eléctricos, baterías, chips y paneles solares chinos que Europa se apresta a secundar; al menos, en el sector automovilístico. Y con el mensaje de Emmanuel Macron de “duplicar las inversiones europeas” y “comprar productos made in EU” que destacó el comisario Paolo Gentiloni -“el G7 necesita estar unido, fortalecer su mutualismo, intercambiar información y monitorizar los riesgos sobre el comercio mundial”- y al que puso la guinda Lindner: “debemos parar este dumping” y obligar a Pekín a instaurar un comercio “libre y justo”.

Del lado chino, la versión difiere. “No puede hablarse de sobrecapacidad cada vez que nuestro poder productivo supera sus demandas domésticas”, sino, más bien, de “una muestra del G7 de falsa unidad frente a una imaginaria amenaza a gran escala”, dijo el Ministerio de Comercio de China.

A la que Josh Lipsky, del think-tank Consejo Atlántico, replica que la táctica de Joe Biden es la respuesta “a sucesivos errores del pasado” que han permitido que el gigante asiático actúe sin reparos. Aunque Para Lipsky, el problema no es de sobrecapacidad, sino de la nueva consideración de sectores críticos en aras de la seguridad nacional a sus manufactureras de chips y a sus bienes de alta tecnológica, con el reto de desplazar a EEUU de la hegemonía mundial.