- Nunca antes había sufrido España una destrucción de tal calibre de su sistema financiero. La crisis ha arrasado en especial a las cajas de ahorro, unas instituciones de fuerte arraigo social que, a causa de los errores de los políticos y sus directivos, se dejó llevar por una avaricia institucionalizada que las hundió en la insolvencia. El periodista de El País Íñigo de Barrón traza la autopsia de esta catástrofe en el libro 'El hundimiento de la banca', editado por Los Libros de La Catarata.
En los uÌltimos cuatro anÌos me ha tocado narrar la destruccioÌn y desaparicioÌn de gran parte del tradicional y consolidado sistema de cajas de ahorros, con una trayectoria de 150 anÌos de vida media —la entidad maÌs antigua, Caja Madrid, se fundoÌ en 1702, hace 310 anÌos—. SoÌlidos edificios de piedra han caiÌdo como castillos de naipes. Para muchas personas la decepcioÌn ha sido enorme, porque las cajas despertaban una simpatiÌa y fidelidad entre sus clientes (buena parte de ellos lo eran desde la infancia) que iba mucho maÌs allaÌ de la relacioÌn financiera. Sin llegar a los amores que se tienen por un equipo de fuÌtbol, existiÌa una fuerte identificacioÌn con ellas por ser las entidades que siempre habiÌan estado cerca de la familia y del pueblo.
La esencia del periodismo —mi profesioÌn— es describir lo que sucede y explicarlo al puÌblico de manera sencilla. ¿Parece faÌcil? No lo es. Si lo que sucede es extraordinario y tiene, ademaÌs, dimensiones colosales, implicaciones planetarias y consecuencias imprevisibles... asistir y cubrir esa realidad se transforma en un reto maravilloso, auÌn maÌs ambicioso y atractivo.
Han sido anÌos de ritmo trepidante. Sin apenas tiempo de analizar una quiebra era aprobada una nueva legislacioÌn, se haciÌan maÌs exaÌmenes al sistema financiero y otra entidad entraba en problemas. Un ciclo infernal: reflotamiento de la caja caiÌda con capital puÌblico, escaÌndalo ante los sueldos de sus directivos y los errores de gestioÌn, ocultacioÌn de los creÌditos dudosos... Esta espiral de deterioro ha crecido hasta ahogar a la mitad del sistema financiero espanÌol. La consiguiente paralizacioÌn del creÌdito ha hecho que la economiÌa espanÌola entrara en su segunda recesioÌn consecutiva, algo que no ocurriÌa desde los anÌos de la guerra civil.
No maÌs de media docena de cajas, convertidas en bancos, han sobrevivido al tsunami inmobiliario. Apenas un selecto grupo —La Caixa, Kutxabank, Unicaja y quizaÌ Ibercaja y Liberbank— seraÌ duenÌo de su destino. Estas entidades representan hoy, despueÌs del proceso de fusiones, a 19 de las antiguas cajas. El resto, hasta 45, fueron nacionalizadas, estaÌn intervenidas o seraÌn subastadas. Nunca antes hubo una destruccioÌn de valor semejante en tan poco tiempo en el mundo financiero espanÌol. TambieÌn han caiÌdo el Banco Pastor y el Banco Guipuzcoano, comprados por competidores. El Banco Popular, que era el maÌs rentable, lucha por sobrevivir con una ampliacioÌn de capital de 2.500 millones de euros, el 60 por ciento de su valor bursaÌtil, un hito de la reconversioÌn financiera en EspanÌa.
Sobreviven al terremoto, queÌ cosas, las dos cajas maÌs pequenÌas del sistema, Ontinyent y Pollença, que, siempre fieles a sus comarcas, rehusaron expandirse y mantienen su filosofiÌa original intacta. Antes ignoradas, son hoy quizaÌ la envidia de muchos “cajeros” arruinados.
El sector estima que, al final de los procesos abiertos, desapareceraÌn 60.000 empleos con el cierre de unas 20.000 sucursales, casi el 50 por ciento de las que habiÌa. Por volumen de activos, las cifras son de comparacioÌn imposible con las crisis bancarias de los setenta, ochenta y noventa, como el caso Banesto, que se han quedado muy pequenÌas.
La sociedad pagaraÌ muy caro el funeral de las cajas. Su desplome dejaraÌ un gran agujero: en los uÌltimos seis anÌos estas entidades invirtieron maÌs de 10.000 millones en asistencia social y sanitaria, cultura, educacioÌn e investigacioÌn, rehabilitacioÌn y conservacioÌn del patrimonio histoÌrico artiÌstico. Empleaban a 3.000 personas directamente y a 30.000 indirectamente. No desapareceraÌ toda la obra social, pero se veraÌ seriamente mermada, en maÌs del 50 por ciento. Esta actividad social llegaba donde no lo haciÌa el Estado. Ahora el dinero puÌblico ni estaÌ ni se le espera, por lo que se agudizaraÌ la sensacioÌn de abandono en los colectivos y regiones maÌs desfavorecidas.
Las cajas sobrevivieron a conflictos beÌlicos de todo tipo, incluso a la devastadora guerra civil, pero ha sido maÌs danÌina la abundancia que la pobreza. Gran parte del sector desfiguroÌ su modelo, perdioÌ el arraigo social y territorial para entrar en una alocada expansioÌn que terminoÌ en un callejoÌn sin salida.
El viejo sistema de montes de piedad no ha soportado la codicia —o algo peor— de unos ejecutivos ineptos, inexpertos y temerarios, que son los grandes culpables de esta crisis, a los que el Banco de EspanÌa dejoÌ manos libres para endeudarse sin liÌmite e invertir casi todos sus recursos en el activo maÌs toÌxico que existe, el ladrillo. Buena parte de las cajas, creadas hace siglos por oÌrdenes religiosas para combatir la usura y ayudar a los maÌs desfavorecidos, perdieron el norte y vendieron su alma al dinero faÌcil. En lugar de los pobres, prefirieron la companÌiÌa de los nuevos ricos del ladrillo y perdieron sus senÌas de origen.
Estos ejecutivos actuaron en connivencia con buena parte de las tasadoras inmobiliarias para “hinchar el perro” y elevar el precio de las viviendas sin descanso. Pero alguien teniÌa que construir las viviendas y ahiÌ llegaron los promotores que no admitieron el final del ciclo. En 2006 y 2007, los bancos maÌs importantes se desprendieron de sus inmobiliarias para vendeÌrselas a los profesionales del sector, que, por lo que se ha demostrado, conociÌan peor su negocio que los banqueros. La jugada fue estrateÌgica, pero los banqueros cometieron un error fatal: prestaron el dinero a los promotores para que les compraran las inmobiliarias. Tras la crisis, la banca ha vuelto a ser propietaria de lo que habiÌa vendido, al convertir aquellos preÌstamos no devueltos en capital.
Entre la lista de asistentes a la fiesta figuran tambieÌn los grandes inversores extranjeros, que prestaron miles y miles de millones que engrasaron los engranajes del festival. El lugar maÌs destacado lo ocupan los banqueros alemanes, con 150.000 millones de riesgo espanÌol, seguidos de los franceses, con 120.000 millones. Nadie les obligoÌ a entrar en este mercado. Solo su afaÌn por ganar algo maÌs que prestando a TelefoÌnica o a Bayer les llevoÌ a entrar en el ladrillo espanÌol. Los ayuntamientos fueron otro de los jugadores de esta partida.
Su uÌnica fuente soÌlida de ingresos procediÌa de fiscalizar la propiedad inmobiliaria a traveÌs del Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) y el Impuesto sobre Construcciones, Instalaciones y Obras, el ICIO. En los anÌos ochenta descubrieron que la propiedad inmobiliaria era un bien que podiÌan hacer crecer a base de recalificar terreno. En los noventa lo hicieron discrecionalmente y sin freno. Se convirtieron en adictos al IBI —cuyo mecanismo indujo numerosos casos de corrupcioÌn— para financiar los crecientes presupuestos que pagaban las mejoras de sus localidades y les aseguraban asiÌ la reeleccioÌn. Por uÌltimo, no hay que olvidar a las familias que se endeudaron por encima de sus posibilidades, admitiendo preÌstamos contra el cien por cien de la tasacioÌn de la vivienda o por importes cercanos al 50 por ciento de sus ingresos.
Para que todo esto ocurriera fue necesario que la sociedad aceptara con permisividad praÌcticas que antes se rechazaban, como el enriquecimiento raÌpido basado en transacciones inmobiliarias, la buÌsqueda del lujo y la apariencia de riqueza. Se habiÌan perdido criterios eÌticos muy arraigados, como la prudencia en las inversiones, la cultura del ahorro, etc. En este ambiente moral, una serie de responsables financieros acabaron colocando su enriquecimiento y su poder por delante de las propias cajas de ahorros y bancos que gestionaban.
Nadie puso coto al festival por el temor de frenar el crecimiento econoÌmico. EspanÌa tomoÌ la delantera a naciones tradicionalmente maÌs ricas y se puso en el grupo de cabeza de las grandes economiÌas mundiales para regocijo de los poliÌticos y de una parte de la sociedad, la que tambieÌn se enriquecioÌ. Cuando llegoÌ la crisis no se atajoÌ el problema, en la creencia de que seriÌa breve y la recuperacioÌn europea arreglariÌa por siÌ misma los agujeros originados en las entidades financieras. Que inventen ellos. El problema es que el supervisor no contaba con un plan B por si esa recuperacioÌn no llegaba. CareciÌa de un sistema de reestructuracioÌn que identificara con rapidez a las entidades deÌbiles y vendiera sus activos o las fusionara con otras que pudieran asumir la carga.
Todos los paiÌses avanzados socorrieron a la banca con ayudas puÌblicas a partir de 2008. Solo en la UnioÌn Europea se gastaron 1,5 billones en 2009. En EspanÌa, la clase poliÌtica (PP y PSOE) rehusoÌ tomar esas decisiones y admitir la crisis ante la sociedad. Hasta que no hubo maÌs remedio. El Gobierno y el supervisor siempre fueron por detraÌs. Cuando se lanzaba un decreto para reforzar el capital, los inversores ya demandaban provisiones contra el ladrillo. Le sucedioÌ a Zapatero y luego a Rajoy, que acumula tres reformas en nueve meses para enderezar el sistema financiero. El PP negoÌ que fuera a crear el banco malo y ya estaÌ cerrando sus uÌltimos flecos.
No hay economiÌa que funcione si no lo hace la banca y el sistema de pagos. Ahora es faÌcil decirlo, pero todos los estudios concluyen que se deberiÌa haber inyectado dinero puÌblico —ninguna crisis bancaria internacional se ha resuelto de otro modo— en grandes cantidades cuanto antes, sanear el sistema, castigar a los culpables y tratar de recuperar las inversiones. Adelantarse a las caiÌdas es la foÌrmula maÌs barata. Pero esa es una labor desagradable. Hay que acusar a los de tu propio partido, a los barones regionales, enfrentarse con gestores maÌs o menos poderosos y entidades con arraigo local... Ni los Gobiernos ni el supervisor estaban por la tarea.
Este libro es una mirada cenital, que eleva el foco muy por encima del diÌa a diÌa para explicar, a traveÌs de un relato continuado, las causas que provocaron los graves hechos que hemos vivido. Con rigor y datos contrastados, intento demostrar que los Gobiernos del PP y del PSOE —sobre todo sus ministros de EconomiÌa, Rodrigo Rato y Pedro Solbes— y los dos uÌltimos gobernadores del Banco de EspanÌa, Jaime Caruana y Miguel FernaÌndez OrdoÌnÌez, mantuvieron el discurso oficial de que el sistema financiero estaba sano y era solvente a sabiendas de sus severas deficiencias estructurales, debidas a su arriesgada exposicioÌn al sector inmobiliario. Intentaron sostener el espejismo de que EspanÌa estaba a salvo de la crisis tras el escudo de una robusta banca aunque los inspectores del Banco de EspanÌa ya habiÌan detectado con claridad graves problemas en entidades de riesgo sisteÌmico, como Caja Madrid, entre otras.
Es difiÌcil asegurar que la inspeccioÌn detectara todas las deficiencias (parece que fueron poco precisos en los problemas valencianos), pero constan por escrito advertencias de los funcionarios del Banco de EspanÌa sobre los agujeros que apareciÌan en las cajas. En 2003 ya hay aldabonazos. Y el Servicio de Estudios del Banco de EspanÌa senÌaloÌ que la vivienda estaba sobrevalorada en un 20 por ciento, que es una manera suave de advertir que se estaba formando una burbuja, y se matoÌ al mensajero. Pero, sobre todo, en 2006 figuran actas de la InspeccioÌn que denuncian malas praÌcticas en algunas cajas por exceso de negocio inmobiliario y por ocultamiento de preÌstamos a promotores que no figuraban en los balances como tales. Sus avisos cayeron en saco roto por los intereses poliÌticos y econoÌmicos. Los gobernantes preferiÌan no molestar a los poderosos barones regionales, los encargados de cuidar los graneros de votos. El Banco de EspanÌa colaboroÌ con su silencio. Aguantando una olla a presioÌn.
Para 2006 y 2007, un buen nuÌmero de cajas teniÌa ya enormes problemas estructurales por una concentracioÌn suicida del negocio en el ladrillo, el monocultivo que las matoÌ, y el sector debiÌa maÌs de 591.736 millones de euros a los mercados internacionales. Esa cifra equivale a un 60 por ciento de la riqueza de EspanÌa. Ladrillo y deuda fueron las dos grandes debilidades con que las cajas llegaron al final de un largo ciclo de crecimiento.
Al otro lado del mostrador, EspanÌa duplicoÌ su deuda privada entre 2001 y 2008. PasoÌ del cien por cien al 200 por ciento del PIB. Hoy, en plena crisis, las familias espanÌolas deben 870.000 millones de euros y las empresas no financieras otros 1,3 billones. La deuda del Estado no es la peor parte: son unos 780.000 millones. En total, la factura suma 2,95 billones, tres veces el PIB. EspanÌa es uno de los tres paiÌses maÌs endeudados del mundo. Es lo que ocurre cuando se invierte y se gasta maÌs de lo ahorrado.
Pero hay algo peor: nuestra deuda no deja de aumentar. En 2011 la AdministracioÌn ingresoÌ 380.000 millones y gastoÌ 470.000 millones, es decir, arrojoÌ un deÌficit de 90.000 millones. Estos 90.000 millones engordaraÌn los 780.000 millones antes citados del Estado hasta 870.000 millones.
Esta fortuna es lo que debemos a terceros, que dudan de que se lo vayamos a devolver porque ven coÌmo se hunde la economiÌa espanÌola. Hablando en plata: si los espanÌoles no pagamos nuestras deudas a los bancos, estos no podraÌn pagar sus deudas en el exterior. A menos que los bancos se declaren insolventes, los Estados tienden a hacerse cargo de las deudas de las entidades con problemas, con lo que el endeudamiento privado financiado corre el riesgo de socializarse, es decir, de convertirse en deuda puÌblica. Bankia es un buen ejemplo de ello.
¿Era muy difiÌcil haber previsto desde el inicio de la deÌcada que estaÌbamos en un peligroso tobogaÌn sin control? Visto en retrospectiva —y admitiendo el error imperdonable de los medios por su silencio—, no parece tan complicado como un jerogliÌfico egipcio. Los precios de la vivienda aumentaron, en teÌrminos reales, maÌs de un cien por cien entre 1999 y 2007. Mientras, los salarios lo hicieron en un 30 por ciento aproximadamente. Los pisos se podiÌan pagar, con apuros, solo porque los tipos de intereÌs bajaron, pero a costa de endeudarse cada diÌa maÌs. EspanÌa vivioÌ uno de los mayores auges inmobiliarios del mundo: en 2006 inicioÌ la construccioÌn de 860.000 viviendas. Dos tercios de las casas construidas en Europa entre 1999 y 2007 se localizaban en EspanÌa. Dicho de otra forma, en EspanÌa se construiÌan maÌs casas que en Alemania, Francia e Italia juntas. Al final de la expansioÌn del sector de la construccioÌn, en 2008, el volumen de creÌdito concedido a constructores y promotores inmobiliarios ascendiÌa a 470.000 millones de euros, una suma equivalente al 50 por ciento del PIB espanÌol. Ahora, unos 100.000 millones de esos preÌstamos estaÌn declarados morosos, aunque los “potencialmente problemaÌticos”, seguÌn la terminologiÌa acunÌada por el Banco de EspanÌa, son el doble, unos 200.000 millones. Este es el volumen de la locura y el tamanÌo del agujero: el 20 por ciento del PIB. EspanÌa no puede taponar esta herida y ha pedido ayuda a Bruselas. Un toÌpico arraigado es que nadie avisoÌ de la que veniÌa. No es cierto: lo hicieron los economistas Nouriel Roubini, Raghuram Rajan y Robert Shiller entre 2005 y 2006, aunque sin calibrar la virulencia de la crisis. Algunos de ellos lo dijeron ante el propio Fondo Monetario Internacional (FMI), dirigido entonces por Rodrigo Rato. Nadie les hizo caso. Y la revista The Economist editoÌ un nuÌmero el 18 de junio de 2004 dedicado a la burbuja creada en varios paiÌses, entre los que destacaba EspanÌa.
Los guardianes de la economiÌa y del sistema financiero espanÌol debiÌan saber que la mitad del sector teniÌa los pies de barro y que, si se cerraba la financiacioÌn mayorista —empezoÌ a hacerlo en 2007 y se secoÌ en 2008—, se pinchariÌa la burbuja del ladrillo tras una deÌcada de subidas ininterrumpidas de precios. Y no hay pinchazo de un globo que no sea violento. Pero tanto Caruana como OrdoÌnÌez apostaron por el “aterrizaje suave”. Era lo maÌs coÌmodo; que todo se arreglara solo. Era difiÌcil, sin embargo, que llegara a EspanÌa una versioÌn blanda de una crisis que en Alemania, Francia, Holanda y el Reino Unido y, por supuesto, en Estados Unidos, se estaba llevando por delante a los bancos maÌs grandes por la viÌa de las subprime y por el colapso de los mercados. Pero Solbes, Zapatero y OrdoÌnÌez dijeron en Nueva York y en maÌs plazas, en septiembre de 2008, que la banca espanÌola estaba en la champions league y que aguantariÌa porque teniÌa provisiones anticiÌclicas. Una defensa de juguete para la que se veniÌa encima.
Es imposible completar la explicacioÌn de coÌmo hemos llegado hasta aquiÌ sin analizar con detenimiento el caso Bankia, el Lehman Brothers espanÌol. Durante los uÌltimos seis anÌos, Caja MadridBancaja, y luego Bankia, han sido el ejemplo maÌs colosal de injerencia y lucha de poder poliÌtico —alliÌ han intervenido todas las facciones del PP—, mezclado con una gestioÌn deficiente. Un coÌctel terrible. El hundimiento del grupo y su posterior nacionalizacioÌn vinieron marcados por la fusioÌn Caja Madrid-Bancaja, en junio de 2010. La operacioÌn, impulsada irresponsablemente por el Banco de EspanÌa, supuso sumar dos gigantescas entidades deÌbiles para crear una de dimensiones colosales, el 30 por ciento del PIB. Este grave error estrateÌgico, la incapacidad de Rodrigo Rato para enderezar la situacioÌn y las duras exigencias de capital planteadas por Luis de Guindos provocaron el hundimiento de la entidad. Todo ello aderezado con una estrecha colaboracioÌn entre Rato y OrdoÌnÌez y una controvertida relacioÌn personal entre el ministro y Rato. Este pidioÌ aÌrnica al presidente del Gobierno. SolicitoÌ 7.000 millones y maÌs tiempo. Rajoy no le apoyoÌ. Rato dimitioÌ. AparecioÌ JoseÌ Ignacio Goirigolzarri, que valoroÌ las necesidades de capital de Bankia en 23.400 millones. Fue una bomba que supuso la segunda mayor intervencioÌn en la UnioÌn Europea tras la del banco alemaÌn West LB. Las proporciones de este reflotamiento son tan colosales que el Gobierno espanÌol, incapaz de financiarlo, ha tenido que pedir ayuda financiera a Bruselas.
Y la crisis financiera lo contaminoÌ todo. EspanÌa entroÌ en la tormenta de los mercados con una prima de riesgo disparada y la amenaza de ser bono basura. Eso supone que las empresas espanÌolas pagan casi el doble que las alemanas por el mismo creÌdito. AsiÌ es imposible competir. Y, si no se corrige esta situacioÌn, seraÌ faÌcil que los ricos del norte acaben comprando las empresas del sur. Alguien se beneficia de la austeridad. La banca espanÌola estaÌ casi expulsada de los mercados y sobrevive gracias a la manguera —o bazooka— del Banco Central Europeo, que ya ha prestado unos 370.000 millones de euros. Ni con esa fortuna han abierto el grifo del creÌdito. Esta situacioÌn de bloqueo econoÌmico aboca a EspanÌa al rescate, que incorporaraÌ duras condiciones macroeconoÌmicas impuestas por Bruselas.
Todo esto se traduce en recortes para el ciudadano, que teme que el objetivo oculto sea perder para siempre parte de los logros sociales conseguidos en deÌcadas de lucha. El crecimiento econoÌmico no se atisba y asiÌ es difiÌcil pagar las deudas. Ahorrar se parece demasiado a ahogar, dijo alguien, y es lo que piensa mucha gente de a pie. Los Gobiernos son elegidos por los ciudadanos, pero responden ante los mercados. Parece que ahora su obsesioÌn es que sus decisiones solo sean bien acogidas por los inversores y las agencias de rating, que son en el fondo los que les evaluÌan. Con el rescate ha llegado la peÌrdida de soberaniÌa, pues el que paga, manda. Y el que paga (BruselasAlemania) aprieta la soga con vigor: exige draÌsticas reducciones de gastos para alcanzar un ambicioso objetivo de deÌficit para 2013. Es difiÌcil pensar que con esta estrategia vayan a lograr que los espanÌoles sean maÌs europeiÌstas.
Hasta el FMI ha pedido que se afloje el nudo a EspanÌa porque la economiÌa se estrangularaÌ si los acreedores exigen la devolucioÌn del dinero en tan poco tiempo. El premio Nobel Joseph E. Stiglitz coincide: “Ninguna economiÌa grande —y Europa lo es— ha conseguido salir de una crisis al tiempo que imponiÌa austeridad. La austeridad, de forma inevitable y predecible, siempre empeora las cosas. Y le afectaraÌ a EspanÌa porque sus socios estaÌn en recesioÌn, y el paiÌs no tiene poder de decisioÌn sobre su tipo de cambio”, dice en el proÌlogo a la edicioÌn espanÌola de El precio de la desigualdad. El 1 por ciento de la poblacioÌn tiene lo que el 99 por ciento necesita (Taurus).
Los ciudadanos ven coÌmo el Estado recorta en sanidad, educacioÌn y otras prestaciones puÌblicas mientras socorre a los bancos. Eso provoca una indignacioÌn difiÌcil de contener. En los Presupuestos generales de 2012, el Estado admite un deÌficit de 16.660 millones por las facturas pagadas a la banca, aunque el Gobierno ha dicho que ese dinero “se va a devolver”. Muy pocos le creen.
Los caÌlculos maÌs extendidos coinciden en que esta crisis financiera puede costar a los ciudadanos unos 20.000 millones. Ese es el dinero que probablemente se perderaÌ en el salvamento de entidades nacionalizadas. Dos ejemplos: Novagalicia y CatalunyaCaixa, que se crearon por imposicioÌn de sus presidentes autonoÌmicos, es decir, Alberto NuÌnÌez Feijóo y JoseÌ Montilla, respectivamente. Ni el supervisor ni el Gobierno central les impidieron hacer “su” banco regional, pese a que todos los informes anticipaban en 2010 la inviabilidad del proyecto. El resultado es que necesitan 17.000 millones de capital entre ambas, seguÌn los exaÌmenes de Oliver Wyman. Este es resultado de tener poliÌticos sin criterios y gobernadores obedientes. Otro ejemplo: tres entidades de las maÌs socorridas por el Estado han estado presididas por dos exvicepresidentes de Gobierno (NarciÌs Serra, del PSOE, en Catalunya Caixa; Rodrigo Rato, del PP, en Bankia) y por un presidente de la Generalitat valenciana, JoseÌ Luis Olivas, en Bancaja. QueÌ casualidad.
La banca ha sufrido un fuerte desprestigio social y una peÌrdida de confianza. La percepcioÌn de los ciudadanos es que se trata de un sector poco controlado por los poderes puÌblicos, donde se permiten generosas remuneraciones y privilegios, a la vez que el Estado estaÌ obligado a socorrerla con el dinero de los contribuyentes para evitar el caos en el sistema de pagos. De hecho, desde el inicio de la crisis se han destinado 150.000 millones a dar liquidez, avales y ayudas directas en capital para el conjunto del sector, sobre todo cajas de ahorros. Todo esto viene ademaÌs regado con los escaÌndalos de la venta de deuda subordinada y participaciones preferentes, un producto legal pero comercializado en ocasiones de manera inmoral. Esa injusta dicotomiÌa —descontrol con los salarios de las elites y auxilio seguro del dinero de todos si llegan los problemas— ha creado una enorme desafeccioÌn social hacia el sector.
En paralelo a estas ayudas y recortes, no ha habido ni un caso de un directivo de una entidad financiera que haya sido juzgado, pese a que la primera quiebra ocurrioÌ en marzo de 2009. Apuntaba JoaquiÌn EstefaniÌa en el artiÌculo “¿QuieÌn asumiraÌ la cataÌstrofe?” (El PaiÌs, 24 de septiembre de 2012): “Las elites econoÌmicas permanecen en silencio escogiendo quieÌn les representa mejor mientras las elites poliÌticas son juzgadas por la opinioÌn puÌblica y los movimientos sociales tratan de manifestarse frente al Congreso”. Esta crisis estaÌ llegando al corazoÌn del sistema: los ciudadanos piden cambios en las organizaciones internas de los partidos (listas abiertas) para liberarse del control de las estructuras que no favorecen la meritocracia. Los contribuyentes han percibido el danÌo que pueden provocar poliÌticos torpes y reclaman instituciones judiciales, organismos de supervisioÌn y arbitraje maÌs independientes.
La lentitud desesperante de la justicia no ha evitado la apertura de algunas causas contra los ejecutivos de la CAM, Novagalicia, Banco de Valencia, Caixa PenedeÌs y de Bankia. Hasta ahora solo han trascendido sus declaraciones argumentando que fue una concatenacioÌn de circunstancias imprevistas lo que llevoÌ a la quiebra de la entidad pese a cumplir todos los requisitos legales de la auditoriÌa —otro sector cuyo prestigio ha quedado severamente afectado— y del supervisor. No seraÌ faÌcil olvidar la ciÌnica intervencioÌn de Julio FernaÌndez Gayoso, expresidente de Novagalicia, el 26 de julio de 2012 en el Congreso cuando dijo no haber cobrado “ni un euro” por su jubilacioÌn, pese a percibir una retribucioÌn vitalicia de 689.000 euros anuales.
Nadie es culpable de nada. La ciudadaniÌa, sin embargo, lo tiene muy claro. En octubre de 2012, Demoscopia preguntoÌ el grado de acuerdo de los encuestados con esta frase: “En EspanÌa, la crisis la estaÌn pagando todos menos los bancos y los maÌs ricos”. El 91 por ciento dijo estar a favor, incluyendo los votantes del PP y los del PSOE. Este es un sentimiento transversal en la sociedad.
¿CuaÌles son las consecuencias de desmantelar el sistema financiero y de la resaca de la burbuja? SeguÌn el FMI, en 2013, EspanÌa seraÌ el segundo paiÌs donde la economiÌa marche peor entre los 105 Estados que analiza. Solo el PIB de Grecia creceraÌ menos. Es un triste consuelo. EspanÌa tiene al 52 por ciento de sus joÌvenes en paro y un desempleo general que supera el 25 por ciento. La salida de poblacioÌn se estaÌ acelerando. SeguÌn datos del Instituto Nacional de EstadiÌstica (INE), de enero a septiembre de 2012 han abandonado el paiÌs 54.912 personas de nacionalidad espanÌola, un 21 por ciento maÌs que un anÌo antes. Desde 2011 son maÌs de 117.000 los espanÌoles que han emigrado. Otra vez a Alemania, Pepe...
Esta situacioÌn frustrante para la juventud es una amenaza directa a la sostenibilidad del Estado del bienestar. La falta de ingresos ocasionada por la reduccioÌn de la poblacioÌn activa y la necesidad de mayores gastos por parte del Estado para pagar el desempleo, las pensiones... pueden danÌar seriamente la estructura social que EspanÌa establecioÌ con la llegada de la democracia. La factura maÌs cruda de la crisis la pagan los maÌs de 1,7 millones de hogares espanÌoles que, seguÌn la uÌltima Encuesta de PoblacioÌn Activa, tienen a todos sus miembros en paro. Y solo el 67 por ciento de los registrados en las oficinas de empleo reciben alguna ayuda o prestacioÌn del Estado. Como resultado, EspanÌa es el paiÌs de la Eurozona donde es maÌs acusada la distancia entre las rentas altas y las bajas.
A corto plazo, una mayor parte de la sociedad reclamaraÌ ayudas sociales, al tiempo que el Estado se veraÌ presionado a recortarlas ante la falta de recursos. Esto ya ocurre y puede agudizarse. Por primera vez en la historia, los servicios sociales atienden a maÌs de ocho millones de personas en EspanÌa. Piden ayuda para pagar alimentos, luz, agua... Son datos del Ministerio de Sanidad. La borrachera de dinero faÌcil ha dejado una resaca muy amarga.
No hemos llegado aquiÌ por una maldicioÌn biÌblica, sino por un conjunto de errores que ha permitido que la crisis financiera norteamericana y la de deuda europea nos golpee maÌs a nosotros que al resto de paiÌses de la Eurozona. Es cierto que esta crisis ha sido la maÌs virulenta de los uÌltimos setenta anÌos y, sobre todo, ha mutado sus formas a lo largo de los cinco que ya dura. Sin embargo, es falso lo que dicen los ejecutivos de las entidades quebradas: que las causas son “la crisis impredecible” y “los caprichosos cambios legislativos”. No es asiÌ. La prueba es que no todas las entidades estaÌn en igual situacioÌn pese a sufrir iguales condiciones generales. La clave, como no podiÌa ser de otra manera, estaÌ en las decisiones tomadas por esos ejecutivos, en su inexperiencia o incompetencia en la contencioÌn del riesgo, en evitar el crecimiento alocado. En resumen, en la prudencia.
Los dos grandes bancos, Santander y BBVA, junto con otras antiguas cajas, La Caixa, Kutxabank y Unicaja, asiÌ como Banco Sabadell y Bankinter, han demostrado capacidad de gestioÌn al acabar esta carrera de obstaÌculos en una posicioÌn maÌs o menos desahogada. Si se examinan sus balances, se veraÌ que las mejores entidades teniÌan un 15 por ciento de preÌstamos al sector inmobiliario sobre el total de la cartera de creÌditos en el ceÌnit de la expansioÌn del ladrillo (2006), mientras que otras, que ya no existen o estaÌn nacionalizadas, superaban el 50 por ciento. Por eso habiÌa entidades que empezaron la crisis con un 1 por ciento de morosidad y otras lo haciÌan con el 6 por ciento.
“Nuestro crecimiento durante los uÌltimos anÌos tiene como origen el incremento de la poblacioÌn activa como por centaje de la poblacioÌn total. La burbuja inmobiliaria enmascaroÌ durante mucho tiempo las deficiencias estructurales de nuestra economiÌa; su ruptura ha destruido un porcentaje insoÌlito de la riqueza de las familias, fuertemente apalancadas, y esta destruccioÌn de riqueza va a continuar: hay 1,5 millones de casas sin vender y su valor debe caer auÌn mucho y con ello el de las garantiÌas de los preÌstamos bancarios. Y lo que pareciÌan unas finanzas puÌblicas soÌlidas no eran sino el espejismo de unas recaudaciones insostenibles causadas por el boom inmobiliario.” Este es el certero anaÌlisis de Luis Garicano, JesuÌs FernaÌndez Villaverde y Tano Santos, profesores internacionales de EconomiÌa en diferentes universidades e investigadores de FEDEA.
No me gustariÌa terminar sin un rayo de esperanza. Hace pocas semanas se ha editado el nuevo libro de Robert J. Shiller, famoso economista que predijo la burbuja. Las finanzas en una sociedad justa. Dejemos de condenar el sistema financiero y, por el bien comuÌn, recupereÌmoslo (Deusto), asiÌ se titula su nueva y provocadora obra. El profesor del MIT de Boston sostiene: “La crisis no se debioÌ simplemente a la avaricia o la falta de honestidad de algunos actores en el mundo de las finanzas, sino que, al final, fue por defectos estructurales fundamentales de nuestras instituciones financieras. Estas deficiencias, como la incapacidad de gestionar los riesgos del sistema inmobiliario o la incapacidad de regular la deuda, no se han corregido”. Por eso sostiene que “lo que necesitamos para reducir la probabilidad de crisis financieras en el futuro no es reducir la actividad financiera, sino mejorar los instrumentos financieros”. Shiller cree que la indignacioÌn actual y el clima poliÌtico “podriÌa acabar asfixiando la innovacioÌn e impidiendo que el capitalismo financiero progrese hacia lo que podriÌa ser beneficioso para todos los ciudadanos”. Apuesta con rotundidad por la innovacioÌn “para restringir la creciente plaga de desigualdad econoÌmica que amenaza con crear graves problemas en nuestra sociedad”.
Antes de terminar, una pregunta incoÌmoda: ¿doÌnde estaba la prensa? Sin duda, no percibioÌ que el ciclo era finito y que las entidades se endeudaban con enorme rapidez en el exterior. Pese a la existencia del euro, esta situacioÌn manifestaba debilidad ante posibles problemas de liquidez y debiÌa haber sido denunciada. Es cierto que algunas cajas presentaban cuentas ridiÌculas, sin apenas desgloses y, por lo que se ha visto ahora, con los creÌditos mal clasificados para disimularlos.
Pero se deberiÌa haber hecho maÌs. Martin Wolf, uno de los principales editorialistas del Financial Times e influyente columnista, admitiÌa culpas recientemente: “No vi lo que sucediÌa con la microeconomiÌa. Es el principal error que he cometido en mi carrera. Mi otro error fue no haberme percatado de cuaÌn deÌbiles e inadecuados eran los controles y regulaciones a los bancos. Los periodistas cometimos muchos errores de omisioÌn. Debimos haber sido mucho maÌs agresivos y rigurosos en el escrutinio de los bancos y de los reguladores”. Exacto. Ese fue nuestro pecado: excesiva confianza en el rigor de organismos que no funcionaron.
Para un periodista como yo, esta crisis ha supuesto un maÌster de primeriÌsimo nivel sobre el sistema financiero, la globalizacioÌn y la gestioÌn empresarial. En este libro, he querido compartir los conocimientos y experiencias que me ha dejado esta crisis y que ha situado la informacioÌn financiera en la primera paÌgina de la actualidad. No hubiera podido hacerlo sin la ayuda de mis fuentes, entre las que se encuentran numerosos economistas, ejecutivos bancarios, analistas, poliÌticos, companÌeros de profesioÌn y, sobre todo, sin la colaboracioÌn de mis colegas de El PaiÌs, una redaccioÌn que atesora grandes profesionales con los que ahora vivo momentos tan duros. A todos ellos quiero agradecerles sus explicaciones, sus informaciones, su paciencia, su sabiduriÌa, que han sido clave para reflejar la actualidad cada diÌa. Solo confiÌo en que pronto pueda empezar a escribir la historia de la reconstruccioÌn de nuestro sistema financiero apoyado en otras normas y en mejores instituciones. Seguro que esto ayudaraÌ a acercar el final de esta larga y dura crisis econoÌmica, que amenaza con llevarse todo por delante, incluso el periodismo de calidad.