El mundo ha cambiado desde la guerra de Ucrania. Se ha instalado un desorden internacional en el que las relaciones económico-comerciales y los equilibrios geopolíticos han saltado por los aires. La globalización se ha paralizado, hay reconversiones de las cadenas de valor, procesos de reindustrialización nacionales y estímulos y subsidios que rayan el proteccionismo productivo.
Todo ello deja traslucir una profunda metamorfosis. Como si el planeta emitiera latidos extraños a distintos ritmos. 2023 está mostrando los lodos de la polvareda levantada el pasado ejercicio con la convulsión geopolítica de una nueva contienda bélica en territorio europeo.
Una lista nutrida de naciones han declinado cooperar con Estados Unidos y sus aliados europeos, asiáticos y anglosajones en las directrices sancionadoras impulsadas desde el G-7 contra Rusia por la invasión. Al margen de si sus posiciones diplomáticas son más o menos morales, el Sur Global se ha rebelado. Sobre todo, contra Occidente, que ha visto cómo una sucesión de líderes, de Nueva Delhi a Nairobi, han mostrado una confianza inusitada para airear intereses encontrados con la Casa Blanca y el entramado institucional europeo.
Los polvos de este nuevo lodazal ya se asentaron en 2022. La COP27 de Egipto sacó a relucir una vieja reivindicación de los países de rentas bajas, la de recibir financiación directa de las naciones ricas por “daños y perjuicios” relacionados con el cambio climático por los excesos de emisiones de CO2 desde el inicio de la revolución industrial. Ese año Qatar acogió la Copa del Mundo de Fútbol y fue el primer país árabe en hacerlo, con Marruecos llevando a semifinales a una selección africana. Un hito histórico.
Ambos acontecimientos desvelan que hay vida más allá del orden occidental y parece que cada vez está más y mejor articulada.
La afrenta de Vladímir Putin ha sido permitida por China y los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), con solicitudes masivas para incorporar a nuevos miembros y con ínfulas de grandeza para destronar a EEUU de la hegemonía económica, monetaria, geopolítica e inversora internacional. Xi Jinping se ha erigido en el estandarte de este jaque al cetro mundial. Pero su rival regional, India, no va a dejar pasar la oportunidad de salir a la palestra como superpotencia global.
Al Gobierno nacionalista de Narendra Modi no le faltan argumentos de peso. Acaba de superar a Reino Unido como quinta economía del planeta y a China como nación más poblada, sin perder el estatus de mercado favorecido por la Casa Blanca y socio aventajado de la Alianza Indo-Pacífico, que levanta sarpullidos en Pekín. India ha desarrollado un armazón tecnológico, medioambiental y de preservación de los derechos laborales que amenaza la Nueva Ruta de la Seda de Xi Jinping.
Pero ¿podría India tutear a China como alternativa a la supremacía global de EEUU? A tenor de varios parámetros económicos y geopolíticos, podría resultar un contrapeso eficiente para evitar un mundo bipolar como el que parecen dibujar en ocasiones en Washington y Pekín.
El armazón diplomático de Nueva Delhi
Antes del conflicto armado en Ucrania, India apenas adquiría el 0,2% de las ventas de crudo ruso. Pero, al término de 2022, con los descuentos del Kremlin, que han abaratado el barril hasta una horquilla de entre 20 y 30 dólares, supusieron el 23% de sus importaciones petrolíferas.
También China se ha beneficiado de la estrategia del Kremlin de hacer pivotar sus ingresos por sus trascendentales rúbricas energéticas hacia Asia, al convertir a Rusia en su gran suministrador de oro negro, por delante de Arabia Saudí.
Pero la maniobra india vino acompañada de un mensaje importante a Occidente, que revela que sus lazos con Moscú son de primer orden. “Los problemas del mundo no son los europeos”, apuntó su ministro de Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar, sintonizando con la misma longitud de onda que la de no pocos de sus homólogos; entre otros, los de Tailandia o Kenia.
India demuestra mayor capacidad para aunar posturas del Sur Global que China, cuya estrategia se ha basado en potenciar las relaciones bilaterales, especialmente en América Latina y África, mediante créditos para infraestructuras, compras de empresas o negocios vinculados a las materias primas. Y esto ha endeudado ostensiblemente a sus otrora aliados. En el seno de los BRICS, la sinfonía de Modi suena mejor a los oídos brasileños y sudafricanos que los cantos de sirena chinos.
“El Sur Global tiene mucho más crédito y capacidad de respuesta e influencia de lo que EEUU y Europa le otorga”, alertaba recientemente Anne-Marie Slaugther, CEO de New America y exdirectora de planificación política en el Departamento de Estado en Foreign Policy.
Además, Nueva Delhi es una democracia, la mayor por censo de votantes del mundo, lo que la distingue del régimen autoritario chino. Otra cosa es que esté todavía a años luz de alcanzar a Pekín como potencia económica y poder nuclear, club al que se incorporó en los noventa tras una acelerada carrera contra Pakistán.
EEUU vuelve a ser un buen termómetro de situación. Si China está en condiciones de superar al PIB estadounidense en torno a 2030, India no lo hará hasta 2075, como anticipa Goldman Sachs. Y está por ver qué apoyos recaba en el orden mundial –de la Casa Blanca, pero también de Rusia o China– para convertirse en socio permanente de un Consejo de Seguridad ampliado y adaptado a los nuevos tiempos de la ONU, o en una supuesta remodelación de Bretton Woods o el G-20.
India no solo ha recibido el coqueteo de Japón para adherirse como observador al club de las siete naciones más industrializadas del planeta. También participa del formato Quad sobre Seguridad en Asia que conforma junto a Australia, Japón y EEUU, y del I2U2, creado en julio del pasado año con la Casa Blanca, Israel y Emiratos Árabes Unidos (EAU) para contribuir a resolver los conflictos geoestratégicos.
El respeto a la idiosincrasia india
“El hecho de que EEUU y la mayoría de sus aliados acepten que India no critique abiertamente a Rusia” o de que se abstenga en votaciones de la ONU contra Moscú “demuestra que la visión india del mundo no les resulta incómoda”, afirma Aparna Pande, directora de la Iniciativa India en el Instituto Hudson.
Delhi, que ejerce la presidencia del G-20 este año, “está usando este reto para erigirse en puente entre Occidente y el Sur Global” y para normalizar las diferencias entre India, Rusia, China y EEUU en este foro sobre sus fórmulas de estabilización del orden mundial.
Graham Allison, politólogo y ensayista estadounidense, repasa en Foreign Policy los obstáculos a los que se enfrenta Modi en su intento de convertir a su país en futura superpotencia global y de rivalizar con éxito con China. Inicialmente, la tasa de natalidad del gigante indio casi duplica a la de su vecino, con un ritmo de crecimiento económico del 6,1% en el último bienio, frente al 4,5% del segundo PIB mundial. Y está la mano tendida de Washington en su rivalidad por el dominio de Asia con China, de la que le separan más de 2.000 kilómetros de frontera.
Después de tres decenios de “milagros económicos”, liberalizaciones de sectores y avances tecnológicos, su sorpasso a China está a años luz. El PIB de su vecino (de 19 billones de dólares) es casi seis veces superior (3,4 billones) y su industria manufacturera supone la mitad en producción y la tercera parte en exportación de bienes.
A pesar del esfuerzo en innovación de India, los graduados chinos en áreas de digitalización duplican a los indios, cuya economía emplea solo un 0,7% en gastos de I+D+i frente al 2% que destina China.
Además, el país de Xi Jinping acapara más de la mitad de las redes 5G en el mundo, aporta su nacionalidad a 4 de las 20 big techs del planeta y son, junto a EEUU, los únicos productores globales de inteligencia artificial (IA), con el 65% de las patentes. También tiene una mayor capacidad productiva de su fuerza laboral y muchas ventajas en redistribución de riqueza y supresión de pobreza.
Pero India también dispone de puntos fuertes: cuenta con la condición de socio geoestratégico de la Casa Blanca y, según Zahra Tayeb, de Goldman Sachs, es el país asiático “con más oportunidades de inversión”.
Multinacionales americanas como Apple, Tesla o SpaceX han elegido al aliado asiático de Washington en sus negocios continentales. Bangalore “está demostrando que su rol del Silicon Valley indio ha dejado de ser un sueño y ya ofrece vigorosos réditos en términos de productividad, innovación tecnológica y capacitación técnico-profesional”. “Su aportación al capital humano y al sistema productivo puede acelerar su salto a la elite mundial”.
Entre sus bazas está también su potencial conversión como centro logístico y comercial dentro del espacio transpacífico entre sus socios asiáticos y aliados americanos, en un momento trascendental para que se asienten las cadenas de valor y las rutas de mercancías.
Y su desafío reindustrializador, con el que pretende irrumpir como la Gran Fábrica Mundial de chips y componentes electrónicos, al calor de los subsidios y beneficios para la instalación de centros fabriles con capital extranjero, que han captado el interés de numerosas multinacionales y propiciado la creación de las primeras joint-ventures.