Durante la burbuja inmobiliaria se multiplicaron las urbanizaciones cerradas sobre sí mismas, donde las relaciones con los vecinos se tejen en la piscina o en el parque infantil. Un concepto de desarrollo urbano, al margen de los barrios de siempre, que “condena a la gente a vivir en coche”. Inés Gutiérrez Cueli, doctora en Antropología Social por la Universidad de Autónoma de Madrid, ha analizado esta realidad urbana en primera persona, desde su vida en uno de los proyectos de actuación urbanística (PAU) de Madrid, el de Carabanchel.
Su realidad es extrapolable a otros territorios, en una construcción de ciudad que “no es sostenible ecológicamente” por el uso de suelo, de energía y porque requiere de una “gran inversión pública en transporte, en dotaciones, en equipamientos”, que la Administración Pública no siempre hace. Ahora, Gutiérrez Cueli trabaja como investigadora postdoctoral en la Universitat Oberta de Catalunya y acaba de publicar su análisis 'Venir de barrio. Estrategias familiares, espacio y clase en los PAU de Madrid', editado por Politeya, Estudios de Política y Sociedad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Tu análisis está centrado en los PAU. ¿En qué se diferencian estos desarrollos urbanísticos de un barrio tradicional?
Durante la burbuja inmobiliaria se privilegió una forma de construir ciudad, urbanizaciones grandes, complejos habitacionales que ocupan el tamaño de una parcela, edificios cerrados que tienen servicios en el interior, como piscina, zona de juegos, etcétera. Nuevos barrios con esta tipología residencial o pequeñas urbanizaciones dispersas por las ciudades. Llegaron para quedarse. Y sí, hay contrastes con otras formas de crear ciudad, donde los edificios estaban más abiertos, había más porosidad entre los espacios y las urbanizaciones no estaban cerradas sobre sí mismas. Los PAU tienen una característica, que es el tamaño que alcanzan, porque son barrios enteros. Por ejemplo, el de Carabanchel estaba diseñado para unos 33.000 habitantes que es casi como la población de la ciudad de Teruel.
En el libro hablas de periferias obreras y liberales, pero podría establecerse una relación paralela entre PAU ricos y pobres.
En el libro utilizo esa diferencia entre periferias obreras y neoliberales para distinguirlos de los barrios que tienen una trayectoria acogiendo a migrantes de zonas rurales, que luego van a recibir a población migrante en los años 90 y en los 2000. Los diferencio de estas nuevas zonas que se construyeron con la burbuja inmobiliaria y que van a tener otro urbanismo. Pero entre los PAU hay una gran heterogeneidad. No tienen nada que ver los que están ubicados en el norte de la ciudad con los polos del sur. ¿Por qué? Pues porque básicamente van a reproducir, de nuevo, la brecha socioeconómica histórica que hay en la ciudad de Madrid entre un norte y un noroeste con rentas más altas y un sur y sureste con rentas menores, más empobrecidas. Y los PAU se asientan de nuevo sobre esta brecha.
Lo has comentado, estos nuevos barrios nacieron en la burbuja pero llegaron para quedarse. Han pasado 15 años desde el pinchazo del ladrillo. ¿No hemos aprendido nada desde entonces en cuanto al desarrollo urbanístico?
Los PAU eran 13 desarrollos residenciales y cuando llega la crisis de 2008, algunos estaban todavía sin urbanizar y se quedan paralizados, El Cañaveral o Los Berrocales. En torno a 2016 se empiezan a reactivar y se organizan movimientos sociales, vecinales, el movimiento ecologista, el movimiento de vivienda para lanzar a la administración pública ese debate, ver qué hemos aprendido, cuáles han sido los errores.
Está demostrado que este tipo de urbanismo no es sostenible ecológicamente, porque genera un consumo de suelo desproporcionado. Es una manera de construir ciudad mucho menos eficiente a nivel de recursos energéticos, de generación de basuras. Generan muchísimos problemas porque hay que hacer una gran inversión pública en transporte, en dotaciones, en equipamientos. Una ciudad que no es compacta y no es de proximidad tiene que estar muy bien dotada a nivel de servicios públicos y eso la Administración no lo hace. En la vida cotidiana generan muchos desplazamientos, condenan a la gente a vivir en el coche.
Hace unos meses se habló mucho de la ciudad de los 20 minutos. ¿Los desarrollos urbanísticos son lo contrario a esa idea?
Son lo contrario a vivir en proximidad. Están construidos sobre esta idea de que lo residencial está al margen del resto de elementos de la ciudad, del trabajo, de lo comercial, de la zona de ocio, de los servicios públicos. Y en nuestra vida estas cosas están integradas. No dormimos en un planeta, trabajamos en otro y hacemos la compra en otro. Esto afecta, sobre todo, a las mujeres que son, normalmente, las encargadas de entroncar todas estas actividades, las productivas y las reproductivas. Si tienes que ir al Ayuntamiento a hacer una gestión, a trabajar, hacer la compra y tienes que llevar las criaturas al cole, lo tienes que hacer en coche y, si no tienes, en autobús, y le tienes que dedicar todo tu tiempo.
Hace unos años se hizo fuerte la idea de que vivir en un PAU conllevaba cierto aburguesamiento o tender hacia una política neoliberal o conservadora. ¿Eso era cierto o era una construcción política por parte de las derechas?
En las elecciones de 2019, los PAU del norte de Madrid votaron mayoritariamente a Ciudadanos y se empezó a generar la idea de que estos barrios votan de forma conservadora y de que habitarlos implicaba un cierto aburguesamiento. En los PAU del sur no fue así. En el Ensanche de Vallecas y el de Carabanchel se vota en consonancia a lo que votan sus distritos de referencia, es decir, a lo que vota Carabanchel y a lo que vota Villa de Vallecas.
Existe una correlación entre el barrio y la clase, pero no entre el barrio y el voto o el barrio y la ideología
A la izquierda
Eso es. Se reproduce una idea que es problemática, como si por ir a vivir a esos barrios progresivamente adoptarás una serie de valores y de ideologías. Hay que tener una mirada más amplia y entender que estamos en un contexto de políticas neoliberales desde hace mucho, donde el Estado, poco a poco, se va retirando de garantizarnos unos servicios públicos y una calidad de vida, donde el mercado laboral y tener un trabajo deja de ser una garantía de tener un cierto bienestar. Ahí, en este contexto neoliberal, las familias intentan tejer sus estrategias para vivir mejor y procurar una mejor vida a las siguientes generaciones. Eso, en el Estado español, pasa por la propiedad de la vivienda. El sector inmobiliario y la propiedad de la vivienda en nuestro país son una garantía fundamental, especialmente para las clases trabajadoras, de dejar, al menos, una casa pagada y en un barrio con unas condiciones de vida mejores que en aquel del que vienes.
¿Pero puede establecerse una correlación entre barrio, clase de la que procedes y opción política?
Existe una correlación entre el barrio y la clase, pero no entre el barrio y el voto o el barrio y la ideología. Entre el barrio y la clase sí, porque la ciudad está ordenada de manera que la jerarquía urbana se corresponde bastante con las diferencias sociales. Lo vemos con los datos de renta, con los datos de esperanza de vida. Es terrible ver que, en distintas zonas de una ciudad, hay una diferencia de esperanza de vida de diez años. El urbanismo y la manera en la que está organizada una ciudad se corresponde con una jerarquía social. Hay una relación entre el barrio y la clase y esto se traduce en cómo nos percibimos y percibimos al resto.
El foco lo pones en Madrid, pero también comentas que no es muy diferente al desarrollo inmobiliario y a estos nuevos desarrollos urbanísticos de otras ciudades españolas. No sé si hay también equiparaciones con otras ciudades europeas, si hay algo similar al concepto PAU.
Este modelo de urbanismo de baja densidad, donde encontramos una ciudad casi dividida en una cuadrícula, con grandes vías y con protagonismo del tráfico y del coche, en detrimento del peatón o del espacio público, con adosados o con urbanizaciones no es un modelo nuevo. Se inicia después de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos, donde hay zonas donde no hay centro de ciudad, es todo suburbio. En el caso del territorio español tiene unas características muy concretas. En València, por ejemplo, la figura urbanística se llama PAI [programa de actuación integrada] y son barrios muy similares y de hecho, ahora mismo, están en todo un proceso de reivindicación en Benimaclet, que es un barrio obrero, trabajador. Aquí lo interesante son las dimensiones y, sobre todo, el contraste que se da, porque están anexados o cercanos a los barrios obreros.
En tu análisis llama la atención tu uso de la primera persona y de tu experiencia personal ¿Por qué decidiste contarlo así?
Soy antropóloga y el método de investigación es la etnografía o el trabajo de campo. Consiste en participar de los espacios sociales que vas a investigar, para entenderlos desde dentro y entender las experiencias y las perspectivas de sus protagonistas. Participas de las situaciones, pero también las estás investigando. De ahí el uso de esa primera persona, soy mi propia herramienta de investigación. Entonces, por una cuestión de honestidad investigadora y metodológica, el uso de esa primera persona tiene sentido.
Hablas de tu propia soledad, de cómo durante meses solo hablabas con dos personas ¿Por qué hay una dificultad para establecer relaciones en estos barrios cuando están pensados para que vivas en tu comunidad cerrada? ¿Por qué es tan difícil socializar?
A mí esa soledad me estaba dando mucha información sociológica sobre cómo estaba el barrio construido. ¿Por qué? Yo era una rara avis, tenía un perfil que en el barrio no existía por edad, joven para ser una madre y muy mayor para ser una hija. Además estaba soltera, no vivía en familia, no era propietaria de una vivienda y vivía alquilando. Son barrios organizados, donde la socialización se da al interior de las urbanizaciones y donde hay lógicas muy familiares.
¿Y cómo superaste esa soledad?
Hubo un momento inicial de mucha soledad pero en verano se abrió la piscina, que es el lugar de encuentro vecinal, un espacio abierto y accesible que rompe el aislamiento de la casa, de la unidad doméstica. Yo había estado yendo a clases de Pilates y cuando abrieron la piscina, me encontré con mis compañeras y eso me facilitó tejer relaciones.
El precio de la vivienda en los centros de las ciudades aumenta tanto y es tan inaccesible que es muy difícil conseguir una vivienda
A veces se lanza la idea de que las familias jóvenes con hijos dejan en centro de la ciudad o los barrios tradicionales, obreros o no, porque los barrios residenciales de las afueras son más familiares y cómodos; y que los centros de las capitales ya son una especie de parque temático de comercio, ocio y turistas. ¿Se ha diseñado para que sea así?
Se ha ido generando la idea de que si quieres tener niños o niñas o vas a formar una familia, vas a estar mejor y más tranquilo en zonas residenciales, pero también hay una cosa perversa, que es el precio de la vivienda. El precio de la vivienda en los centros de las ciudades aumenta tanto y es tan inaccesible que es muy difícil conseguir una vivienda. Y es imposible encontrar viviendas de una cierta calidad o de una cierta amplitud a un precio accesible. Es la pescadilla que se muerde la cola.
Entonces se está expulsando del centro de la ciudad a quien no puede pagar.
Se está expulsando a la gente con menos recursos. Hay un proceso de elitización y de expulsión hacia las zonas más periféricas del centro. Por otro lado, las viviendas que quedan accesibles en el centro están machacadas, viejas, pequeñísimas, en las que no se invierte absolutamente nada. En muchas ocasiones, se habitan por poblaciones migrantes o gente muy envejecida o con muy pocos recursos que resiste ahí, pero en muy malas condiciones.
En el libro mencionas el problema que generó un centro de acogida de personas en situación de calle que rompía con un ideal de “vivir tranquilo”. ¿Es un hecho generalizable? ¿Hay cierta propensión en estos desarrollos urbanísticos a la búsqueda de iguales?
Hay que entenderlo desde la trayectoria y las historias de estos vecinos y vecinas. A la gente que vive en un barrio rico, los centros de desintoxicación les pillan extremadamente lejos y nunca se van a cruzar con ellos, ni han formado parte de su vida, ni de su trayectoria, ni es una preocupación cotidiana. Pero a estos habitantes que han nacido en la periferia se les reavivan experiencias que ya han vivido en sus barrios. La gente te dice “siempre somos los mismos los que tenemos que aguantar esto”. Está la idea de que van a vivir mejor, más tranquilos en un contexto de políticas neoliberales y de pronto sienten que hay problemas o dinámicas que les persiguen.
En esta relación también del precio de la vivienda que comentabas antes, la vivienda se sigue percibiendo como un activo que te da rentabilidad, alquilarla es más rentable que tener un fondo de inversión. ¿Hay alguna forma de romperlo, de romper esta relación de vivienda como activo financiero?
Es algo que ha calado hasta el punto de que no nos imaginamos una vida adulta o independiente sin la compra de una vivienda. El camino para empezar a cambiar este imaginario es apostar por políticas de vivienda pública y sobre todo de vivienda pública en alquiler porque, en realidad, fue al contrario como se construyó ese paradigma. España era un país fundamentalmente de inquilinos y fue a través de las políticas de promoción de la propiedad privada como se fue cambiando esto. Ese proceso se puede revertir, pero hasta que no exista una bolsa importante de vivienda pública y de vivienda pública en alquiler que te permita vivir con dignidad y que puedas vivir en alquiler con tranquilidad y poder pensar a largo plazo.
Concluyes con la idea de movilidad social, la cuestionas en lo relacionado con el ámbito en el que se vive. ¿Por qué?
Lo que estaba intentando cuestionar es esa idea dominante, como estándar, de que la movilidad social es como quitarse o ponerse un traje y que se consigue, por ejemplo, cambiándote de barrio. Cuando analizamos, por ejemplo, el PAU de Carabanchel, lo que vemos es que los habitantes, en relación a la generación de sus padres, han vivido ciertas mejoras en su vida, han ido a la universidad, se han comprado una casa más grande y ya no viven en ese barrio del que muchas veces se quejaban. En realidad, siguen ocupando una posición de clase trabajadora. Ahora mismo, tener una carrera universitaria no te garantiza un bienestar, una tranquilidad o, incluso, un aumento de tu nómina.