La intrahistoria de la negociación de la reforma laboral: “Al final había muchísima tensión”

Laura Olías

24 de diciembre de 2021 21:18 h

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Las bromas sobre si les caía el Gordo o un acuerdo en la reforma laboral circulaban por sus chats. El día de la Lotería, miércoles 22 de diciembre, se preveía como una jornada clave en la mesa de diálogo de la futura legislación del mercado de trabajo, en la que los negociadores –donde había muchas y determinantes negociadoras– del texto habían pasado más tiempo en reuniones en los últimos días que en sus casas. Se acariciaba el pacto a tres bandas, del Ejecutivo con empresarios y sindicatos, algo histórico y por lo que muy pocos hubieran apostado hace meses. “Eran momentos de muchísima tensión, estábamos todos muy cansados. Cualquier propuesta era interpretada como que el otro quería robarte la cartera, que ya no podías ceder más de lo que lo habías hecho”, explica uno de los agentes en la mesa.

Se afrontaban los últimos pasos de una negociación que se había alargado nueve meses, con un gran acelerón en el último. Se pasó de una reunión a la semana a dos, a tres y, al final, a todos los días y a todas horas. Reuniones por la mañana y por la tarde, con contactos hasta altas horas de la noche. “Había mucho agotamiento también, que eso favorecía la tensión y las broncas”, reconocen varios participantes en la negociación.

El compromiso del Gobierno con Bruselas fue que la norma estaría en el BOE antes del 31 de diciembre de 2021, por lo que el objetivo era que –como tarde– el Consejo de Ministros lo pudiera aprobar el martes 28 de diciembre. Día de los Santos Inocentes. Sí, con esto también había bromas.

Había llegado el momento de la verdad: había que ponerle el lazo a la reforma laboral. Después de jornadas maratonianas de negociación en las últimas semanas se había conseguido limar la mayoría de diferencias y los debates se centraban ya en el detalle, “hasta la última coma”. Lo que se preveía como “unas horas” para el acuerdo acabaron siendo muchas, muchas horas. “Ya no sé bien en qué punto estamos, de verdad”, decía en un momento una fuente de la negociación. Haría falta una madrugada y una mañana de contactos, “de diálogo de besugos, a veces”, para solventar el último escollo: la subcontratación, y un problema de última hora con el sector agrario.

Dos últimos obstáculos

Los empresarios se enrocaron en el rechazo al texto existente sobre subcontratación y, en particular, a que figurara una mención a la “actividad principal”. Los sindicatos presionaban para que la medida no quedara diluida, ante el temor de no causar ningún efecto en las externalizaciones. Estas no se restringían, se estaba acordando al menos unas condiciones mínimas para sus trabajadores, las del sector de la actividad que realicen. Si no salía eso adelante, ¿qué había? “Eso nos llevó a las once y pico del miércoles, nos fuimos y dijimos al Gobierno que nos ofreciera un redactado con todo lo que habíamos dicho y lo hizo”, relata un miembro de la mesa. “Ahí ya le tocaba el turno a los jefes”.

Como suele ocurrir, el minuto final para confirmar el acuerdo depende de los líderes de los sindicatos CCOO y UGT (Unai Sordo y Pepe Álvarez) y de las patronales CEOE y Cepyme (Antonio Garamendi y Gerardo Cuerva) en conversaciones con el Gobierno. Principalmente, con la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, en continua interlocución con el presidente, Pedro Sánchez, explican fuentes conocedoras de estos últimos compases. El acuerdo finalmente se saldó con un texto que genera cierto malestar respecto a la subcontratación en algunas partes sindicales, por una redacción que consideran que ha rebajado sus expectativas y que es algo confusa. “Siempre hay cosas que se quedan por el camino, pasa lo mismo cuando negocias un convenio colectivo, pero viendo en perspectiva creo que es un buen acuerdo”, dice un miembro de los sindicatos.

Y, en las últimas horas, se salvó un problema de última hora. Asaja, la patronal de jóvenes agricultores, reclamaba que los contratos temporales “ocasionales” se alargaran en ese sector 120 días, no 90 como planteaba el texto gubernativo. La reclamación encontró la oposición del Ministerio de Trabajo, pero también algunos defensores dentro del Gobierno. Finalmente, el presidente Sánchez resolvió que se mantuvieran los 90 días, explican fuentes de la negociación.

La hora de la verdad: hay que votar

Con los nervios a flor de piel, el jueves arrancaban las consultas internas de los agentes sociales. Los primeros en votar el último borrador del Gobierno fueron los empresarios. Antonio Garamendi, presidente de la CEOE, es quien más complicado tuvo defender el sí al texto. En el camino habían conseguido cambios y cesiones que rebajaban los planteamientos de los sindicatos y el Gobierno, por lo que su voluntad era respaldarlo. Así lo hizo finalmente la mayoría de organizaciones empresariales en el comité ejecutivo, pero tras un debate difícil en el que se desmarcaron cuatro organizaciones de peso: la catalana Foment, la madrileña Ceim, la de automóviles ANFAC y Asaja.

“Garamendi le ha echado un par de narices, creo que ha pensado en el país”, dice un sindicalista, que destaca las fuertes presiones y diferencias dentro de la organización empresarial. Con una derecha instalada en el no a todo, sin debate, negociar y acordar con un Gobierno progresista plantea un problema para algunas patronales. Sobre todo las más politizadas.

“Garamendi es práctico”, dice otro sindicalista. “¿Qué hubiera pasado si la patronal se hubiera ido al rincón desde el principio con este Gobierno? Que no pactase nada y hubiera confiado en que la coalición no superase la pandemia, se separase, que la legislatura fuera un desastre como decía el PP... Es un juego de mucho riesgo. Le hubiera caído la del pulpo”, prosigue.

Después llegaba el turno de los sindicatos, CCOO y UGT, que lo tuvieron más sencillo y obtuvieron el aval unánime dentro de sus organizaciones. Se había llegado al final. Había acuerdo de todos los agentes sociales en la reforma laboral.

Recetas para tanto pacto

“Quién nos hubiera dicho esto hace nueve meses”, celebraba una fuente del diálogo social poco después de confirmarse el acuerdo. Pese a la capacidad de consenso demostrada por los agentes sociales en los últimos dos años, este era considerado el pacto más complejo. Algo casi imposible.

La reforma laboral es muy importante por su contenido, que incide en el mercado de trabajo, con intereses encontrados entre sindicatos y patronales, pero además tiene un indudable peso político para la izquierda que hacía temer que los empresarios no entraran a la negociación. El Gobierno quería un acuerdo a tres bandas, que incluyera a las patronales, para dar estabilidad a la legislación en el futuro y como gesto muy valorado en Bruselas para recibir con los brazos extendidos la legislación.

¿Cómo se llegó al acuerdo pese a las dificultades? Varias fuentes destacan como punto de inflexión el conflicto interno en el Gobierno del mes de octubre, pero no por los mismos motivos. Se refieren a cuando Nadia Calviño escribió un correo electrónico a Yolanda Díaz que reclamaba la coordinación de la reforma laboral, que acabó con la incorporación de otros ministerios al debate, como Economía y Seguridad Social.

“Hasta el momento las negociaciones habían sido muy de parte, no se había dado voz a una parte del Gobierno. Se dio un golpe en la mesa para que se incorporaran el resto de los ministerios a la negociación, que luego trascendió porque se filtró el envío del famoso correo electrónico”, dicen por un lado. “A partir de este momento se crea un clima de confianza ya que se asegura que la negociación de la reforma laboral va a seguir una línea equilibrada”, prosiguen estas mismas fuentes.

“La patronal siempre negocia en el último minuto, no se aceleró la negociación porque se unieran el resto de ministerios, ya pasó con la Ley Rider, por ejemplo. Lo que sí pudo ser determinante es que, tras el conflicto abierto, el presidente Sánchez aclaró qué se iba a hacer: se iba a respetar el acuerdo de Gobierno”, destacan por otro lado.

Un agente sindical considera que, una vez los empresarios tuvieron claro el marco de negociación y que la vicepresidenta económica no era la llave para rebajar cuestiones clave como la ultraactividad de los convenios o la prevalencia del convenio sectorial, las patronales entraron a negociar “con todo” para obtener las máximas cesiones posibles.

Ahí, en la recta final, llega el cruce de papeles y las peleas, que se mantienen desde el respeto e, incluso, el cariño entre las partes. El resultado ha sido un pacto que les ha costado medidas a todas las partes, lo que sale adelante no son sus propuestas intactas, pero todos creen que merece la pena haber cedido para alcanzar el pacto. “Eso es la negociación, acordar. Lo hacemos todos los días en empresas de todo el país, estamos acostumbrados”, dicen en un sindicato. “Esto pone en valor una forma de hacer las cosas. La del acuerdo, que es importante en un clima de crispación constante como el actual”, valora una fuente del Ejecutivo. “Ahora, a tomarnos el turrón”, celebra una participante de la negociación.

El valor de los protagonistas de la trinchera

Sin quitar importancia a “los jefes”, quienes se han fajado con la negociación de la reforma laboral en la planta cuarta del Ministerio de Trabajo durante nueve meses han sido los equipos de segunda línea. “Hay gente muy buena, muy solvente y con mucha capacidad de negociar”.

Esa segunda línea y la menor exposición pública de los negociadores y negociadoras es, para un dirigente sindical, clave en el éxito del diálogo social en este y otros grandes acuerdos alcanzados en los últimos dos años. “Es importante no estar tan sometido al escarnio público constante, poder vivir en otros tiempos... Eso da más márgenes”, opina en contraposición con lo que sucede a menudo con la política.

Con algunos cambios a mitad de partido dado lo que se alargaron las negociaciones, que hicieron salir a Cristina Antoñanzas y a Pedro Barato entre otras figuras destacadas, en la mesa de diálogo se tomaban la medida cada semana Maricruz Vicente y Mariano Hoya por parte de CCOO y UGT frente a Rosa Santos y Teresa Díaz por parte de las patronales CEOE y Cepyme. Por parte del Gobierno, la mesa era encabezada por el secretario de Estado de Empleo, Joaquín Pérez Rey, de la mano siempre de Verónica Martínez, directora general de Trabajo y una de las artífices de traducir lo discutido en la mesa al papel.

“Rosa” es señalada casi de manera unánime por su papel determinante en la mesa. “Es tremenda, muy hábil, muy inteligente y una actriz de cuidado, te monta unos números... Es muy lista, en el buen sentido. Muy muy inteligente”, comenta una fuente al otro lado de la negociación. También “Joaquín”, por su carácter conciliador y cariñoso con todas las partes, al que se suma un optimismo que hace ver factible lo complicado.

El respeto y la confianza entre los negociadores es otro ingrediente indispensable en este acuerdo, coinciden varias fuentes. “A ver, en la mesa pasa de todo. Nos hemos enfadado, ofendido, cabreado... Dicho muchas cosas en momentos de tensión, que si me levanto y me voy. Eso lo hacemos todos. Sobre todo la patronal”, dice un negociador. “Pero luego, vuelves a negociar”.