“Sin perspectiva feminista no podemos ver las relaciones de poder que hay en una empresa”
María Atienza es economista y su apuesta es la economía social y feminista. Miembro de la Red de Economía Alternativa y Solidaria (REAS) de Madrid ha coordinado para Economistas Sin Fronteras un informe sobre el enfoque de género en la economía social en el que se desgranan experiencias sobre las sinergias de estas dos corrientes económicas. Desde Bolivia a Perú, Ecuador y España, todos los casos descritos tienen algo en común, comenta Atienza: “La intereseccionalidad. Tienen en cuenta el género, pero también la clase, la etnia o el lugar de residencia para trabajar hacia nuevos modelos económicos”.
¿Es la economía feminista una crítica al sistema en el que vivimos?
Sí, es una corriente crítica, al igual que la economía solidaria o la ecológica. Todas tienen algo en común: una visión que busca desmontar el sistema capitalista. La feminista considera que hay que poner a la vida y a las personas en el centro, mientras que la economía capitalista pone al mercado en el centro y hace que el dinero sea un fin y no un medio.
Entonces, ¿diría que el capitalismo no puede ser feminista o que la economía feminista no puede convivir con el capitalismo?
Es totalmente inviable. Lo que intenta la economía feminista de hecho es romper con ese modelo y buscar un punto de transformación. Plantea que el capitalismo solo está visibilizando una parte de la esfera, que es la productiva, la que tiene que ver con los mercados, el lucro y el beneficio y las personas están al servicio de eso y no al revés. Sin embargo, otras esferas, como la reproductiva y la de cuidados, las invisibiliza. El capitalismo necesita que existan para sostenerse pero no las tiene en cuenta. Lo que queremos es que se visibilice esa esfera. El capitalismo y el patriarcado están muy unidos. Aunque el patriarcado viene de mucho antes, el capitalismo se ha nutrido de él para introducir esas relaciones de poder de género en el mercado.
Pero en las últimas décadas, también ha habido cambios muy importantes que tienen que ver con la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, con su independencia económica y su desarrollo profesional. ¿No son eso avances?
Es indudable que hace treinta años nuestras madres y abuelas estaban en una situación muy diferente a la de ahora porque no había ningún tipo de derechos. Ha habido avances, pero hay que tener en cuenta varias miradas. Si miramos el sistema en su conjunto, como modelo económico, para mí ha habido retrocesos. Tenemos que plantearnos qué tipo de sistema estamos construyendo, qué tipo de economía, de vida. Hay ahora una gran precarización, una gran degradación medioambiental, por ejemplo. Por otro lado, hay avances que tienen que continuar, porque ¿qué pasa con la triple carga laboral a la que estamos sometidas las mujeres?
Sin una perspectiva feminista, no estamos teniendo en cuenta las relaciones de poder que hay, por ejemplo, en una empresa: los trabajos que están feminizados, si las mujeres están excluidas de la toma de decisiones, si se promueve la corresponsabilidad y no solo la conciliación para las mujeres...
¿En la práctica, cómo se materializa esa unión de la economía social y de la feminista, en qué tipo de propuestas?
En la economía social estamos hablando de un tipo de empresas que son casi todas cooperativas o que tienen esa filosofía, el principio de cooperación. Son otras formas de trabajo: horizontales, nada jerárquicas, la toma de decisiones es asamblearia. Hablamos de emprender en colectivo, y de otras formas de relacionarse. Por ejemplo, si tengo un proyecto individual y me uno a otra gente para hacer compras comunes a un proveedor para que sean más baratas ya es una forma alternativa de trabajar en red.
¿No se corre el riesgo de idealizar las cooperativas como modelo? Las hay que se autoexplotan para sobrevivir y la gente acepta ganar 600 euros para así no desaparecer.
Sí, hablamos al final de que las organizaciones están formadas por personas y no por el hecho de que sea una cooperativa todo se transforma. Por ejemplo, tampoco está asegurado que ese modelo lleve implícito un enfoque de género, hay que trabajar en ello, ser conscientes y hacer autocrítica para detectar relaciones de poder. Se pueden dar esas situaciones pero de por sí esa estructura es más favorable que una sociedad anónima, en la cual ya hay una jerarquía y los trabajadores no pueden tomar decisiones. Estamos también hablando de economía local, de trabajar en el barrio, no necesariamente de introducir fórmulas nuevas, sino también de potenciar el comercio de toda la vida, para que las personas puedan quedarse y evitar la gentrificación.
Perú empezó a contabilizar en una cuenta satélite del PIB el trabajo de cuidados no remunerado. ¿Es un ejemplo de algo que España podría hacer ya?
Se puede hacer, la cuestión es que haya voluntad política. Las encuestas de uso del tiempo para contabilizar las horas de trabajo que se hacen dentro de los hogares y ver el gran desequilibrio que hay entre hombres y mujeres también son una fórmula de visibilizar, de poner encima de la mesa este debate. Es un paso adelante aunque solo sea para sensibilizar. Otra cosa es cómo avanzamos hacia la corresponsabilidad.
¿Y qué hacemos para cambiar eso, más allá de la sensibilización? ¿Cómo se transforma el reparto del trabajo y los cuidados?
Por una parte, está que en la esfera laboral haya más sensibilización. Hay que tomar medidas de acción positiva, cuotas, una especia de listas cremallera pero en las empresas. Son medidas temporales: hay un punto de partida de desigualdad y temporalmente se van a tomar esas medidas para corregirla. Es también importante hacer planes de igualdad y se puede pensar en auditorías sociales con enfoque de género en las empresas, igual que la hay en las cuentas. El enfoque de género debería transversalizarse en todas las políticas públicas. La ampliación y equiparación de permisos de paternidad y maternidad es una de las medidas que serían muy importante.
¿Piensa que la gestación subrogada forma parte de ese sistema capitalista que desmontar?
Es un debate muy complicado, pero no estoy a favor de esa práctica. Es mercantilizar los cuerpos de las mujeres. Volvemos a poner los cuerpos de las mujeres como objetos, es algo que se inserta de lleno en el capitalismo.