Marta Flich: “La gente se debería rasgar las vestiduras cada vez que un político promete bajar los impuestos”
La economista, actriz, humorista y presentadora de televisión valenciana Marta Flich ha publicado su primer libro. En Necroeconomía: El manual para entender la economía perversa (Grijalbo, 2019) comparte de manera más extensa y detallada las reflexiones sobre impuestos, mercado de trabajo o pensiones que habitualmente divulga en formato audiovisual, a menudo con un tono humorístico. Acompaña cada capítulo con ilustraciones del dibujante Darío Adanti.
En este manual “de economía sin números”, con el que pretende traducir a un “lenguaje inteligible” conceptos que se suelen trasladar voluntariamente “encriptados”, Flich habla también de política, corrupción, energías renovables o redes sociales, como explica en una entrevista con eldiario.es.
En su libro crea un nuevo término que llama necroeconomía y que define como todo aquello que se rentabiliza a partir del dolor, la muerte, la injusticia, la desgracia o todo a la vez. ¿Cuál sería el opuesto la necroeconomía?necroeconomía
El opuesto a la necroeconomía sería una economía progresista. Y sí que creo que haya una economía alternativa a ésta. La necroeconomía para mí, aparte de todo esto que has mencionado, es también esta nueva forma de política económica o de economía política en la que soy feminista pero cuando estoy en el poder no dedico recursos económicos a las partidas que garantizan la igualdad o la lucha contra la violencia machista. O garantizo que no va a haber una lista de espera en dependencia pero no doto las partidas presupuestarias de la ley de la dependencia. O sé que las mujeres, de forma cultural, equivocadamente, tienen que encargarse de los dependientes, y que por eso tienen que entrar y salir de un mercado de trabajo más precario y con contratos peores, pero no pongo remedio a todo esto.
Esto es necroeconomía y se está practicando desde todos los ámbitos pero también desde el Gobierno, las personas que trabajan para nosotros. Esto no deberíamos olvidarlo nunca. Los que gestionan nuestros presupuestos, nuestro dinero o los impuestos que se cobran de nuestros salarios. Esta gestión debe ir acompañada de los principios de igualdad y de progreso.
En el tema de los impuestos en estas elecciones se han hecho dos bandos: una derecha que promete bajarlos y una izquierda que dice, pero con la boca pequeña, que hay que mantenerlos y subir algunos. ¿Cree que es un tabú para los políticos explicar de verdad por qué hace falta pagar impuestos si se quiere tener un Estado de bienestar?
Yo creo que no tiene que ser tabú. Hasta ahora ha sido un tabú porque la derecha cree en la inverosímil “curva de Laffer”, que dice que cobrando menos impuestos se puede tener un Estado de bienestar alto. Para tener un Estado de bienestar entendido como educación pública, sanidad, cultura y pensiones, obviamente se tiene que subvencionar a través de los impuestos.
La derecha quiere dejar en un 38% del PIB los ingresos (impuestos) y los gastos. Cantidades muy similares a las de Bulgaria o Rumanía. Esto no es un Estado de bienestar desarrollado. La media de ese porcentaje en la Unión Europea es un 42% del PIB. Eso significa que para mantener el Estado de bienestar, cosa que a la derecha no le interesa porque que son muy fans de las privatizaciones y de desviar lo público a manos privadas, esta carga impositiva tiene que aumentar, pero no a las rentas pequeñas o a las partes más bajas del IRPF y a las clases medias. Hay que cargar a las grandes fortunas, a las grandes empresas, no a las pymes, que son un altísimo porcentaje del tejido industrial español. Las grandes empresas no tienen que tener exenciones, deducciones, ese tipo de cosas que facilitan que luego las tasas efectivas que se pagan sean muy pequeñas.
Si esto se explica bien, en un sistema en que la Constitución insiste que tiene que ser progresivo, la gente se rasgaría las vestiduras cada vez que alguien dijera que hay que bajar los impuestos porque en realidad en lo que se traduce es en que nunca la bajada de impuestos repercute a las rentas bajas y siempre facilita la evasión a las grandes fortunas.
En el libro habla de pensiones dignas y renta básica universal. ¿Ve este escenario posible en el futuro? La irrupción de la extrema derecha es una vuelta de tuerca a las ideas ultraliberales más salvajes, y ya hemos visto como acaban contaminando el resto del discurso.
El artículo 10 de la Constitución dice que se tiene que garantizar la paz social. Y si votamos a la ultraderecha, la paz social se va a terminar en el momento en el que le digas a una persona que ha cotizado toda la vida “no tienes una pensión”, y cada vez somos más los que vamos cumpliendo años. La conclusión sería “cuidado con lo que votamos, que luego puede traer consecuencias, sobre todo si nos mienten”. Pero volviendo a si veo en el futuro el mantenimiento de las pensiones o la renta básica universal, la respuesta es sí. Hemos visto que la jubilación, entre comillas, del rey emérito, va a cargo de los Presupuestos Generales del Estado. Bueno pues igual las pensiones tienen que ir también a cargo de los Presupuestos cuando no coticemos lo suficiente.
Tendría que haber un cambio del modelo productivo que garantice que tengamos mejores productividades, más valor añadido y por lo tanto que este valor añadido se traslade también a los salarios y que de esa forma coticemos más, de manera que no pongamos las pensiones en jaque y se pueda volver a llenar esa hucha de las pensiones. Ahora estamos además en un momento muy bonito en el que después de todas las cortapisas que se ha puesto a la energía renovable en este país por una cosa que llama oligopolio eléctrico, Europa nos está llamando la atención. Ahí hay una ocasión fantástica para cambiar el modelo productivo, las energías renovables tienen un alto valor añadido y podrían generar muchísimos empleos.
Estos temas que menciona están en el programa electoral de partidos de izquierda como el PSOE y Unidas Podemos. ¿Cómo contempla el cierto mercadeo y el pulso que ha empezado después de las elecciones entre estas dos fuerzas?
Partiendo de la base de que la política es el arte del diálogo, de poder llegar a acuerdos que faciliten la vida digna y la mejora de las condiciones de vida de las personas, veo necesario que se hable de cosas en común entre partidos progresistas para poder afianzar y sacar adelante determinadas políticas sociales que de otra forma no se podría hacer.
Lo que pasa es que, bajo mi punto de vista, hay algunos políticos que pecan un poco de adanistas, que creen que están haciendo las cosas por primera vez, que están inventando algo. Esto viene también mezclado con cierta falta de madurez que hace que pongan por encima sus egos, sus preferencias, sus personalismos, sus estrategias, en lugar de trabajar para la sociedad en España. Ante estas cortapisas, egos y faltas de madurez, infantiles y absurdas, creo que cuando determinados políticos no son capaces de ponerse de acuerdo para facilitar políticas deberían irse, y dejar que entren otros que sí hagan su trabajo.
Además de economía, en su libro habla de internet y redes sociales ¿Cree que el discurso público se empobrece más o se enriquece con esta manera de comunicar?
Tiene dos vertientes: una que me parece preciosa y es poner al alcance al político o al personaje público de las personas. Una señora de un pueblo de Valladolid puede ponerle un tuit al presidente del Gobierno. También es bueno porque puedes acceder a determinada información de otra forma sería más complicado. Yo empecé a trasladar mi trabajo de redifusión a través de las redes sociales.
Pero también es verdad que en redes sociales se forman microclimas de información sesgada: yo sigo una serie de personas que piensan como yo y entonces creo que el universo es lo que estoy viendo allí. Y la inmediatez de las redes sociales, la falta de profundidad, la potencia del titular, facilita que se te tergiverse o que intencionadamente se creen fake news. Aquí tenemos que acostumbrarnos a hacer pedagogía: “cuidado, dónde lo estás leyendo, quién lo ha publicado, quien más se ha hecho eco”. Y hay otra parte negativa que son los haters, el maltrato, el insulto, a través de redes sociales, que a veces roza lo penal.
¿Usted qué hace en esos casos de insulto personal?
Antes los bloqueaba y ahora tengo un filtro con el que solo puedo leer a la gente a la que sigo y a las cuentas autorizadas, así que me ahorro un montón. No hay que hacer el más mínimo caso y además a las mujeres siempre hay cierta tendencia primero a desacreditarnos y luego a meterse con nuestro físico, con nuestra edad. Y la versatilidad el machismo no la entiende. A mí a veces me critican por ser presentadora. Le habría estallado la cabeza a esta gente con el renacentismo.
Siendo mujer y humorista, con una imagen distinta a la habitual en los economistas ¿ha tenido que luchar especialmente por mantener la credibilidad profesional dentro de la economía?
Tengo credibilidad no solo por a lo que me dedico sino porque también formo parte, por ejemplo, de Economistas Frente a la Crisis y otros espacios de economistas progresistas. Estoy con pesos pesados de la economía de este país. Utilizo la vía del humor para hablar de Economía pero también estoy en foros muy rigurosos y mis fuentes son absolutamente fiables. Es verdad que existen digitales de derechas que se han creado para intentar dinamitar a los progresistas. Y también suele estar bastante ligado con el machismo. Desde ahí se me suele atacar bastante, pero si ladran me parece estupendo. Cada vez que alguien trata de desacreditarme por mi aspecto, creo que se hace un selfie y queda retratado en su psicología y su capacidad.