La tregua política y económica por el fallecimiento de la Reina Isabel II de Inglaterra le ha durado a la primera ministra británica, Liz Truss –insigne socia del club de halcones conservadores tories– apenas una semana. El tiempo que han tardado los mercados en levantar el luto, asimilar la sucesión y reanudar su actividad inversora. La estrategia económica, diseñada por Kwasi Kwarteng, su Chancellor of the Exchequer, forjada a golpe tributario con un alivio impositivo de nada menos que 45.000 millones de libras –alrededor de 50.000 millones de euros– ha sido completamente vapuleada.
Los mercados han mostrado una enérgica reacción semanal hacia una nueva reedición de la concepción thatcheriana de que las etapas de bonanza económica se fraguan aminorando la presión fiscal sobre las empresas y los ciudadanos y con amplias dosis de liberalismo y desregulación. Las plazas bursátiles retiraron todo reconocimiento de aceptación a la mayor reducción impositiva del último medio siglo en Reino Unido y propiciaron una reprimenda en toda regla de las más altas jerarquías económicas, políticas, multilaterales y monetarias.
El mensaje inmediato de los mercados no dejó indiferente a nadie. El deslizamiento pertinaz de la libra hasta llegar a la paridad del dólar fue el termómetro del ciclo vicioso en el que se transformó la atmósfera inversora. En paralelo, los bonos a 30 años –también conocidos como gilt–, los que valoran la estabilidad a largo plazo de la economía británica, sufrieron una turbulencia que se tradujo en un retroceso de un 24%.
El Banco de Inglaterra tuvo que intervenir como amortiguador de esta doble caída libre, que tuvo su efecto en la recuperación de parte del valor en el mercado de bonos. La cúpula de la autoridad monetaria británica salió al más puro estilo Mario Draghi en 2012 cuando salvo al euro con el aviso de que “comprará tantos bonos como sean necesarios para restaurar la estabilidad en los mercados”.
El freno y marcha atrás de los inversores tenía una clara lectura. Interpretaron la reacción del Banco de Inglaterra como una flexibilización de su estrategia de subida meteórica de tipos y del final de la Quantitative Easing (QE) de compra de deuda corporativa y soberana, según explica John Arthers, analista de Bloomberg. Su tesis, además, la corroboran economistas como Brian Hilliard, de Sociètè Gènèrale, que incide en que “la adquisición de gilts debe calificarse como el retorno, momentáneo o no, a planes de corte expansionistas QE”, con el objetivo de “acabar con las disfunciones del mercado”.
Ajay Rajadhyaksha, de Barclays, señala que este viraje en pleno recorrido para frenar una inflación otorga al Banco de Inglaterra “un contundente espaldarazo a su independencia”; por su toque de corrección a los “erróneos planes presupuestarios” del 10 y del 11 de Downing Street, residencias de jefe de Gobierno y del titular de Hacienda británicos, ante “la alarma desatada en los mercados”.
Paul Dales, economista jefe de Capital Economics, persevera en la idea de la poca paciencia que impera en los mercados: “no esperarán seis semanas a comprobar la efectividad de la respuesta del Banco de Inglaterra ni nueve a que el gobierno confirme su plan o reconduzca su estrategia”. Y menos con la libra en retroceso histórico, como nunca desde el término de la Segunda Guerra Mundial, la incógnita sobre el Brexit aún sin despejar y con advertencias como las de Goldman Sachs o BlackRock de que los valores bursátiles han penetrado en una fase de pérdidas que se agravarán ante los riesgos de recesión global.
Más inflación, más déficit, más deuda
El amplio abanico de críticas procedentes de autoridades monetarias, multilaterales, políticas y económicas tiene un denominador común: la inmensa rebaja impositiva anunciada por el Gobierno conservador favorece al estrato más pudiente, no contribuye a elevar el gasto social al ocasionar una merma de ingresos, ejercerá de combustible para una segunda oleada inflacionista a medio plazo, ahondará el agujero presupuestario y, en consecuencia, disparará el nivel de deuda soberana. En Financial Times la han calificado de medida “ideológica”, aparte de “irresponsable, excéntrica y regresiva”, porque ampliará la brecha de desigualdad entre ricos y pobres.
Algunas voces de la bancada tory piden ya dimisiones. Por ejemplo, el parlamentario Simon Hoare, quien califica a Kwarteng de “inepto” y al que le dice que “su locura no puede continuar”. Su colega Robert Largan considera “un error no forzado” la rebaja de los tipos impositivos máximos del IRPF británico. El ex ministro liberal, David Laws, que formó parte del gobierno de coalición entre 2010 y 2015 con los conservadores, apuntala esta línea y hace hincapié en el rigor presupuestario. Entonces, “no había dinero” para abordar el déficit adicional de 160.000 millones de libras que ocasionó la crisis financiera en los ejercicios 2009–10. Ahora, hay que volver a la prudencia fiscal porque no se está en una fase de laxitud monetaria con los tipos al alza y un encarecimiento de las emisiones de deuda a la vista. Unos ingresos suficientes y sostenibles son ineludibles, explica Laws.
La llamada al orden a Londres también vienen del espectro internacional. La Casa Blanca, a través de su secretaria de Comercio, Gina Raimondo, dejó un aviso a navegantes: “Las políticas de recortes de impuestos y de incremento simultáneo del gasto no combaten la espiral inflacionista a medio plazo, ni contribuyen a generar mayor dinamismo económico en el largo recorrido”. Al tiempo que recordó que los efectos de cualquier rebaja fiscal agresiva se aprecian en torno al medio año. Una disminución impositiva del calibre de la británica podría llegar a generar una segunda oleada de precios desbocados al conceder mayor poder adquisitivo a las clases altas e incidió en que “los inversores y empresarios lo que quieren son dirigentes que se tomen muy en serio el combate contra la inflación, por muy duro que sea”.
La triada de más inflación, con mayor desequilibrio fiscal y más presión sobre la deuda en una etapa de tipos altos también ha alarmado al FMI y al BCE. El Fondo se ha alejado de “cualquier recomendación de rebajas fiscales profundas y de programas de gastos confusos” y ha recordado que la estrategia presupuestaria y monetaria deben “caminar juntas”. En un mensaje inusualmente contundente y crítico. Esta institución multilateral tilda de “inapropiados” los estímulos tributarios “dada la presión inflacionista que asola a la economía británica”. Un testigo que recoge también Moody’s, que considera el plan de Reino Unido “un daño permanente a las finanzas públicas” que obligará al Banco de Inglaterra a acudir al rescate de la política, al augurar que dejará los tipos en el 6,25% en 2023 para defender la libra y amortiguar los precios.
También Philip Lane, economista jefe del BCE, ha insistido en que el alivio fiscal a los ricos tendrá traslado al presupuesto, a modo de mayor déficit, por lo que aboga por subir la presión tributaria a grandes fortunas y empresas con beneficios extraordinarios y arremete contra los gobiernos que tratan de calentar unas economías en riesgo de recesión cuando las autoridades monetarias tratan de enfriarla para frenar los precios.
Perspectivas de viraje político en Londres
Aun así, Truss mantiene el pulso en favor de su estrategia radical. Con un tono desafiante ante el conato inicial de rebelión en las filas de su partido, las turbulencias del mercado y la dramática intervención del Banco de Inglaterra. Se mantiene en sus trece, pese a que el laborismo, según la reciente y última encuesta de YouGov, aventaja en 17 puntos en intención de voto a la formación conservadora.
Garvan Walshe, ex asesor de política económica e internacional del partido tory explicaba hace unas fechas en Foreign Policy su versión sobre la reticencia de la premier a dar su brazo a torcer. “Quiere ser como Margaret Thatcher, pero no lo es”. “Truss hace un uso formal de la flexibilidad cuando en el fondo prevalece en ella el extremismo ideológico, el mismo que ha permitido a su formación dar vuelcos de liderazgo” sin perder el voto mayoritario de la sociedad, argumenta.
Sin embargo, tras un prolongado decenio de episodios drásticos como el Brexit y con un PIB con claros síntomas de agotamiento estructural desde la quiebra de Lehman Brothers, el panorama político británico puede cambiar. Sobre todo si, como se ha constatado esta semana, Reino Unido empieza a emitir señales de embestidas drásticas en el terreno inversor, con caídas de la libra o se repite un clima de desconfianza en las emisiones de bonos, añade Walshe. Como puntilla, el analista apunta que los gilts británicos en su versión más corta –colocaciones de deuda a cinco años– han llegado estos días a exceder la prima de riesgo de los bonos italianos y griego, un anatema en la isla.