“No veíamos lo de gastar el 70% del sueldo en alquiler y nos fuimos a vivir a una furgoneta”

Analía Plaza

15 de abril de 2021 22:02 h

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Iratxe Goikoetxea (29 años) y Déborah García (38 años) amanecen desde hace dos semanas en Biarritz, en el País Vasco francés. Aparcaron su furgoneta de seis metros cuadrados frente al mar y allí hacen vida, sin moverla ni gastar en gasolina. “Estamos al lado de la playa. Hay baños públicos, un enchufe cerca para cargar el ordenador, un paseo para hacer deporte y el supermercado a cinco minutos”, cuentan. “Es un sitio perfecto. Ahora solo gastamos en comida, unos 50 euros a la semana. Luego está el móvil, 22 euros mensuales cada una, y el seguro, 460 euros anuales que pagamos este mes”.

La pareja cumple el confinamiento francés, que obliga a estar a las siete de la tarde en casa (o en la furgo). Cuando termine, el próximo 26 de abril, partirán hacia Suiza. Después, Alemania. Y en otoño, a Italia. “España está peor en restricciones. Solo ir de Vitoria a Donosti fue un problema. El plan es ese, pero dependerá de las limitaciones”, continúan. “Gracias a las redes conocemos a gente que también está viajando y nos avisan de qué hay que tener en cuenta en cada sitio y de si hay que llevar test”.

Iratxe y Déborah son dos jóvenes vascas que viven como nómadas. Empezaron en agosto de 2020. No cambiaron su casa por una furgoneta porque nunca llegaron a tenerla: antes de mudarse juntas, cada una vivía en casa de sus padres, una en Álava y la otra Gipuzkoa. Iratxe llevaba cinco años empleada en un estudio de interiorismo; Déborah trabajaba en una ONG a media jornada y colaboraba como autónoma con medios, además de tener un Patreon sobre cine y arte con el que ingresa 400 euros al mes. Antes vivió trece años en Madrid.

“Vimos pisos. Hablamos de ello. Nos ilusionamos. Nos desilusionamos. No acabábamos de ver que, de nuestros sueldos precarios, el 70% u 80% fuese a pagar el alquiler y no pudiéramos ni ir de vacaciones”, relatan. “San Sebastián está por las nubes. Y Vitoria no tanto, pero es cara: entre 750 y 800 euros por un piso”. La opción de mudarse a una ciudad o pueblo más barato también estuvo sobre la mesa, pero en cualquier caso implicaba que Iratxe dejara su trabajo fijo. “Y habiéndome quitado eso...”, dice. “Reflexionamos: ¿es esta la vida que queremos? ¿Trabajar muchísimo para pagar un alquiler? ¿Meter todo nuestro dinero en este círculo?”.

Frustradas ante la dificultad de acceder a una vivienda tomaron la decisión de vivir itinerantes. Ahora cuentan su experiencia en el podcast Flâneuse: Historias en estado nómada, donde avisan de que ni están vendiendo esta vida ni es la solución para todo el mundo. El primer capítulo empieza con una declaración de intenciones política. “Esto es lo que nos ha funcionado a nosotras. Que el 70% del sueldo se vaya en pagar un piso nos parece deleznable. Las soluciones son políticas y sociales: que los alquileres no nos chupen la vida”.

De acuerdo a los últimos datos del INE, el 55% de los jóvenes de entre 25 y 29 años aún viven con sus padres. Y uno de cada cuatro entre 30 y 34 también. Estos porcentajes han aumentado entre 5 y 6 puntos en los últimos siete años debido a la falta de independencia económica —los jóvenes tienen salarios más bajos y mayores tasas de temporalidad— y al aumento del precio del alquiler, que desde 2015 ha subido un 50% en toda España.

Aunque la solución de Iratxe y Déborah no sea ni habitual ni para todos, su problema le será familiar a muchos jóvenes españoles. Es en este contexto en el que se debate la primera Ley de Vivienda (que buscará resolver las subidas disparatadas, aunque aún no esté claro con qué instrumento) y en el que el Gobierno pretende dedicar mil millones de fondos europeos a la construcción de vivienda pública en alquiler.

“Investigas y ves que hay gente que lo ha hecho. No tienes por qué vivir con un colchón tirado. En este pequeño espacio tenemos comodidades que otra gente no tiene. Es también un cambio en la forma de estar en el mundo”, continúa Déborah en conversación con elDiario.es. “Ahora tenemos una placa solar. Cuando nos llama Iberdrola, decimos con satisfacción: no, mira, es que vivo en una furgoneta y tengo una placa (risas). No os necesito”.

20.000 euros de camperización

Cuando decidieron que su futuro iría sobre ruedas, Déborah e Iratxe pasaron varios meses ahorrando. El coste total de la furgoneta fue de 20.000 euros: 7.500 euros comprarla y el resto, 12.500, de acondicionamiento. “4.000 euros fueron de calefacción. Las hay más baratas, pero queríamos poner una que fuera a gasoil, para no depender de comprar gas en países extranjeros. Y fue lo único que no montamos nosotras, porque la instalación era muy complicada y necesitamos un taller”, cuentan. El habitáculo tiene cocina, ducha (con un bidón de 80 litros), baño y armario. Los sofás se convierten en una cama grande.

La pareja pasó los primeros meses viajando por Europa. En Francia, explican, “es una gozada: hay un montón de áreas gratuitas de autocaravanas. Y en Suecia y Noruega existe el uso libre del suelo, que es un término muy bonito: puedes estar con tu furgoneta donde quieras siempre que lo dejes todo como estaba”. En España, se puede aparcar en cualquier parte (aunque en algunos sitios hay restricciones según el tamaño de la furgoneta) pero no acampar (esto es, abrir puertas y sacar toldos o mesas). “Aquí te intentan sacar dinero con todo”, ríen las jóvenes. “No tenemos problema en pagar un camping y a veces no te queda otra, pero lo que te encuentras no siempre es equitativo a lo que estás pagando”.

El verano pasado hubo en nuestro país un pequeño boom de matriculaciones de autocaravanas —en junio se matricularon 1.208 unidades nuevas, frente a las 1.007 de 2019— y la patronal del ramo (ASEICAR, la asociación española de la industria y el comercio del caravaning) reclamó más áreas de estacionamiento y pernocta. Según sus datos, solo hay 1.100 en nuestro país frente a los más de 6.000 de Francia o Alemania. “Incomprensiblemente, la iniciativa privada no termina de darse cuenta de la oportunidad de negocio que representan”, declaró.

Más allá de las cifras de matriculaciones, no hay datos sobre cuántos españoles viven de este modo. Cuentan Iratxe y Déborah que estos meses como nómadas han conocido a mucha gente como ellas. “El otro día estuvimos con una pareja francesa: él era ilustrador y ella gestionaba eventos musicales. Decían que en Francia era común, que mucha gente estaba dejando los alquileres. La pandemia ha creado trabajos en remoto que permiten a la gente trabajar desde otros lugares”, relatan. “Ahora estamos cerca del mar y hay gente que hace surf y vive así. Y el perfil de nómada digital es uno, pero también tenemos unas amigas temporeras. Vivían en Mataró, dejaron sus alquileres y llevan un año: trabajan durante seis meses y en temporada baja viajan con su furgoneta”.

Yo antes estaba desquiciada. Y ahora con 400 euros vivo.

Esos 250 euros al mes —algo más si están viajando y necesitan pagar la gasolina— son más fáciles de alcanzar con trabajos esporádicos que los 800 (más gastos) que supondría un piso. “Vemos que ahora no hace falta estar todo el mes trabajando. Lo hemos invertido: es como si los fines de semana los dedicáramos a trabajar y el resto del tiempo a adaptarnos a esta vida, a no estar delante del ordenador. Nos sentimos muy liberadas. Y creo que lo que más hemos ganado es salud. Yo antes estaba desquiciada, esa es la realidad. Ahora, con los 400 euros del Patreon, vivo”, anota Déborah.

Además de viajar, en los próximos meses continuarán publicando su podcast. Cobran 200 euros por capítulo. “Un plus”, concluyen, desde el que “desromantizar un poco esta vida. Porque hay partes muy bonitas, pero lo que nos ha llevado hasta aquí ha sido sacarnos las castañas del fuego. Porque era esto o... o no sabemos qué hubiera sido”.