El economista jefe de Deutsche Bank, Torsten Slok, envió esta semana un análisis a inversores estadounidenses sobre los veinte riesgos que afrontan los mercados en 2020. Sorprendió que la primera posición no la ocuparan la guerra comercial con China, las decisiones de la FED sobre tipos de interés, la desaceleración generalizada del crecimiento económico o una eventual salida desordenada del Reino Unido de la Unión Europea (que también están en la lista), sino “la creciente desigualdad en riqueza, ingresos y salud”.
¿Por qué un problema que afecta principalmente a capas de la sociedad en principio ajenas a las bolsas de valores podría preocupar a los inversores, más allá de una eventual solidaridad con los más pobres? Según explicó el analista a la cadena estadounidense CNBC, lo que les inquieta es “el debate político” que se está suscitando en torno a la posibilidad de elevar los impuestos a la riqueza o de destinar mayor gasto público a educación o sanidad tras treinta años de aumento de la brecha entre ricos y pobres en los países occidentales. Se vuelve a insistir en dicha idea en el punto seis de la lista.
Pero no solo eso. En Estados Unidos se está generando una discusión en las propias cúpulas financieras sobre la necesidad de que las empresas abandonen el único mantra del incremento del beneficio, en un entorno cada vez más concienciado con valores como la emergencia climática. Como explica este artículo de Alternativas Económicas, la Business Roundtable, una de las organizaciones más influyentes del capitalismo estadounidense, presidida por el presidente del banco JP Morgan Chase, aprobó en agosto un manifiesto que se desmarca de uno de los dogmas más asentados de la ortodoxia económica. El objetivo de las corporaciones, subrayan ahora los principales ejecutivos estadounidenses, no puede limitarse solo a los beneficios y a dar valor al accionista, sino que debe tener un impacto positivo también para el conjunto de la sociedad y para todos los actores involucrados.
Pero mientras estas reflexiones llegan a algún puerto o se pierden por el camino, la candidatura de la senadora demócrata Elisabeth Warren a disputar la presidencia a Donald Trump ha encendido las alarmas en determinados sectores empresariales, como dejó patente Mark Zuckerberg en una charla con sus empleados. Warren pretende acabar con el monopolio y la acumulación de poder de las grandes tecnológicas, y eso no le gusta al fundador y CEO de Facebook. También propone un impuesto del 2% anual a las familias con un patrimonio neto superior a 50 millones de dólares y un 3% a los superiores a 1.000 millones.
“A los mercados no les gusta que suban los impuestos. Eso supone menos valor para los accionistas”, explica a este periódico Rui da Mota, responsable de renta variable y valoración de carteras de activos en Analistas Financieros Internacionales (AFI). Reconoce que lo que prefieren las bolsas es menos regulación, que sea estable, y que los impuestos bajen.
A este respecto, hace hincapié en que “el mercado se ha tomado bien” medidas de estímulo para las rentas más altas y de recortes para las clases desfavorecidas que han adoptado presidentes de extrema derecha como Jair Bolsonaro en Brasil o el republicano Donald Trump, que pretende desmantelar una incipiente sanidad pública en EEUU.
En España, el Ibex 35 ha recibido con caídas, sobre todo en el caso de Bankia, el anuncio de un gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos. Esta última formación apuesta por mantener la nacionalización de la entidad, que pasó a manos del Estado en 2012 tras una catastrófica salida a bolsa. Ambos llevan en su programa electoral la idea de elevar determinados impuestos y crear algunos como los que se aplicarían a las transacciones financieras o a las grandes tecnológicas.
“Los mercados son el riesgo para la desigualdad”
Según el Laboratorio Mundial sobre Desigualdad (World Inequality Lab), “la desigualdad económica es un fenómeno generalizado y ha ido en aumento desde los años 80”. Sus datos reflejan que desde entonces el 1% más rico de la población mundial ha acumulado el doble de riqueza que el 50% más pobre.
Un informe de diciembre de 2017 refleja que el 10% de la población española más adinerada posee el 57% de la riqueza personal del país. Cuentan con una riqueza media de casi 813.000 euros por adulto. En EEUU, la acumulación es del 47% de la riqueza en manos del 10% más rico, aunque su sistema de protección social (educación y sanidad) es mucho más precario.
Para Clara Martínez–Toledano, una de las economistas autoras de este amplio estudio junto a Tomas Piketty y Gabriel Zucman, entre otros, “cuando aumenta la desigualdad, los votantes tienden a favorecer opciones políticas que impulsan la polarización del debate, a veces hasta el punto de desestabilizar las democracias y las economías”.
Pero también señala que “cuando el aumento en la desigualdad se debe a la caída en la movilidad social, y especialmente si se amplifica por dicha caída, se pierde eficiencia porque deja de aprovecharse el talento”. Esto puede repercutir en el desempeño las empresas y en concreto en las que están en bolsa, afirma preguntada por la inclusión del problema de los desequilibrios sociales como el principal riesgo para los mercados en 2020 y 2021 según el Deutsche Bank.
Liliana Marcos, investigadora en Desigualdad y Políticas públicas de Oxfam Intermón, ve “muy positivo” que la gran banca se dé cuenta de que existe un problema que desemboca en menos crecimiento económico y en un aumento de la tendencia al voto populista. Hace hincapié en la ironía de que sus razones sean la posible alteración de los mercados por un aumento de los impuestos y del gasto público. “La desigualdad hay que afrontarla, como se está viendo en Chile”, destaca. Los manifestantes en el país latinoamericano están expresando estos días en la calle su hastío por la falta de acceso a derechos básicos como la salud o la educación y el actual sistema de pensiones.
Marcos opina que “los mercados son un riesgo para desigualdad, no la desigualdad un riesgo para los mercados”. Recuerda que el capitalismo accionarial gira en torno a la atracción de inversores en busca de la mayor rentabilidad, y esto implica reducir al máximo costes como los laborales o los fiscales, lo que constituye uno de los motivos de la deslocalización tanto de la producción como de las sedes, en busca de paraísos fiscales. “Las empresas podrían generar riqueza si aceptaran unas rentabilidades más bajas”, defiende.
En esta idea de los mercados como riesgo para la desigualdad, y no al contrario, abunda también el vicepresidente de Fiare Banca Ética, Peru Sasia. “Lo que es fiel a la realidad, y no es un pronóstico es que los mercados financieros y su desarrollo tienen responsabilidades a la creación de igualdad o desigualdad”, señala. A su juicio, vincular la desigualdad con el comportamiento de los mercados en sentido contrario es ambiguo y “analizado en detalle carece de sentido”.
Mercado especulativo versus economía real
“Los mercados operan comerciando e intercambiando bienes muy diversos, acciones, futuros, no son un solo sujeto, son muchas personas, organizaciones e instituciones. El mercado, como la sociedad, no es una sola cosa, es un concepto muy complejo y variado”, abunda Sasia. A su juicio, es el comportamiento de los mercados especulativos no vinculados a economía real el que sin duda genera desigualdades. “Son mercados en los que participan muy pocas personas e instituciones”, recalca.
Y hace hincapié en que la teoría del virtuoso derrame de los beneficios empresariales al resto de las capas de la población en realidad no se produce. “Las dinámicas de los mercados son ciegas a las necesidades de los sujetos individuales y colectivos: acceso a los bienes básicos, salud o educación”. Por ello, defiende, los operadores de finanzas éticas y alternativas están “exclusivamente centrados en la economía real, ser intermediarios entre ahorro y crédito”.
Aún es pronto para saber si los incipientes movimientos desde las propias cúpulas empresariales para rebajar la importancia del beneficio del accionista frente a otros factores como la distribución de la riqueza y el medio ambiente acabarán por calar en la cultura corporativa del capitalismo. Por el momento, la desigualdad se considera una amenaza para los mercados especulativos, pero no por las injusticias que conlleva, sino por la posible incidencia de políticas más sociales en la cuenta de beneficios de las empresas.