La electricidad es hoy un 37% más cara que hace un año, según los últimos datos del INE. La escalada coincide con la llegada de la nueva factura de la luz, lo que sin duda añade confusión a los consumidores, aunque el motivo esté en el encarecimiento del gas natural y la especulación en la bolsa europea de CO2. La electricidad es uno de los productos que más se han encarecido desde que empezó la pandemia, de acuerdo al análisis elaborado por elDiario.es comparando los últimos datos disponibles (abril de 2021) con los previos al coronavirus (enero de 2020).
Algunos de los productos en lo alto de la tabla dependen del momento del año, como las prendas de vestir o el calzado, que son más caros en primavera y otoño. Otros, como las bicicletas, los artículos para el hogar o los relativos a la jardinería, llegan ahí por un inesperado aumento de la demanda y por el aumento del coste del transporte (los precios para transportar mercancía en barcos se han triplicado desde enero de 2020).
En la parte baja de la tabla están los servicios turísticos: paquetes de viajes o vuelos, que inevitablemente bajaron de precio al no haber turistas y aguardan su regreso para volver a subir.
“En los próximos meses veremos efectos escalón muy importantes”, señala María Jesús Fernández, economista senior de Funcas. “El precio del petróleo cayó cuando empezó la pandemia y ahora ha vuelto a niveles anteriores. Hay que recordar que el año pasado por estas fechas la inflación era negativa. Este año, a medida que retomemos la normalidad, veremos subidas. Pero entendemos que será transitorio, que de momento no hay tensiones inflacionistas de fondo”.
Fernández responde así a las dudas sobre si entramos en una era con riesgo de inflación, de grandes subidas de precios y encarecimiento del coste de la vida. En España, el IPC de mayo se situó en un 2,7%, la cifra más alta en los últimos cuatro años y medio. Es cierto que la principal causante es la electricidad —que, además, venía de tocar mínimos hace un año (en abril de 2020 cayó un 20% con respecto a 2019)— y que el IPC subyacente, al que se le eliminan los productos más volátiles, solo aumentó un 0,2%. Pero de fondo hay un miedo global.
En la zona Euro, la tasa de inflación alcanzó el 2%, alcanzando el umbral establecido el Banco Central Europeo, cuyo objetivo es mantenerla siempre por debajo. En Alemania, llegó al 2,5%. Y en Estados Unidos, repuntó un 4,2% en abril (un 3% la subyacente).
Los estímulos de Estados Unidos son superiores a los de la Unión Europea y hay quien opina que la economía está recalentada
“En España, el 0,2% de inflación subyacente no es nada. El problema de cómo afecta la subida de precios a nuestro bolsillo es muy acotado y distinto de lo que pasa en Estados Unidos y Alemania”, explica Matilde Mas, catedrática de Economía y directora de proyectos internacionales del IVIE. “Con la subida de Estados Unidos la gente se ha empezado a poner nerviosa. ¿Por qué? Porque mucho de ese crecimiento ha tenido que ver con las ayudas por el COVID. Los estímulos son superiores a los de la UE y hay quien opina que la economía está recalentada. La Bolsa está tambaleante, porque pasar del 2% de referencia implica pasar a una política monetaria restrictiva, que suban los tipos y la expansión se frene”.
Un ejemplo del recalentamiento inflacionista que llega de Estados Unidos es el de la venta de coches usados. Los precios han subido un 21% en un año porque la demanda (gente que no quiere usar el transporte público por miedo al virus) es muy superior a la oferta, lastrada por la escasez mundial de semiconductores.
El coste de las materias primas también ha aumentado en todo el mundo —el índice Bloomberg que las mide está en máximos de los últimos cinco años— lo que a la larga se traduce en reducción de márgenes para la cadena alimentaria (productores, industrias y distribución) o en subidas de precio para el consumidor. Lo hemos visto recientemente con la leche: los ganaderos españoles reclaman 3 céntimos más por litro porque la soja y el maíz son hoy más caros que hace un año. Y la leche ya tiene unos márgenes tan ajustados que, o sube en el lineal, o todos los eslabones perderán dinero.
Goldman Sachs prevé que Estados Unidos termine el año con una tasa de inflación del 2,7%. Los analistas de IG señalaban este jueves que “los inversores siguen preocupados por los datos de inflación” y que tratan de anticipar “cuándo podría empezar el tapering”, el término con el que se conoce la retirada de estímulos en Estados Unidos, esto es: que la Reserva Federal reduzca su compra de bonos de deuda pública.
Eso al otro lado del charco. En Europa, continúa Mas, países con economías dispares dependen del Banco Central Europeo. “Para Alemania, una inflación por encima del 2% es un pecado mortal. Y el Bundesbank ha previsto que pueda subir hasta el 4%. Traduce lo que piensan en Estados Unidos aquí”, dice la catedrática. “Alemania puede pretender que el BCE vuelva a una política restrictiva que haría mucho daño a España e Italia. Subirían los tipos y volveríamos a hablar de prima de riesgo. Ese es el gran riesgo y no la subida de la energía. Aunque, salvo que gane la derecha en Alemania, no creo que las aguas lleguen a ese nivel”.
La inflación es la gran enemiga de la deuda pública. Si los inversores empezaran a pensar que la subida va en serio y para largo —en jerga económica, si cambiaran sus expectativas— habría “turbulencias importantes”, continúa Fernández. “Si tú tienes un título de renta fija que te da el 0,5% de rentabilidad y la inflación se pone en 2%, la rentabilidad es negativa y lo vendes. Ciertos crecimientos acaban trasladándose a expectativas inflacionarias y a la capacidad de los Estados para colocar la deuda”. Y aquí España saldría perdiendo al ser uno de los países más endeudados de Europa (120% del PIB).
La subida de precios en España
La subida del IPC en mayo en nuestro país llevó a Funcas a revisar su previsión al alza para este 2021. Sus analistas estiman que cerraremos el año en un 2%. El aumento de la inflación supone un aumento de las pensiones —y por tanto, del gasto público— y tiene efectos en cuestiones como los alquileres, que también se revisan al alza. Que el coste de la vida se encarezca más rápido de lo que suben los salarios provoca una pérdida de capacidad adquisitiva, razón por la cual la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, aboga por subir el salario mínimo interprofesional (que ahora está en 950 euros).
Los economistas consultados creen, si bien en los próximos meses habrá rebotes en determinados sectores —en turismo y en hostelería, donde puede que la demanda se recupere más rápido que la oferta porque muchos bares se hayan quedado por el camino— las previsiones actuales no son alarmantes.
“Sí, esperamos que sea algo mayor en los próximos meses e incluso que esté por encima del 2% durante años”, dice Manuel Hidalgo, profesor de economía en la Universidad Pablo de Olavide. “Pero es que venimos de una década de tasas muy bajas. No hay que alarmarse”.
Los elevados costes de la electricidad tardan, según Hidalgo, en permear al resto de la economía. Los precios de la vivienda, por otro lado, siguen ciclos distintos. El índice de precios de la vivienda del INE mostró en el último trimestre de 2020 una gran subida de la vivienda nueva (8,2% interanual) frente a la usada (0,4%). “Los bancos no tienen interés claro en que los vendedores de segunda mano vendan, así que no financian a sus potenciales compradores en las mismas condiciones que a otros”, indica el experto en mercado inmobiliario Borja Mateo. “Pero como han financiado a los constructores, sí tienen interés en que esas casas se vendan. Tienen mucho más interés en vender a precio alto pisos de primera mano que de segunda. Ya pasó en 2009”. Los alquileres están, según los índices de los portales inmobiliarios, bajando.
“La inflación en España por ahora es normal. O un problema pequeño comparado con lo que puede pasar”, finaliza Mas. “La falta de competencia de las eléctricas y el precio de la vivienda son problemas que merecen ser analizados, pero desde una perspectiva más amplia son la inflación alemana y la de Estados Unidos las que pueden tener consecuencias globales. Y como dependemos de lo que diga el BCE, nuestra capacidad de control es mínima”.