Es un bombardeo que dura años y aún continúa. Administraciones públicas, bancos, multinacionales tecnológicas y medios de comunicación han amplificado el mensaje desde lo peor de la crisis: la solución a los cinco millones de empleos perdidos en España estaba en el emprendimiento y el autoempleo.
El Gobierno de Rajoy puso en marcha una tarifa plana de 50 euros de cuota mensual para facilitar el acceso al régimen de autónomos. Comunidades como Madrid complementaron esos programa de ayudas con más bonificaciones.
Las jornadas y foros de emprendedores se multiplicaron por toda la geografía española a base de coachs y teóricos de la nueva economía que predican sobre business angels e incubadoras de proyectos. Ha nacido una nueva religión y en las televisiones afloraron documentales sobre jóvenes que se hacían millonarios de la noche a la mañana con su idea y mucho tesón. Historias de proyectos que nacen en garajes americanos y triunfadores en vaqueros y camisa remangada, de esas que reconfortan al espectador.
Diez años después de todo eso, la estadística oficial dice que muy poco ha cambiado en España. El número de emprendedores sigue por debajo de donde estaba al principio de la crisis y la mayor parte se dedican a la hostelería o al comercio. El Régimen Especial de Trabajadores Autónomos suma ahora 3.209.919 profesionales por cuenta propia frente a los 3.384.516 que registraba en 2008. Y eso que por el medio 1,3 millones de personas se han acogido a la tarifa plana del Gobierno para trabajar por su cuenta. Y que cientos de miles de parados más han capitalizado la prestación para cobrarla en un único pago e invertirla en sus negocios. Solo en 2016 38.369 desempleados eligieron esta vía.
“La tarifa plana de autónomos no consolida la actividad”
Eduardo Abad es secretario general de la Unión de Profesionales y Trabajadores Autónomos y tiene una explicación: “Vemos un crecimiento ínfimo pese a la burbuja que entre todos hemos creado y no podemos echarle la culpa a la jubilación porque en estos años solo 50.000 se jubilaron en nuestro sector. Lo que sucede es que han entrado por una puerta 1,3 millones gracias a la tarifa plana y han salido por la otra. Lo vemos en la calle, donde había un bar, abre otro bar, y la tienda de zapatos se sustituye por una de carcasas de móvil, y mañana, otra cosa. Muchos en cuanto se acaba la tarifa plana, abandonan. Lo que ha pasado en esta crisis es bastante nuevo. El régimen de autónomos siempre fue anticíclico, cuando se perdían puestos de trabajo crecía el número de autónomos y esta vez no pasado. Los trabajadores autónomos disminuyeron por primera vez en la estadística del RETA y eso se debe a que se ha atacado el poder adquisitivo de las familias, se han reducido drásticamente los salarios y se ha desplomado el consumo interno. Y las ayudas públicas han financiado aventuras que se sabía que no tenían futuro y se olvidaron de hacer más sólidos proyectos que ya estaban ahí”.
Begoña fue una de esas trabajadoras que vio una solución en el autoempleo. En 2007, justo antes de que estallase la burbuja de crédito y la crisis mundial que vino después. Tenía 30 años y decidió quedarse con el centro de nutrición en el que trabajaba en el centro de Madrid cuando se jubilaron sus propietarios. “Logré un traspaso aceptable, busqué financiación, créditos a la mujer menor de 35 años, ayudas para la informatización de los negocios... Tú primero tienes que adelantar todo el dinero sin saber si llegarán las subvenciones. Cobré todo el paro de una vez, la mayor parte en efectivo para hacer frente a los gastos y el resto para pagar las cuotas de autónomo a la Seguridad Social. Cuando llevaba cuatro años y medio hubo un problema con los dueños del local y decidí cerrarlo. Como no habían pasado cinco años desde el inicio de actividad tuve que devolver el dinero del paro con intereses. Para colmo, las notificaciones me las mandaba la Seguridad Social a la dirección del negocio y tardé en recibirlas un año, con lo que tuve que pagar cargos de demora. Perdí el derecho a la prestación de mi anterior trabajo y el derecho a mi propio paro, que había generado en mis casi cinco años de autónoma. Los requisitos para cobrarlo son muy duros. Ahora vuelvo a trabajar por cuenta ajena y me río cuando veo en el Metro esos carteles que animan a emprender. A mí en esa no me pillan, y si alguna vez lo hago, será todo muy diferente. No es cierto el mensaje que se vende de que el emprendimiento es fácil. Todo es muy complicado, los pagos, los impuestos... y eso que yo ya conocía el sector en el que me metía”.
Negocios guadiana: cigarrillos electrónicos y carcasas
No todo el mundo lo hace así. Las asociaciones de autónomos han identificado “negocios guadiana”, comercios que florecen como setas y que tal y como lo aparecen, luego se esfuman. Hace unos años eran los comercios de cigarrillos electrónicos que se multiplicaron y nunca más se supo, ahora están de moda las tiendas de carcasas de móviles que acaparan las esquinas de algunas calles y que según pronostican los expertos tienen también fecha de caducidad. Generalmente son experimentos de intrusos que desconocen los sectores en los que se adentran.
En uno de esos despachos que se dedican a analizar planes de negocio ha estado sentado todos estos años el economista Javier García Álvarez. Lo que ha visto le ha dado para un libro, La Burbuja Emprendedora, que ha escrito junto a Enrique González. Es un retrato sobre todas esas desventuras empresariales que no salen en los periódicos pero que son la gran mayoría.
García, que últimamente recibe invitaciones para echar algo de agua en las recetas de los foros de emprendimiento, atiende a eldiario.es por teléfono: “En este tiempo no he visto muchos proyectos de negocios que contemplen pérdidas. La gente llega con su excel siempre en verde, nunca hay números rojos. Porque la película del emprendimiento la compró todo el mundo. Se montaron peluquerías, se compraron taxis o camiones para transporte... Hubo una etapa con el Gobierno de Zapatero en que hubo liquidez para montar negocios, entró gente sin conocer el sector donde se estaba metiendo, y cuando el crédito se frenó, esa liquidez se convirtió en deudas. Y hubo palos importantes y víctimas, sobre todo de algunas franquicias que prácticamente te prometían dártelo todo hecho. He visto pasar todo tipo de cadáveres. También he visto cosas que funcionan muy bien, pero quienes las ponen en marcha tienen foco en el mercado, invierten a cuentagotas, no abandonan su otro empleo. Por mi experiencia, cuanto más desesperado estés, más probabilidades de fracasar”.
Pedro Raña vio venir “la tormenta perfecta” en 2010. Trabajaba como comercial en una agencia de touroperadores que tenía como mejor cliente a Viajes Marsans. Cuando esta quebró y su propietario, el expresidente de la patronal española, Gerardo Díaz Ferrán, fue detenido, su empresa -que además estaba especializada en destinos en crisis como Marruecos, Túnez o Turquía- empezó a tambalearse. Raña optó por capitalizar el paro y establecerse por libre en Santiago de Compostela.
Recuerda así su experiencia: “Me pilló con 47 años y tenía claro que mi puesto y el de cualquier comercial en una agencia de viajes era un empleo en extinción. La cantinela general del emprendimiento no me influyó mucho. Me hice autónomo trabajé para varias empresas. Firmé un contrato con una agencia de viajes en Internet y me franquicié. Tenía mi propia página web, ellos me cedían el CIF para poder vender. Al mismo tiempo organicé excursiones para peregrinos desde Santiago a la Costa da Morte. Intenté hacerlo bien con una buena empresa de autobuses. No me funcionó. Perdí dinero porque no quería ganar mala fama cancelando las rutas cuando no lograba llenar las reservas y esos autobuses semivacíos eran ruinosos. Estuve así unos años hasta que encontré trabajo en una empresa. A quien se lo esté pensando le diría que es muy difícil. Que hay un porcentaje de éxito muy bajo en el emprendimiento, que a la mayoría nos salió mal. Empiezas con pocos medios, vas pillado económicamente y tienes que acertar con el primer disparo. Me costó dinero. Veo el mensaje general que se está lanzando y aunque depende de las circunstancias de cada uno, yo ahora lo dejaría como ultimísima opción. Si ya tienes una edad y una experiencia y un plan de negocio claro, puede valer la pena, pero desde luego teniendo muy claro lo que quieres exponer”.
El powerpoint del millón de euros
Quienes están en el ajo cuentan casos mucho más dramáticos. Incipientes empresarios que lo pierden todo: la inversión, el paro más los intereses, y hasta las propiedades de familiares que se ofrecieron a avalar. “Nosotros hemos contado experiencias terribles en el libro sin utilizar los nombres reales. Es gente que tiene que empezar de cero y que no suele contar su historia. Se ha recurrido con cierta frivolidad a ese mensaje romántico del fracaso y ahora hay gente que no va a poder tener una tarjeta de crédito a su nombre en toda su vida”, subraya el autor de La Burbuja Emprendedora.
Ningún otro sector como el de la tecnología ha alimentado las expectativas de inversores y nuevos empresarios ávidos de pelotazos. Con los tipos de interés a cero, la Bolsa en horas bajas, estaba el sueño de inventar algo y que viniese Google a comprarlo. “Ese era el plan de negocio, tener muchos usuarios. O la tecnología, como si la tecnología fuese un medio y no un fin”, sostiene el analista de mercados. “He visto a industriales que han reunido unos ahorros y decidieron meter 150.000 euros en un videojuego para la app de unos chavales que les habían contado que tenían muchos usuarios. Pero eso es como ver pasear a mucha gente por El Corte Inglés. Si no vendes, no hay negocio. Y los usuarios en Internet o en las apps no son un negocio. Todo el mundo creía que su powerpoint valía un millón de euros. He visto palos muy gordos en el sector del videojuego que no se cuentan porque nadie tiene mucho interés en comunicar su fracaso”, señala García, quien dice que los ejemplos darían para una secuela de su libro.
Sus tesis están en números en informes como el de La Caixa que revela que la mortalidad de las startups -sí, en el argot lo llaman así, mortalidad, sin eufemismos- es del 80% en los dos primeros años.
La excepción Minguela, líder mundial con 35 años
Rebeca Minguela juega en otra división. Su currículum es el vivo retrato del éxito. Ingeniera de Telecomunicaciones, máster en Tecnologías de la Información por la Universidad de Stuttgart, MBA con honores en la Escuela de Negocios de Harvard... Con 35 años es la única española entre los 100 jóvenes líderes mundiales elegidos por el Foro de Davos.
Tras pasar por IBM y Siemens, montó junto a otros socios su primera startup, Blink, de reservas de habitaciones, que vendieron -en el sector todo el mundo coincide en que muy bien vendida- dos años después a Groupon. Ha liderado la transformación digital del Banco Santander y ahora opta a lanzar su segunda empresa tecnológica, Clarity, una agencia de calificación para medir la “rentabilidad social” de cada euro que invierten administraciones públicas pero también empresas.
Desde Boston, por correo electrónico, insiste en un mensaje que lanza en sus últimas conferencias y entrevistas acerca de la confusión que existe en España a la hora de referirse al emprendimiento: “A veces no se entienden bien las diferencias entre una empresa que nace con la intención de ser una PYME en el largo plazo, y una startup de alto riesgo y alto potencial de crecimiento. Son empresas muy diferentes con necesidades muy distintas en varios ámbitos (financiación, contratación y talento, planes de negocio e internacionalización, regulación e impuestos...) Curiosamente, la mayoría de ayudas para startups en España y Europa se llaman ”ayudas para PYMEs“, ”instrumento PYME“ o similar. Creo que es un error meter a diferentes tipos de emprendimiento en el mismo saco y se acaba dañando tanto a unos como otros, porque no se cubren las necesidades de ninguno de una forma eficiente. Es habitual ver cómo se piden planes conservadores a startups con modelos de alto riesgo y muchas veces no se miran las métricas o indicadores de éxito adecuados, mientras modelos de más bajo riesgo o empresas ”tradicionales“ se quedan fuera de las ayudas financieras porque no se consideran ”suficientemente innovadores“.
Minguela, que estas semanas salta de Europa a Estados Unidos presentando Clarity, pide antes de nada “dejar de ver la realidad a través de filtros de Instagram”. “No hay pócimas mágicas, pero sí factores que ayudan como la persistencia, el trabajo duro y la preparación. A veces se subestima la preparación, nos venden mucho los casos de Mark Zuckerberg o fundadores como él que ni acabaron la universidad y ahora son billonarios. Pero hay que mirar las estadísticas, no las excepciones. 85% de los 400 emprendedores más ricos según Forbes acabaron estudios superiores y tenían alta preparación. Habría que mirar también la estadística de cuántos de la gente que deja la universidad o no tienen experiencia profesional antes de montar su proyecto tienen éxito frente a los que fracasan. Y además, incluso quienes abandonaron los estudios para hacer sus proyectos se rodearon muy pronto de profesionales muy cualificados que les ayudaron a gestionar y escalar sus empresas como el propio Mark Zuckerberg”.
Una década después la fiebre de las startups está lejos de pasarse. Y todavía ahora se puede cruzar la península de jornada en jornada. El mapa del emprendimiento de la agencia Efe programa medio centenar de eventos en toda España financiados por instituciones públicas, obras sociales de bancos, empresas farmacéuticas, asociaciones de empresarios... El segundo fin de semana de abril se celebra la Sevilla start up weekend, que se anuncia como “el evento emprendedor que cambiará tu vida”. En las webs de algunos bancos se dan consejos sobre “cómo trasladar tu startup a Silicon Valley”. El economista Javier García asegura que sobran “chamanes” en el mundillo y falta sentido común.
Se busca relevo para 50.000 autónomos que se jubilan
El reto para España es colosal. Startups aparte, según los datos de la Seguridad Social, existen 50.000 autónomos que tienen más de 56 años. Por mucho que estiren su vida profesional, en 15 o 20 años, la generación que levantó sus negocios a finales de los 60 y luego contribuyó al baby boom deberá jubilarse. Y el relevo generacional no está ni mucho menos garantizado. La Unión de Profesionales y Trabajadores Autónomos pide políticas activas para garantizar que todo ese empleo no se pierda. “No conozco ninguna fábrica que muera porque se jubile su propietario y en nuestros negocios debería ser igual”, dice Eduardo Abad, comerciante de tercera generación que sabe de lo que habla.