Krista Perry, una diseñadora de Massachussetts, navegaba por la aplicación de Shein, el gigante chino del fast fashion, cuando se encontró con uno de sus diseños, con la expresión “Make it Fun”, que estaba siendo comercializado en forma de póster sin su permiso. Tiempo después, se dio cuenta de que la compañía había estado sacando provecho de otro de sus trabajos, una alfombra con diseño floral. Indignada, contactó a la compañía para pedir explicaciones, y esta se ofreció a pagarle 500 dólares para calmar su enfado por los robos. Pero Perry, una joven artista que cuenta con 15.000 seguidores en Instagram (@kristerpelly), decidió no aceptar la tramposa oferta de la app de moda más descargada, más googleada y con más menciones en TikTok en todo el mundo, y se unió a otros dos diseñadores para plantarle cara.
Junto a Larissa Martinez (@larissablintz), propietaria de la empresa de moda Miracle Eye, y Jay Baron (@jrileybaron), fundador de la marca de bordados Retrograde Supply Co., dos víctimas del supuesto robo hasta ahora impune de la compañía, demandaron a Shein por vender “copias exactas” de su trabajo, lo que violaría la ley sobre Organizaciones Corruptas y Estafadoras (RICO, por sus siglas en inglés). Esta ley, dictada en 1970, se estableció originalmente para luchar contra la violencia organizada y la extorsión de la mafia estadounidense, pero también se puede aplicar a “infracciones graves de derechos de autor”.
La demanda alega que Shein opera con un esquema basado en la inteligencia artificial, la infracción deliberada de derechos de autor y la esperanza de que ninguno de los artistas se dé cuenta. Concretamente, Perry, Martinez y Baron “acusan a la empresa de utilizar un algoritmo patentado para encontrar obras de arte populares, incluidas las suyas, y luego utilizarlas en productos propios de Shein sin dar crédito ni pagar a los artistas”, explica la abogada Maria Brusco, del bufete Grossman LLP, especializado en disputas comerciales.
Según la demanda presentada por los artistas, en esta estructura no intervienen seres humanos: son procesos automatizados, que se limitan a encontrar obras de arte, crear productos y ponerlos a la venta de la manera más rápida posible. Además, “el proceso de Shein está diseñado para eludir la responsabilidad por derechos de autor”, asegura Brusco, “Shein produce sólo unos pocos artículos infractores al principio y luego espera a ver si un artista presenta una reclamación por infracción. Si es así, Shein llega rápidamente a un acuerdo con ellos o detiene la producción a pequeña escala”. Pero, si nadie se da cuenta de la infracción y el producto se vende bien, Shein procede a aumentar la producción.
La mayoría de estos casos pasan desapercibidos, por lo que a Shein le termina saliendo rentable pagar a la pequeña proporción de autores que les reclama. En el caso de estos tres diseñadores, Perry, Martinez y Baron, no solo no aceptan la reparación de la empresa, sino que han decidido ir más allá y demandarla. “Las demandas civiles por la ley RICO permiten a los artistas recuperar el triple de sus daños, así como los honorarios de los abogados. Existen otras fórmulas para reclamar daños y perjuicios, pero los montos son relativamente pequeños, así que vale la pena recurrir a la justicia”, explica Brusco, pues es probable que Shein termine pagando más.
La recomendación de la abogada a los artistas independientes es clara: “Deben registrar sus derechos de autor inmediatamente después de publicar la obra. Es un procedimiento sencillo, y lo mejor es hacerlo antes de que sea demasiado tarde y se haya cometido la infracción”. Pero no es suficiente con eso: dados los tiempos que corren, “los artistas deben mantener sus ojos abiertos y, cuando encuentren una copia no autorizada de su obra, consultar inmediatamente a un abogado”.
Oleada de demandas en Estados Unidos
No es la primera denuncia por derechos de autor que recibe Shein, ni será la última: el supuesto robo de diseños se ha convertido en una parte más de su modelo de negocio, que combina una logística inmensa y global que le permite mantener sus bajos precios, campañas agresivas en redes sociales, especialmente TikTok, y cuestionables prácticas laborales. Ello le ha permitido liderar los ingresos de su sector, con más de 23.000 millones de dólares facturados en 2022.
“Shein se ha enriquecido cometiendo infracciones individuales una y otra vez, como parte de un patrón largo y continuo de chantaje, que no muestra signos de disminuir”, alega la demanda presentada por Perry, Martinez y Baron a principios de julio. “No es exagerado sugerir que la pauta de mala conducta de Shein implica la comisión de infracciones diarias de derechos de autor”.
En lo que llevamos de 2023, el gigante de la moda rápida ha recibido una docena de demandas de propiedad intelectual en Estados Unidos, según Bloomberg News. Los propietarios de pequeñas empresas, indefensos, llevan años denunciando este tipo de abusos, pero la compleja legislación sobre derechos de autor en la industria de la moda ha dificultado que se tomen acciones legales contra la imitación descarada de diseños.
En el caso de Martinez, Shein presuntamente robó el diseño de un mono naranja estampado con margaritas. Ella lo vende en su web por 200 dólares; la copia de Shein –que ya no está disponible– valía 9 dólares. Por su parte, Baron asegura que le copiaron un parche bordado con la frase “Hello, I'm Trying My Best”, cuyo precio pasó de 6 dólares a 2,20 en la página de la empresa china. Su denuncia se suma a las decenas alrededor del mundo; la última, la demanda interpuesta en Hong Kong por la firma sueca H&M, que acusa a Shein de haber robado varios de sus diseños, entre los que se encuentran trajes de baño y jerséis.
Crecimiento meteórico
La compañía, fundada en 2008, se ha consolidado en 15 años como el principal retailer entre la generación Z y millenial. Así lo demuestran sus buenas cifras registradas en 2022, año en que ingresó 23.000 millones de dólares en ventas, y ahora tiene un valor de 66.000 millones. De este modo quintuplica a uno de sus principales competidores, H&M (que vale 12.700 millones), y ya está ligeramente por encima de Inditex (con un valor de 56.000 millones). Su competidor por antonomasia Temu estaba valorado en 64.000 millones de dólares en marzo.
Su amplia selección de vestidos, tops y vaqueros low cost, que se renueva constantemente, así como la venta de productos de proveedores externos, le ha permitido ganarse un sitio preferente entre el mercado joven y disparar sus ingresos.
Shein se convirtió el año pasado en la principal tienda online de moda rápida en EEUU, superando el 50% de las ventas y anteponiéndose a competidores tan asentados como H&M, Fashion Nova, Forever 21, ASOS y Zara. Un ascenso meteórico que inició durante la pandemia: entre marzo y abril de 2020, dobló sus ventas en el país norteamericano, un incremento impulsado por su agresiva promoción a través de redes sociales, especialmente TikTok.
Pero su éxito va más allá de haberse subido a la ola del auge del comercio online: se explica por una fuerte inversión en logística, sistemas informáticos y algoritmos que le han permitido llegar al consumidor “en tiempo real”, conocer su respuesta y adaptarse rápidamente a sus necesidades. La empresa china se beneficia de las economías de escala para sacar nuevas líneas de producto a un ritmo con el que sus rivales no pueden competir. De hecho, es capaz de poner a la venta entre 700 y 1.000 productos nuevos cada día.
Acusaciones de explotación laboral
Estas cifras astronómicas solo son posibles gracias a una enorme red logística ubicada en la región de Guangzhou, en China, donde tiene cerca de 6.000 fábricas. En ellas, ha recibido acusaciones de aplicar trabajos forzados, abusos laborales y horas extra sin remunerar. Estas condiciones son las que posibilitan los precios extremadamente bajos a los que es capaz de vender la compañía china.
Una investigación de Public Eye, una ONG orientada a la sostenibilidad, desveló el año pasado las precarias condiciones a las que se enfrentan los trabajadores de la compañía. Para sortear el secretismo que rodea a la empresa, dos investigadoras de Public Eye se desplazaron hacia Guangzhou para ver de primera mano cómo se fabrica la ropa y se infiltraron en fábricas propiedad de otras empresas, que luego suministran a Shein.
La investigación encontró a trabajadores realizando jornadas de 75 horas a la semana, con largos turnos y poco tiempo de descanso, además de graves carencias de seguridad: muchas de las fábricas ni siquiera contaban con ventanas o salidas de emergencia. En estas condiciones se manejan máquinas de coser, se trabaja en los departamentos de control de calidad y embalaje o se planchan y cortan telas.
La ONG concluyó que las largas jornadas –de hasta 12 horas diarias, en algunos casos– no solo violan el código de conducta para proveedores de Shein, también la ley laboral china, que establece el máximo de la semana laboral en 40 horas.
Estas acusaciones vienen a colación en Estados Unidos, donde la empresa está tratando de salir a bolsa mediante una IPO (Initial Public Offering), una medida que ha sido pausada después de que una veintena de legisladores hayan pedido una auditoría a la Comisión de Valores y Bolsa para certificar la inexistencia de trabajo forzado.
“Como empresa global, Shein se toma muy en serio la visibilidad en toda nuestra cadena de suministro. Nos comprometemos a respetar los derechos humanos y a cumplir las leyes y normativas locales de cada mercado en el que operamos”, se defendió la compañía en declaraciones a Reuters.
El Congreso alerta de que Shein viola la ley de importaciones
Además de todas las demandas y acusaciones que pesan sobre Shein, el pasado junio se añadió una nueva: una comisión parlamentaria del Congreso de EEUU publicó un informe en el que alertaba de que Shein se ha estado aprovechando de un vacío legal en la ley de importaciones, que permite a los minoristas importar productos libres de impuestos y con menos escrutinio siempre que los paquetes tengan un valor inferior a los 800 dólares. De este modo, la compañía se las habría ingeniado para evitar pagar el impuesto estándar de la ley de importaciones, del 16,5%, y el arancel del 7,5% que el país aplica a China.