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El ‘tsunami’ político y económico que azota a Alemania

El canciller alemán Olaf Scholz pronuncia un discurso en el Parlamento alemán Bundestag en Berlín, Alemania, el 13 de noviembre de 2024.

Ignacio J. Domingo

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La fiabilidad alemana lleva tiempo en el limbo. La locomotora germana salió lenta de su letargo de la Gran Pandemia, gripó con el estallido bélico en Ucrania y descarriló definitivamente por el elevado coste de su energía. Altamente dependiente del gas ruso, quebraron empresas y hogares, hasta paralizar industrias completas y convertir su tradicional músculo económico en episodios de recesión y su histórico control de precios en espirales inflacionistas.

Ante esta encrucijada, provocada por dos acontecimientos excepcionales, la crisis sanitaria con sus confinamientos sociales e hibernaciones productivas y la guerra iniciada por su proveedor energético en las mismas fronteras de la UE, Olaf Scholz ha arrojado la toalla. Después de que el canciller abordara escenarios coyunturales complicados como disrupciones en cadenas de valor o escaladas de inflación y subidas de tipos desconocidas desde el cambio del milenio.

El dirigente socialdemócrata abrió la caja de los truenos al cortar de raíz la cabeza liberal de su tripartito -la del titular de Finanzas, Christian Lindner- la oveja negra de la coalición semáforo que completaban los Verdes. Scholz decidió, junto al líder de la oposición, Friedrich Merz, convocar en diciembre una moción de confianza condenada a perder, aunque esencial para sacar adelante iniciativas sociales urgentes con consenso. A cambio, cedió un adelanto electoral de 11 meses, con fecha fijada: el 23F.

Merz, cabeza de cartel de la eterna alianza CDU/CSU que lidera las encuestas con un 30% y que sostuvo 16 años en la cancillería a los democristianos Helmut Kohl (1982-98) y Angela Merkel (2005-21), no tardó en descargar las culpas hacia su rival del SPD, que empieza la precampaña tercero, a dos puntos del 18% que los sondeos conceden a los neonazis del AfD, con los Verdes cuartos (11%) y la Alianza Sahra Wagenknecht (8%) la más reciente escisión de disidentes de La Izquierda, como último partido con representación en el Bundestag.

“Seré la garantía de un nuevo liderazgo en Europa y para Europa” en el que Alemania “dejará de ser una aletargada potencia media para convertirse en un poder global activo”, precisó Merz.

En línea con el subconsciente colectivo germano que valora la cita con las urnas como un examen para quitarse el cartel de enfermo económico europeo y reanimar a su otrora lustrosa industria. El heredero de Merkel en la CDU se autoproclamó como el único aspirante capaz de aplacar los daños colaterales que la nueva versión Trump 2.0 propiciará sobre la geopolítica global, las estructuras productivas europeas y alemán y sus negocios y su lastre competitivo con las dos superpotencias globales.

Cumbres borrascosas sobre la gran potencia europea

El arrojo de Scholz convocando los comicios no esconde la certeza de parte de este diagnóstico. El canciller, que apeló a la unidad y al rechazo a la crispación política que ha reinado en EEUU en el último decenio, aseguró que la ruptura del gobierno “fue ineludible” por el rechazo de Lindner a un nuevo apoyo financiero a Ucrania con cargo a la deuda federal.

Hace unas semanas, evitó la afrenta con su ministro por su negativa a aceptar los eurobonos que Mario Draghi aconsejó lanzar como avales para “proyectos geoestratégicos” que devuelvan la competitividad perdida al mercado interior europeo. En principio -dijo el ex presidente del BCE en su informe encargado por la también democristiana alemana Ursula von der Leyen-, para impulsar la industria armamentística, construir un escudo antimisiles en los cielos abiertos comunitarios y crear un Ejército europeo, escenario que cobra mayor verosimilitud con el retorno de Trump.

El líder socialdemócrata alemán tendrá complicado lidiar con su futuro homólogo americano. Scholz felicitó con efusividad a Joe Biden cuando se retiró de la carrera presidencial -“ha logrado mucho por su país, por Europa, por el mundo”- una de esas frases que Trump identifica como lapidarias para arremeter contra sus enemigos, internos o externos. Ya lo sufrió Merkel, la mandataria a la que más criticó en su primer mandato el líder republicano.

Pero ahora, a la cruzada contra el canciller se ha unido Elon Musk: “Es un loco”, escribió la mayor fortuna del planeta y gurú económico de Trump sobre Scholz en su red X, un post que se visualizó más de 42 millones de veces, cuatro veces el apoyo electoral del SPD en los últimos comicios federales.

Con o sin Scholz, ¿estará Alemania en condiciones de perfilar la réplica transatlántica que exigirá a Europa un nuevo Gobierno Trump más agresivo? ¿Con la reedición de otra Gran Coalición entre la CDU y el SPD como la que le situó en 2021 como número dos de Merkel? Aunque en esta ocasión, conducida por Merz, y en caso de que cumpla su promesa de descartar cualquier pacto gubernamental con la AfD.

Los inversores parecen aspirar a ello por la subida del 1,7% del Índice DAX nada más anunciarse la convocatoria electoral y el clima de desconfianza industrial y económico. Al menos, en el corto plazo. Wolkswagen, uno de sus iconos automovilísticos, avanza en el cierre de tres de sus sedes en el país, algo inaudito. Las tarifas energéticas siguen anormalmente caras. La dura agenda de reformas estructurales continúa sin tomar vuelo y la anemia manufacturera augura un segundo año de recesión consecutiva. Nada nuevo en un modelo productivo que necesita reinventarse y que ha entrado en un círculo vicioso, con caídas del PIB en W desde el inicio del ciclo de negocios post-Covid.

El sentimiento inversor alemán volvió a encender las alarmas de su indicador del Instituto ZEW, que empeoró drásticamente en noviembre al caer desde el nivel 13,1 al 7,4, cuando el consenso de analistas aventuraba un alza de una décima. Mientras el bund alemán, símbolo de estabilidad del euro, “ha perdido su brillo” avisa Marcus Ashworth en su columna de Bloomberg. Ante las malas perspectivas de aumentos de sus deudas, que aún se sitúa en un meritorio 62% del PIB, y una reevaluación sistémica de las obligaciones de sus pagos derivada de una “confluencia de factores”.

Entre otros, Ashworth cita la persistentemente cara factura energética, las caídas exportadoras a China de su rúbrica manufacturera, clave en su modelo de negocio internacional y, sobre todo, la amenaza de subidas arancelarias a productos europeos por parte de la Administración Trump. The Economist no deja lugar a las dudas sobre este último riesgo: “Llegan malas noticia desde EEUU para los empresarios alemanes” que no levantan cabeza desde la invasión de Ucrania hace casi tres años en los que, además de tener que instaurar mecanismos de resiliencia comercial y energética, han sufrido choques productivos internos. En este periodo, los activos germanos apenas han aumentado un 3%, frente al 16% de crecimiento promedio de las acciones de las potencias industrializadas.

Reconversión alemana en un mercado interior poco competitivo

Las estrategias corporativas alemanas han empezado a explorar un horizonte transatlántico con vientos huracanados. EEUU es el primer socio de Berlín, cuyas arcas recibieron 160.000 millones de dólares por ventas a su principal cliente, del que importó bienes por valor de 77.000 millones. Solo China, México y Vietnam presentan mayores superávits bilaterales. En el futuro inminente, el impacto arancelario, sea del 10% o del 20% -cota aún por concretar por el equipo de Comercio de Trump- “podría obligar a Alemania [y la UE] a aplicar escudos sociales y empresariales”, avisa Martin Ademmer, analista de Bloomberg Economics, quien dice confiar en la “habilidad germana para responder ante eventos imprevistos”.

El Instituto IFO cifra en un 15% el receso exportador germano a EEUU con unas tarifas del 20%. Aunque la firma proveedora de datos fDI Intelligence, incide en el también cuantioso retroceso inversor. La ley IRA de Biden impulsó el capital germano hasta los 16.000 millones de dólares en 2023, casi el doble que en ejercicio precedente, y lejos de los 6.000 millones que las compañías alemanas desplegaron a China. Inercia que será difícil de mantener, a juzgar por el mensaje de Trump: “Quiero que las marcas automovilísticas alemanas lleguen a ser firmas americanas y que sean ellas las que construyan sus plantas en EEUU”. El pasado año, 900.000 vehículos made in Germany entraron en el mercado americano, la mitad de sus ventas totales al exterior.

Para Aslak Berg, analista del Centre for European Reform (CER), Alemania resulta indispensable en la articulación de cualquier réplica europea del tsunami comercial de la nueva era Trump; pese a su urgente reconversión, similar, aunque de puertas adentro, a las recomendaciones de Draghi y Enrico Letta para restablecer la productividad y competitividad de la UE. Por ejemplo, para hacer comprender a Washington que Europa no desea el decoupling -fragmentación- con China, como EEUU, sino tan solo una desescalada controlada de riesgos (de-risking) en “la necesaria relocalización para asegurar los suministros de manufacturas y materias primas”. O para tratar de mantener el pulso del Consejo de Comercio y Tecnología (TTC) sobre seguridad digital e IA que se ha logrado con la Administración Biden.

Carsten Brzeski, economista jefe de ING, afirma que las elecciones en EEUU y Alemania marcarán “cambios superlativos” que repercutirán en Europa, con virajes geoestratégicos que, a veces, “serán experimentales, a pesar de su trascendencia, y en ocasiones, estructurales” por lo que Bruselas precisa de una Alemania que “la salvaguarde”. Ante “los intentos de Washington de debilitar y fragmentar” a la UE, como alerta Hal Brands, profesor de la Cátedra Henry Kissinger de Asuntos Globales, para quien Berlín “debe defender el orden liberal y democrático” europeo, retratar ante Trump “su amenazante tensión trasatlántica” y evitar que la EU se transforme con su versión 2.0, escribe en Foreign Policy.

Y pueda persuadirle de, al menos, alguno de los riesgos que entraña “su agresiva y aislacionista agenda” en el ámbito monetario, económico y tecnológico o en la batalla climática o la seguridad global, enfatiza Peter Walkenhorst, analista de Bertelsmann Stiftung.

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