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A partir del próximo miércoles, Markus Braun tiene una cita todas las semanas con la policía en Múnich, la capital de Baviera. Este empresario austriaco, hasta hace dos viernes consejero delegado de la plataforma alemana de pagos electrónicos Wirecard, está siendo investigado por las autoridades germanas. Se sospecha de su participación junto a otros responsables de la compañía en un posible delito de fraude contable y manipulación de mercado.
Esas sospechas hicieron pasar a Braun la noche del pasado lunes en prisión, antes de que su abogado lograra ponerlo en libertad previo pago de cinco millones de euros. Esa cantidad no es nada comparado con lo que hay detrás del escándalo que vive Wirecard. Según los medios teutones, es el “mayor escándalo contable” que jamás haya ocurrido en Alemania. Al parecer, los responsables de Wirecard habrían hinchado las cuentas de la empresa por valor de hasta 1.900 millones de euros.
Hasta hace unos días, Wirecard pasaba por ser la joya de la corona de la fintech alemana. Este jueves, sin embargo, la empresa formalizaba en Múnich su declaración de insolvencia. A Wirecard la describen ahora como una empresa que “lucha por su supervivencia”, según los términos del diario británico Financial Times.
En ese periódico conocen bien el caso de Wirecard. A principios de 2019 la redacción de dicho diario comenzó a informar sobre cómo las cuentas en Asia de la compañía alemana podrían haber sido falseadas. Ahí comenzó la caída bursátil de la empresa de Braun. Entonces, la acción de Wirecard pasó de valer 160 euros a deslizarse hasta los 99 euros.
Braun y compañía lograron mantener el tipo frente a las informaciones, entre otras cosas porque lanzaron auditorías internas a cargo de empresas independientes. Según recordaba esta semana el diario conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung, en 2008, las instancias de la empresa encargadas de velar por los intereses de los accionistas ya reprocharon a la empresa falta de transparencia en sus cuentas. Pero la cosa no fue a mayores.
Muy diferente es la situación que ahora atraviesa la compañía. Es más, la semana pasada la situación se hizo insostenible. No había manera de justificar el agujero de 1.900 millones de euros que había encontrado la auditora EY en las cuentas de Wirecard. Se sospecha que Braun y compañía falsearon los resultados de la empresa para hacerla más atractiva para clientes e inversores.
En un entorno de denuncias cruzadas, la filial alemana de EY ha declarado que “hay indicios claros de que se trató de un fraude complejo y sofisticado, que involucró a múltiples partes del mundo en diferentes instituciones, con un objetivo deliberado de engaño”, rechazando cualquier responsabilidad ante las demandas de terceros inversores por el dudoso papel de la auditora: “incluso los procedimientos de auditoría más sólidos y amplios pueden no descubrir una conspiración de fraude”.
En cuestión de días, el valor de las acciones ha caído en picado. No hace ni dos semanas que se pagaba por cada título de la empresa 104,04 euros. En el momento de escribir estas líneas, la acción vale 3,5 euros y la tendencia es a la baja.
Braun dimitió hace dos viernes. Él fue el CEO que logró que Wirecard dejara de ser una start-up. La convirtió en uno de los buques insignia del capitalismo alemán. No en vano, Wirecard entró con él en el índice bursátil DAX en 2018 en detrimento de Commerzbank, el segundo banco privado de Alemania.
El puesto de CEO lo ocupa desde su dimisión James Fries, contratado como directivo no hace ni quince días. Bajo su liderazgo ha tocado asumir que esos 1.900 millones de euros que faltan en las cuentas de la empresa “muy probablemente no existan”.
El diario Bild, el periódico más leído del país, se ha referido al escándalo de Wirecard como “una locura”. Las reacciones que el caso ha generado en el ámbito político no son mejores. “Nunca nos habríamos imaginado una situación así”, ha dicho el ministro de Economía de la canciller Angela Merkel, el también conservador Peter Altmaier.
Felix Hufeld, presidente de la Autoridad Federal Supervisora de los Servicios Financieros (BaFin, por sus siglas alemanas) ha calificado el caso de ¨vergüenza para Alemania“. En realidad, es difícil señalar estamentos económicos que no se puedan sentir afectados por el escándalo de la empresa.
“Wirecard es un ridículo para todos los que no se dieron cuenta [del escándalo] durante tanto tiempo, para la Bolsa, la BaFin, para los auditores, para los bancos”, ha podido leerse en el Frankfurter Allgemeine Zeitung.
En el diario Süddeutsche Zeitung, por su parte, han apuntado que el papel de la BaFin queda especialmente en entredicho, pues, tras las primeras revelaciones hechas por Financial Times sobre los supuestos manejos en Asia de Wirecard, el regulador alemán “presentó una denuncia contra los periodistas del periódico británico”.
Sin embargo, quien ahora afronta problemas serios con las autoridades es Braun. Un hombre que en el sector financiero lució durante años como un “visionario”. Impuso un convincente relato sobre su empresa, que hizo fortuna a partir de facilitar pagos a empresas de internet del sector de la pornografía y el juego. Wirecard reinaba tras haber sido la cenicienta de la fintech alemana.
Afincada en el municipio de Ascheim, colindante con Múnich, la empresa tiene 5.000 empleados y algo más de 300.00 clientes. Antes de dejar su cargo, Braun quería de aquí a 2025 multiplicar por cinco el volumen de negocio de Wirecard, que en 2018 era superior a 2.000 millones de euros, según recoge el portal de estadísticas alemán Statista.
Pero esas cifras hay que mirarlas con lupa. En eso, de hecho, es en lo que se afanan en la BaFin, que ha puesto una denuncia por manipulación de mercado en vista de las cuentas de la empresa de 2016, 2017 y 2018.
El problema de la supervivencia para Wirecard es la pérdida de la confianza de sus clientes, grandes empresas que decidieron que la compañía alemana gestionara los pagos de sus productos por terceros clientes. Según la agencia de noticias estadounidense Bloomberg, la multinacional francesa de telecomunicaciones Orange, el banco británico Revolut o la firma de transporte singapurense Grab – competencia de Uber – han anunciado que se desvinculan de la compañía alemana y dan por terminados los acuerdos de colaboración en materia de pagos que habían firmado. Otras grandes empresas internacionales como el fabricante de muebles sueco IKEA o la compañía de mensajería estadounidense Fedex podrían seguir esos ejemplos.
Al final, el de Wirecard puede ser un cuento de hadas que acaba mal.
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