Cada vez que un niño o una niña entra por la puerta del Taller Musical, una escuela de música dirigida por la profesora Cristina Muscarsel en el barrio sevillano de Nervión, se encuentra con un mundo nuevo. Hay instrumentos colgados de las paredes, un escenario, teclados y guitarras y una multitud de disfraces coloridos. Casi como un juego, los alumnos realizan varias actividades que estimulan aspectos específicos que hacen que una persona sea musical: coordinación motriz, atención y discriminación auditiva, memoria melódica, afinación para cantar, creatividad y control de la relajación. “Es una actividad que sirve de base para el resto de los aprendizajes y no sólo para la música”, explica su profesora, Cristina Muscarsel.
Los niños que aprenden a tocar un instrumento musical, aumentan su coeficiente intelectual hasta siete puntos, según el documental de National Geographic Mi Cerebro Musical. En el mismo filme, el investigador Daniel Levitin estudia el cerebro de la superestrella Sting. Explica que normalmente, una persona que no es música usa el hemisferio derecho para procesar el tono y la melodía y el izquierdo para la letra. Sin embargo, descubre que cuando el artista compone, las conexiones neuronales entre el hemisferio derecho e izquierdo de su cerebro se intensifican significativamente. ¿Esto qué quiere decir? Que las aptitudes aprendidas con la música pueden ayudar al cerebro a interconectarse mejor y favorecer el desarrollo de múltiples actividades como el ajedrez o la matemática.
Y no sólo las competencias: “la música no es tan distinta de la ciencia”, afirma el neurocientífico Mariano Sigman. “Tiene una capacidad fabulosa para unirnos y sincronizarnos”, añade. Es más, la física y neurocientífica Nazareth Castellanos explica en la conferencia Cerebro, música y baile que la música involucra a la totalidad de la jerarquía de nuestro cerebro y no solo eso sino todo el cuerpo: desde el corazón a los pies.
Cinco actividades para todas sus capacidades
Es precisamente ese enfoque global con el que trabaja la musicoterapeuta Muscarsel. Con el método “Taller Musical de Cristina Muscarsel” los niños a partir de los tres años de edad realizan en cada clase cinco tipos de actividades, enlazadas entre sí, que ayudan al niño a mantener la atención hasta el final: movimiento, relajación, audición, ritmo y canto que lo hacen vivir la música desde diversas perspectivas.
El primer momento de la clase empieza con el movimiento. La profesora cuenta que durante esta actividad los niños logran conocer y controlar mejor su propio cuerpo, utilizar en forma creativa el espacio y desarrollar el sentido rítmico. “Es admirable el don de Cristina para conseguir que se concentren, pierdan el miedo a actuar en público y empiecen a valorar la música lejos de estrictos programas de teoría musical”, cuenta Alicia Barranco, madre de dos alumnas del Taller Musical.
Tras descargar tensiones, los niños pasan a la relajación, donde se serenan y aprenden a respirar. Para desarrollar el sentido rítmico, la coordinación y la memoria rítmica, reproducen ritmos con el cuerpo, con la batería o con otros instrumentos, de uno en uno y en grupo. Luego llega la hora del canto que, progresivamente, va teniendo mayor grado de dificultad y posibilita mejorar la técnica de cada uno de los niños.
A partir de los siete años los niños comienzan a tocar de oído sencillas canciones en varios instrumentos. Al aprenderlas de oído, el niño llega a ser capaz de descubrir por sí solo melodías y crear sus propias canciones. Para Ana Margarida Were, madre de dos alumnos del Taller Musical, “es una experiencia que les queda para toda la vida, se dediquen a la música o no”.
El oído musical puede desarrollarse
En este punto, muchos padres se preguntan si su hijo nace con un talento musical especial o si este se puede aprender con el tiempo. “El llamado ‘don musical’ está compuesto por una serie de habilidades que todos los niños poseen en diverso grado y que se pueden estimular y desarrollar”, explica la musicoterapeuta Cristina Muscarsel. Tanto el sentido rítmico, como el oído melódico y armónico, la capacidad de cantar en forma afinada y la creatividad pueden incrementarse con un trabajo adecuado. Pero el trabajo desde edades tempranas es fundamental porque, como explica la profesora, la música es para el cerebro del niño como la natación: un ejercicio completo.
Varios estudios neurocientíficos han demostrado que practicar música activa todas las áreas del cerebro, en especial, las cortezas visuales, auditivas y motrices. “Tanto al escuchar como al hacer música se estimulan conexiones en una amplia franja de regiones cerebrales normalmente involucradas en la emoción, la recompensa, la cognición, la sensación y el movimiento”, explica el neurólogo y neurocientífico Facundo Manes en un artículo publicado en Materia. Y es la misma sensación que tiene Luis Villagarcía, que lleva a sus dos hijos al Taller Musical desde hace diez años. “Está siendo fundamental para la formación músico-emocional de nuestros hijos”, explica.
Cada actividad del Taller Musical guía al niño hacia un aprendizaje integral que va más allá de lo musical. Pone el foco en el primer instrumento musical que tenemos a mano: nuestro propio cuerpo. “No hay que matar el amor a la música con tecnicismos”, sentencia Muscarsel. Y concluye: “Se trata de empezar por el principio su educación musical, abriéndoles puertas para que ellos elijan por cuáles pasar”.