Él venía del mundo del turismo, ella de la logística empresarial. Trabajar una temporada en el parque temático de Disneyland París les dio la clave para saber que disfrutaban trabajando de cara a un público infantil. Poder pasar más tiempo con su hijas y comprarles juguetes clásicos, educativos, que en España eran prácticamente imposibles de encontrar, terminó por darles el impulso para abrir Bateau Lune -Barco Luna en castellano-.
“Cuando traíamos juguetes para las niñas de Francia o Bélgica, muchos amigos nos preguntaban dónde los habíamos comprado y casi sobre la marcha fuimos decidiendo cómo abrir la tienda”, explica Ana Rosiñol, dueña junto a su marido, Fabian Cardinal, de esta juguetería que ya ha cumplido 11 años como referente del juguete clásico “y de toda la vida”, no solo en su barrio, Gracia, sino en toda la ciudad, Barcelona. “A la hora de elegir los juguetes tenemos mucho en cuenta las personas que están detrás, que sea un producto local, hecho en el taller, de manera artesanal, o que no sea tóxico, que sea ecológico, o que sea educativo”, cuenta Rosiñol, quien sobre todo, subraya, también intentan que el diseño sea bonito, tanto para pequeños como para mayores.
Ya desde la puerta un Pinocho de madera da un idea de lo que puede haber en el interior. Desde juegos de mesa para toda la familia, hasta marionetas, muñecos de trapo o juegos de construcciones de madera. “Aunque sin duda lo que más seguimos vendiendo son las peonzas de madera y los juego de pompas de jabón”, explica la responsable de la tienda, donde también se puede comprar online. Pero además, Bateau Lune se ha convertido en una referencia de actividades lúdicas infantiles y gratuitas en la zona. “Las niñas siempre estaban jugando a la puerta y pensamos en ampliar el abanico y organizar actividades para todo el barrio”, dice. A los cinco años de estar abiertos, la lista de espera para participar era casi imposible de manejar y optaron por organizar actividades sin cupo en la misma plaza donde está la tienda. “Hay gente que se acerca y nos ofrece organizar alguna actividad y es una forma de colaboración más, para ellos es una manera de darse a conocerse, y para nosotros es ofrecer algo más al barrio”, explica.
Juguetes para socializar
Desde junio tienen a la puerta una maleta con los Social Toy, juguetes que todo el que quiera puede coger para jugar , pero siempre teniendo en cuenta que debe devolverlos para que otros niños puedan jugar con ellos. Es una iniciativa que ha empezado a aparecer en varios parques de la ciudad como manera de enseñar a los pequeños -y a los mayores- a compartir. “Está funcionando muy bien y la gente lo agradece mucho, aunque como en todo, pues también hay quien se los lleva”, comenta Rosiñol.
Hace dos años decidieron impulsar desde la juguetería la filosofía que llevaban poniendo en marcha desde su comercio y decidieron crear Slow Shop a Gràcia, un itinerario por 20 tiendas del barrio que como ellos, apuestan por otra manera de vender y comprar. “Ha sido una manera de unirnos y también de impulsar el comercio local”, explica Rosiñol. En el circuito hay tiendas de ropa de tejidos ecológicos, comida o una joyería, que elabora todo lo que vende en el taller del mismo local.
En la tienda se aprovecha todo y los juguetes que están para que los prueben los niños y, que por el uso, ya no se pueden vender, los donan a ONG o a colegios. También los barcos de papel -el símbolo de la tienda- con los que decoran los paquetes de regalo están hechos a partir de papeles que van reciclando, desde comics, mapas, o cualquier otra lámina a la que dar un nuevo uso. “Hay varios clientes que los van coleccionando, vienen y dicen 'mira ahora tenéis de Tintín'”, indica Rosiñol. Desde hace unos años es su madre quien los hace todas las mañanas. Vive en Mallorca y cuando va a visitarles aparece con el cargamento de barquitos de papel. “Alguna vez me han preguntado si los compro en los chinos”, cuenta riéndose.
A pesar de la crisis se han podido mantener. “Ahora la gente compra menos regalos, pero siguen haciendo uno grande”, explica. Pero sobre todo cree que siguen ahí por su manera de hacer las cosas y los detalles. “Hay ahora chicos de 20 años, que venían con 10 y ahora compran para sus sobrinos, y luego ves que hay niños que al pasar todos los días por aquí se acercan siempre a saludar al Pinocho de la puerta”, explica.