Salud mental y convivencia: cuando la realidad supera estereotipos, prejuicios y falsas creencias

Andrea Menéndez Faya

“Cuando cuentas que tienes un problema de salud mental, normalmente la gente echa a correr. Solo recibo rechazo y miedo”. La frase es de la actriz Neus Sanz en su papel de Nuri, una de las vecinas del corto Votamos, nominado a los Goya 2022 en la categoría mejor cortometraje de ficción. En la cinta, de apenas 14 minutos, una comunidad de vecinos somete a votación el alquiler de uno de los propietarios a un chico con problemas de salud mental, y recoge todos los estereotipos sociales y culturales que condicionan nuestra percepción de la enfermedad y su convivencia. 

Esto, que puede parecer exagerado, es a lo que las personas con problemas de salud mental se enfrentan en su día a día. Para Ángela Díaz del Campo, directora del piso supervisado que Grupo 5 tiene en Mirasierra, “es un piso totalmente normalizado dentro de una comunidad de vecinos donde ni siquiera ellos tienen por qué saber que es un piso supervisado, así se protege la intimidad de la persona y el estigma. A veces, si dices que es un piso supervisado con personas con problemas de salud mental ya se desata el ‘a ver a quién me estás metiendo aquí…’. Vivimos en una sociedad muy estigmatizante”. 

En concreto, el piso está vinculado a la residencia de salud mental de Mirasierra y se propone como alternativa de alojamiento en el proceso de recuperación de las personas que viven en ella, a nivel de autonomía personal y social. Los residentes de este modelo de convivencia han pasado por la residencia en algún momento o se les realiza una valoración previa para ver si cumplen los perfiles de autonomía y estabilización psicopatológica necesarios, además, los requisitos recogen que sean personas con un diagnóstico de salud mental, entre 18 y 65 años. Con ellos se trabaja un plan individualizado centrado en su capacidad y áreas de mejora, los recursos aprendidos y sus fortalezas que impulsen el proceso de recuperación. 

“Se establece un plan de recuperación individualizado en el que el equipo y los usuarios, de manera conjunta, plasman los objetivos que se quieren trabajar durante la estancia en piso”, explica Ángela. “Es una supervisión flexible que se adecúa a sus necesidades y al momento actual, cuando entran en el piso necesitan un tipo de supervisión, y poco a poco se va retirando. No tenemos presencia diaria allí, tenemos disponibilidad 24 horas por la vinculación a la residencia, pero solo vamos cuando necesitan apoyo, en cuestiones como talleres, gestión de la medicación, etc.”. 

La búsqueda de un proyecto vital

Cada usuario del piso compartido tiene un proyecto de vida distinto. Una de las personas que viven en él está estudiando a distancia en la UNED y recibe apoyo por parte de los profesionales en los exámenes finales, otros tienen objetivos ocupacionales distintos, centrados más en el encuentro de círculos sociales y actividades lúdicas como ir al gimnasio o clubes de lectura, que también son reforzantes, puesto que establecer círculos fuera de la red de salud mental activa importantes beneficios en su recuperación. Y otros incluso están en búsqueda activa de empleo “se les apoya en las entrevistas porque van con ese miedo a que se den cuenta de su problema, como ellos dicen”, explica Ángela Díaz. 

Vanesa M.S., (38 años, Madrid), es una de las usuarias del piso compartido. Además, realiza una actividad de voluntariado en la residencia como animadora sociocultural impartiendo un taller de zumba, organizando salidas y acompañamientos, “lo que hago es animar un poco a la gente a la que le cuesta más salir”. Vanesa tiene una larga trayectoria dentro de la red de recursos de salud mental, a la que quienes conocen —Ángela Díaz y su educador Nino Reyes— definen como luchadora y optimista. “Se ha implicado mucho en su proceso, y esto es clave, porque las ganas de mejorar día a día marcan la diferencia”, dice la Directora.

Para ella, ayudar a los demás a alcanzar la misma autonomía que ella tiene ahora mismo, es parte del proceso de superación propio, pero además, tiene una vocación de servicio que viene inculcada desde la cuna. En su familia, su abuelo y su madre han trabajado en la rama de sanidad “A corto plazo, quiero empezar mis estudios de enfermería. De momento voy motivada y tengo ganas de que llegue septiembre para poder empezar, pero también tengo un poco de miedo a que me pueda rendir rápido, agobiarme y creer que no puedo. Tampoco quiero pensar en ello mucho porque puede que me pase. Adelantarme a estas cosas puede ser negativo”. 

La autonomía que se consigue en el piso es solo una parte del proceso. La convivencia es tal vez la más importante. “No tenemos ningún problema ni discusiones. Es muy importante la confianza que tenemos entre nosotros, y el respeto. También es importante que abramos nuestro círculo social, estoy apuntada a tenis y fútbol para relacionarme con otras personas y que no sea todo encerrarnos entre nosotros”. 

La labor educacional

Nino Reyes, (Perú, 54 años) es uno de los educadores de Mirasierra. Con más de ocho años de experiencia en la residencia, ahora es el encargado de supervisar el piso compartido. “Ahora mismo tenemos tres usuarios. Mi labor es apoyarles en la vida diaria, intentar que tengan autonomía porque muchos vienen de la residencia y este es su siguiente paso en el camino a vivir independientemente. Me encargo de apoyarles en la limpieza, la comida, citas médicas, y en todo lo que las convierta en personas autónomas desde que se despiertan hasta que se vuelven a la cama”. 

Dentro de ese proceso de autonomía, la búsqueda activa de trabajo o de formación es una de las actividades en las que más esfuerzos se centran. “Depende de las actividades y de las ganas que ellos tengan” —dice Nino— “Algunos están ‘satisfechos’ con su vida y otros, como Vanesa, quieren estudiar y más adelante trabajar”.  El trabajo con los usuarios del piso por parte de los educadores es diario y constante. “Hay días buenos, días malos, un día uno se cae, al día siguiente hay que ayudarle a levantarse. Es una dinámica continua en la que caminamos juntos de la mano. Ellos van delante y nosotros detrás apoyándoles en lo que necesiten”. Esta experiencia es fruto de la labor que se desarrolla desde hace más de 20 años en pisos supervisados. 

Los estigmas que aparecen en el cortometraje Votamos arremeten contra el estigma que colocamos socialmente a la convivencia con personas con problemas de salud mental, como la agresividad de las personas diagnosticadas de una enfermedad mental, las molestias o peligros que puedan generar, o qué tipo de relaciones sociales tóxicas puedan acarrear. Todos ellos quedan derruidos con la experiencia del piso compartido de Grupo 5, en el que los vecinos ni siquiera son conscientes de la presencia de los tres usuarios en su bloque. Como también dice el personaje de Neus Sanz, “las personas que padecemos problemas de salud mental solo queremos tener una vida normal. Luchamos por ello cada día, como cada uno de vosotros. Rechazar a alguien sin conocerlo es la verdadera locura”.