Claves para la recuperación psicológica tras sufrir un infarto

Cristian Vázquez

25 de diciembre de 2021 21:31 h

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Un infarto se produce cuando una arteria coronaria se estrecha tanto que se produce una obstrucción y, en consecuencia, la sangre no llega a una parte del corazón. Sin sangre, y por lo tanto sin oxígeno, el miocardio no puede producir energía para moverse.

El resultado es la muerte de las células del tejido que se ha quedado sin recibir sangre, en un proceso llamado necrosis. Es por ello que, cuando no es mortal, el infarto agudo de miocardio tiene importantes consecuencias en la persona que lo sufre.

La Fundación Española del Corazón (FEC) explica que si el infarto es muy extenso “es posible sufrir de por vida insuficiencia cardiaca, a veces con congestión pulmonar”. Si su extensión es menor, en tanto, “se puede llevar una vida normal, eso sí, controlando los factores de riesgo para evitar un nuevo infarto”.

El caso es que un infarto representa un episodio traumático. Y las huellas que deja no son solo físicas: también a nivel psicológico. Esto se debe a los cambios que implica en prácticamente todas las áreas de la vida de quien lo padece y, en general, por el gran impacto emocional que ocasiona.

Alrededor del 20% de las personas que han tenido un infarto sufren luego de depresión. Lo cual, además de afectar la calidad de vida de la persona, puede hasta duplicar el riesgo de padecer un infarto nuevo.

Cómo cambia la vida un infarto

La persona que sufre un infarto suele atravesar -como detalla un documento de la empresa de seguros médicos DKV- las siguientes experiencias:

  • Reestructuración de la rutina y de la organización en la vida cotidiana.
  • Cambios en las relaciones familiares y en las actividades sociales y de ocio.
  • Dificultades para la reincorporación laboral.
  • Alteraciones en la vida sexual.
  • Desequilibrios de tipo emocional.

En relación con lo emocional, la reacción de los pacientes y su forma de afrontar lo ocurrido y el futuro por lo general se enmarca dentro de alguna de las siguientes cuatro categorías, descriptas por la psicóloga Emilia Mellinas, del Centro Médico Estación, con sede en Alicante:

  • 1. Aceptación de lo ocurrido y actitud positiva para aprovechar todos los recursos a su alcance con el fin de recuperar su salud y la calidad de vida de la mejor forma posible.
  • 2. Tendencia a sumirse de forma persistente en el papel de persona enferma, con síntomas de estrés, ansiedad, miedo a padecer un nuevo infarto o a sufrir una incapacidad o morir por causas cardiacas, irritabilidad, culpa por las conductas y el estilo de vida que pudieron ser responsables del infarto, depresión, etc.
  • 3. Negación de la importancia del episodio cardiaco y sus consecuencias, una especie de “falso optimismo” que lleva a un restablecimiento de la vida anterior como si nada hubiese sucedido.
  • 4. Aprovechamiento de la “condición de enfermo” para rehuir las obligaciones y los roles de los que debería hacerse cargo.

Por supuesto, las reacciones más saludables son las del primer grupo. Las de los otros tres son las que hacen más necesaria la ayuda y el acompañamiento tanto de los familiares y otras personas cercanas al paciente como, eventualmente, de un psicólogo u otro profesional de la salud.

Miedo y hábitos saludables

La FEC explica que, en las personas que han sufrido un infarto, el miedo a padecer otro “es totalmente normal”. “Ese miedo es el que nos protege para no hacer cosas que no debemos y nos anima a llevar unos hábitos saludables”, apunta un texto de la citada organización.

Esos hábitos saludables son fundamentales. Sobre todo, los relacionados con una dieta sana y equilibrada (la mediterránea, con lácteos desnatados y poco alcohol, y baja en grasas saturadas, embutidos, precocinados, etc.), el ejercicio físico (cuya intensidad podrá variar en función de la salud del paciente) y la abstención del consumo de tabaco.

Pero, como se ha señalado, la parte psicológica también resulta primordial. De hecho, uno de los objetivos de los programas de rehabilitación cardiaca consiste -afirma la FEC- en que “el paciente tenga conciencia de lo importante que es tomar la medicación correctamente y cumplir el tratamiento durante el tiempo que establezca su médico”.

Los pacientes que siguen ese tipo de rehabilitación, informa la FEC, reducen en un 20-30% la mortalidad por enfermedad cardiaca.

Contra los temores irracionales y la ansiedad

El aspecto psicológico quizá más difícil de la recuperación tiene que ver con ciertos miedos irracionales, como “ya no podré volver a hacer deporte”, “no podré volver a trabajar” o incluso “no podré volver a disfrutar de las relaciones sexuales”. Si bien el infarto puede alterar de algún modo tales actividades, no las imposibilita.

El acompañamiento psicológico y también la psicoterapia de grupo -en la cual se comparten las experiencias vividas tras un infarto, los miedos y otras sensaciones- pueden ser muy importantes para la recuperación, apunta Emilia Mellinas. Y también las técnicas de relajación para prevenir y sobrellevar situaciones de ansiedad y estrés

Hay que tener en cuenta que el miedo a padecer otro infarto, si no se controla, puede generar altos niveles de ansiedad, y esos son -a su vez- un factor de riesgo de problemas cardiacos. Es decir: se trata de un círculo vicioso, que puede tornarse una profecía autocumplida (el miedo al infarto propicia ese infarto que se teme).

De ahí la importancia de buscar ayuda profesional si el temor a padecer un nuevo infarto se hace demasiado intenso y llega a afectar la vida del paciente.

La importancia de la familia y las personas cercanas

Por último, se debe destacar la importancia del papel que cumplen la familia y las personas que rodean a quien ha sufrido un infarto en su recuperación a nivel psicológico. Tal como señala el documento de DKV, el entorno debe procurar:

  • Ayudar al paciente a que respete las prescripciones y tratamientos médicos. Por ejemplo, preguntarle cómo le fue en la consulta o recordarle los horarios en que le corresponde tomar la medicación.
  • Estar atentos para acompañar en situaciones que puedan representar algún problema para la persona (como levantar o llevar de un sitio a otro un objeto muy pesado), pero evitar una actitud de sobreprotección, ya que esto puede aumentar la sensación de incapacidad o invalidez, y también las incertidumbres y los miedos al futuro.
  • No ahorrar cariño ni muestras de afecto. En el postinfarto, muchos pacientes se sienten especialmente sensibles y necesitados de amor y respaldo más de lo habitual.
  • Crear un ambiente de paz y serenidad, y evitar en lo posible las discusiones, peleas y otras situaciones que pueden generar mucho nerviosismo y estrés.
  • Buscar un equilibrio en el trato cotidiano para que el paciente se adapte a las limitaciones impuestas por el infarto que ha sufrido y acepte que pedir ayuda no es una “derrota” ni nada parecido, pero sin que eso lo ponga en el rol de víctima.

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