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La depresión es un problema cada vez más común. Es la principal causa mundial de discapacidad, según explica la Organización Mundial de la Salud (OMS). Afecta a un 3,8% de la población global. Entre los adultos, esa cifra alcanza al 5%, y es aún algo mayor (5,7%) en el caso de las personas mayores de 60 años.
A diferencia de lo que muchas veces se piensa, este trastorno no consiste solo en una “tristeza muy intensa”, aunque este sea uno de sus síntomas más comunes. También pueden prevalecer la irritabilidad o la sensación de vacío, la pérdida del interés en todas las actividades y la anhedonia, es decir, la incapacidad de experimentar placer.
Otras consecuencias del estado depresivo son: dificultad para concentrarse, alteraciones del sueño, cambios en el apetito o en el peso, sensación de cansancio o de falta de energía, excesivo sentimiento de culpa o de baja autoestima, falta de esperanza en el futuro y pensamientos de suicidio o de muerte.
Debido a todo eso, las personas con depresión a menudo terminan por desvincularse de sus responsabilidades y vínculos. Esto puede causarle gran sufrimiento y “alterar sus actividades laborales, escolares y familiares”, destaca la OMS. De ahí su carácter incapacitante.
Lo que en numerosos casos se ignora es que hay distintos tipos de depresión, y que existe una forma especialmente difícil de detectar y de tratar, pero que en el largo plazo puede tener graves consecuencias: la distimia o trastorno depresivo persistente.
Diferencias entre la depresión común y la distimia
Diversos estudios definen a la distimia o trastorno depresivo persistente como un tipo de depresión leve pero -como lo sugiere su nombre- continua y crónica. Muchos de sus síntomas coinciden con los de la depresión común, pero al ser menos severos con frecuencia resultan mucho más difíciles de identificar.
Sus consecuencias, sin embargo, son tan negativas para la vida laboral, académica, social y familiar de la persona como las de la depresión mayor. Puesto que los signos de ambos problemas son tan coincidentes, ¿cómo diferenciar entonces uno del otro? A continuación, algunas claves:
1. Tipos de síntomas predominantes
“En pacientes distímicos son más característicos los síntomas cognitivos y emocionales que los síntomas vegetativos y psicomotores”, explica un estudio elaborado por científicos de México.
“En la distimia -sigue diciendo el trabajo- se observa baja autoestima, anhedonia, fatiga, irritabilidad y pobre concentración”. En cambio, en los pacientes con depresión mayor predominan otras señales: “Se presentan más problemas de apetito, libido y agitación o retardo psicomotor”.
2. Cantidad y duración de los síntomas
Por otro lado, un documento de la Universidad de Harvard, de Estados Unidos, especifica que un episodio de depresión mayor requiere de la presencia de al menos cinco síntomas durante un mínimo de dos semanas.
En el caso de la distimia, en cambio, basta con la presencia constante de solo dos síntomas, pero estos deben mantenerse durante un lapso de dos años. Los síntomas pueden desaparecer por un tiempo, pero no por más de dos meses, añaden los expertos de la Clínica Mayo, también de Estados Unidos.
3. Forma en que comienzan
Otra diferencia es que el comienzo de la depresión mayor suele ser brusco y notorio, mientras que el de la distimia es paulatino e “insidioso”. Este término en medicina se utiliza para referirse a ciertos problemas que bajo una apariencia benigna ocultan mucha gravedad.
4. Edad en la que aparecen
También hay que destacar que la depresión mayor en la mayoría de los casos aparece en la edad adulta. El trastorno depresivo persistente, en cambio, a menudo se manifiesta desde la adolescencia e incluso desde la infancia. En estos casos, el lapso durante el cual deben mantenerse los síntomas para diagnosticarla no es de dos años sino de uno.
Las personas que padecen de distimia corren el riesgo de ser calificadas de “negativas” o “pesimistas”, de que las acusen de “quejarse todo el tiempo” o de que son “incapaces de divertirse”, sin que nada de esto sea visto como síntomas de un problema clínico. Tal situación, a su vez, hace que esas personas se sientan aún más incomprendidas, lo cual no hace más que agravar el problema.
¿Cuáles son las causas del trastorno depresivo persistente?
Las causas exactas del trastorno depresivo persistente no se conocen, al igual que los de la depresión mayor. Se trata de una cuestión “compleja y multifactorial, dados los variados mecanismos biológicos, psicológicos y sociales involucrados”, apunta el citado estudio de investigadores mexicanos.
Estos especialistas explican que existen varias hipótesis acerca de las causas posibles, que abarcan desde cuestiones genéticas hasta aspectos relacionados con la química del cerebro (una posible deficiencia de serotonina, noradrenalina y dopamina en el sistema nervioso central).
También puede ser importante el rol de los factores ambientales, en particular acontecimientos traumáticos -como la muerte de un ser querido- o elevados niveles de estrés, derivados de problemas económicos u otras circunstancias de larga duración.
Por eso, cuando se sospeche de un trastorno de esta clase, conviene estar atentos a cualquier episodio o situación difícil que la persona haya atravesado, pues allí podría estar el desencadenante de la distimia en alguien con cierta propensión a padecerla.
Además de los acontecimientos negativos de la propia vida, otros posibles factores de riesgo son los antecedentes de otros trastornos de salud mental, tener un familiar cercano que sufra algún trastorno depresivo o rasgos de personalidad que señalen una tendencia al pesimismo o a la baja autoestima.
Tratamiento y prevención de la distimia
El tratamiento más efectivo contra el trastorno depresivo persistente es similar al de la depresión mayor: suele incluir una combinación de medicamentos antidepresivos y psicoterapia. Iniciar el tratamiento lo antes posible ayuda a obtener mejores resultados.
Los expertos de la Clínica Mayo destacan la importancia de poner atención a posibles síntomas en los menores: como la distimia “comienza frecuentemente en la niñez o durante la adolescencia, identificar a los niños en riesgo de tener este trastorno puede ayudarlos a recibir tratamiento temprano”.
En cuanto a la prevención, puntualizan algunas estrategias que pueden ayudar a controlar los síntomas:
- Tomar medidas para tratar de controlar el estrés, que además es causa de ansiedad y ocasiona muchos otros perjuicios, tanto físicos como emocionales.
- Buscar ayuda de familiares y amigos, sobre todo en momentos de crisis.
- Acudir a la consulta de un profesional lo antes posible, para evitar que el retraso en el tratamiento empeore el problema.
- Una vez superado lo peor del trastorno, valorar la posibilidad de un “tratamiento de mantenimiento”, con el fin de prevenir eventuales recaídas.
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