Es normal que los días de confinamiento obligado por la pandemia de coronavirus tengan sus efectos psicológicos. Efectos que pueden ir desde el cansancio, el desgaste, la apatía y el aplacamiento emocional hasta la irritabilidad y las conductas disruptivas, tal como explica la doctora Alicia Álvarez, coordinadora de las Áreas de Intervención e Investigación de la Unidad de Crisis de la Universidad Autónoma de Barcelona, en un artículo de Consumo Claro .
Ante esta situación, se pueden adoptar distintas estrategias . Una de ellas es escribir: se puede llevar una bitácora de la cuarentena, redactar cartas para otras personas, apuntar recuerdos, inventar historias. La escritura es terapéutica, sobre todo porque permite hacer catarsis o -como se suele decir- “exorcizar los propios fantasmas”. Y existe una clase de textos que puede ser especialmente apropiado para momentos en que parece ganar el cansancio y el destaste emocional: la poesía.
Todos podemos escribir poesía
La poesía es algo muy difícil de definir. Lo más común es considerar poesía a cualquier texto escrito en verso (es decir, en líneas breves, que no ocupan todo el ancho de la página), o que incluye rimas, o “que suena bien”, o algo que se puede recitar. Infinidad de poetas y pensadores han intentado elucidar qué es la poesía, y sin embargo siempre parece necesaria una definición nueva.
Una de esas definiciones, la del filósofo italiano Giorgio Agamben, afirma que la poesía es “una operación lingüística que consiste en neutralizar las funciones informacionales y comunicativas del lenguaje, para abrirlo a un nuevo uso ”. Es decir, en la poesía el lenguaje no informa ni comunica, sino que hace otra cosa. ¿Qué cosa? Pues “sacar lo que uno lleva dentro”, para decirlo en términos coloquiales. Ayuda a expresar sensaciones o sentimientos que no pueden ser expresados de otra forma.
¿Cualquiera puede escribir poesía? Por supuesto que sí. Del mismo modo en que cualquiera puede dibujar o cantar . Ser poeta o dibujante o cantante ya es otra cuestión: exige mucha dedicación, tiempo y esfuerzo. Pero eso no quiere decir que las demás personas no puedan hacerlo para disfrutar de sus beneficios, que no son pocos.
Técnicas para principiantes
En su libro Hacer el verso. Apuntes, ejemplos y prácticas para escribir poesía, el argentino Marcelo Di Marco ofrece consejos esenciales para principiantes y aprendices de poetas. Una técnica muy simple para comenzar es la siguiente:
- Pensar en algún objeto por el cual se sienta cariño. Si es posible, algo sin valor material ni comercial, sino puramente emocional.
- Poner ese objeto a la vista. Detenerse en él: observarlo, sopesarlo, olerlo. Como anotó el gran escritor francés Gustave Flaubert: “Todo se vuelve interesante si lo miras el tiempo suficiente”. Recordar su historia: cómo llegó, qué otras personas están involucradas con él, con qué hechos se relaciona.
- Imaginar qué siente en ese momento el objeto en cuestión.
- Escribir en primera persona la “confesión” de ese objeto.
El resultado de ese ejercicio de imaginación es lo que se llama una personificación, es decir, convertir en personaje a un objeto inanimado. En un sentido es como crear vida: atribuir un alma a algo que no la tiene.
Una de las claves radica en la observación, en la forma de mirar. El mexicano Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura en 1990, escribió que “soledad, concentración y un afinamiento general de la sensibilidad son requisitos indispensablespara la visión”. Soledad es lo que muchas personas sienten en estos días de cuarentena; concentrarse es un ejercicio voluntario; el afinamiento de la sensibilidad es un trabajo que requiere tiempo.
Aprovechar el tiempo, la mejor herramienta
El tiempo “bien aprovechado” -añade Di Marco en su libro- es la mejor herramienta para afinar la sensibilidad, “encauzar nuestra energía creadora, ver lo invisible”. A partir de eso, enumera una serie de consejos:
Determinar un lapso de tiempo en el día que se dedicará a escribir. Pueden ser dos horas, o más, o veinte minutos: lo importante es que, cuando llegue ese momento, se respete y no se postergue por nada. Es clave para evitar la procrastinación .
Escribir. Tratar de no quedarse bloqueado con la sensación de “no se me ocurre nada”. Si esta sensación aparece, apuntar lo que pase por la cabeza en ese momento, aunque sea repetir en el ordenador o en el papel la frase: “No se me ocurre nada, no se me ocurre nada, no se me ocurre nada”. En algún momento surgirá algo. Otra opción para quien no sepa qué escribir es copiar un poema u otro texto que le guste mucho. La escritura en marcha a menudo sirve para abrir el grifo de las ideas.
No preocuparse en absoluto por la calidad de lo que se escribe. No importan las repeticiones de palabras, ni los clisés, ni las trivialidades que puedan aparecer. La clave en la etapa inicial es “volcar todo sin ponerse a reflexionar”.
No pensar en las ideas preconcebidas de qué es y qué no es poesía. Como ya se ha mencionado, no hay ninguna definición exacta ni precisa sobre eso. No hace falta que haya rima, ni una cantidad específica de sílabas, ni palabras “bonitas”, ni tales o cuales temas. El principal objetivo en este punto es poner en palabras las ideas y las sensaciones que uno desee, con la más absoluta libertad. Tomar conciencia de esa libertad hace que uno se sienta más libre. En un contexto tan particular como el confinamiento, esto puede tener un valor fundamental.
La gran poeta argentina Alejandra Pizarnik contaba que, al escribir sus poemas, se comportaba como una artista plástica: adhería la hoja de papel a una pared y la contemplaba, y de ese modo cambiaba palabras, suprimía o añadía versos. “A veces -escribió-, al suprimir una palabra, imagino otra en su lugar, pero sin saber aún su nombre. Entonces, a la espera de la deseada, hago en su vacío un dibujo que la alude. Y este dibujo es como un llamado ritual”. Esa es una de las grandes ventajas de este tipo de actividades: no hay reglas fijas, cada persona es libre de usar todos los recursos que tenga a la mano y considere convenientes.
Se puede usar la técnica de Pizarnik, o escribir en pósits y pegarlos en los muebles o en el frigorífico, o apuntarlos en cuaderno, o lo que cada quien desee. Los poemas o textos que surjan de estos procedimientos podrán tener valor (literario o sentimental) o bien acabar en la papelera, pero eso resultará secundario. Lo importante habrá sido el camino por el cual se llegó hasta ellos, que habrá sido también parte del camino de atravesar la cuarentena de la mejor forma posible.
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