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Nunca está de más recordar los cuidados que se deben tener en relación con la exposición a los rayos del sol en los meses de verano, pues la radiación ultravioleta (UV) daña la piel y constituye el principal factor de riesgo de cáncer de piel, un problema que desde hace unos años es considerado una epidemia a nivel mundial.
De hecho, también se recomienda evitar –o al menos tener mucho cuidado– con el uso de las cabinas de bronceado. Y no solo por el riesgo de cáncer: hay otras buenas razones para limitar su uso.
No obstante, la radiación UV es el más importante pero no el único factor de riesgo de cáncer de piel. Existen varios otros elementos que aumentan las probabilidades de que una persona padezca esta enfermedad.
A diferencia de lo que sucede con la exposición al sol, la mayoría de los otros factores de riesgo no se pueden evitar o eliminar. Pero resulta fundamental conocerlos para que las personas en quienes están presentes puedan extremar sus precauciones. Los ocho más importantes se enumeran a continuación.
1. El fototipo
El fototipo es el conjunto de características físicas de una persona, las cuales determinan su capacidad de adaptación a la radiación UV. Es decir, los rasgos de los que depende que alguien se broncee o se queme al exponerse al sol, y en qué medida lo hace.
La Asociación Española contra el Cáncer (AECC) explica que existen seis fototipos, y los que tiene un riesgo mayor de desarrollar cáncer de piel son los dos primeros. El fototipo I es de las personas que tienen la piel muy pálida, por lo general pelirrojos, con pecas y con ojos azules. El sol nunca los pone morenos: solo los quema.
El fototipo II, en tanto, corresponde a la gente con piel clara, normalmente rubia y de ojos azules o verdes. Estas personas sí llegan a broncearse un poco, aunque deben tener mucho cuidado porque se queman con gran facilidad.
Para tener una idea de la importancia del fototipo, hay que considerar que –según la AECC– las personas de piel blanca tienen hasta veinte veces más probabilidades de desarrollar melanoma que las de piel negra (las cuales constituyen el fototipo VI).
2. La edad
El riesgo de padecer cáncer de piel se incrementa con la edad, sobre todo a partir de los cincuenta años. La mayoría de los casos de carcinoma (los tipos de cáncer de piel que no son melanoma y que son los más frecuentes) se producen en edades avanzadas, por lo general a causa de la exposición crónica a las radiaciones solares.
Esto se debe a que la piel “tiene memoria” y el daño ocasionado por los rayos UV es acumulativo: origina mutaciones en el ADN que no se reparan con el tiempo. Por eso, deben tener más cuidado las personas que en el pasado han estado más expuestas al sol.
3. Muchos lunares
Los lunares son tumores benignos, por supuesto no cancerosos. Si bien la mayoría de los lunares no causa nunca ningún problema, las personas que tienen muchos lunares son más propensas a padecer melanoma. Así lo explica la Sociedad Estadounidense contra el Cáncer.
Y más aún quienes padecen del llamado nevus congénito gigante, una especie de “parche” de piel de color oscuro y en muchos casos con mucho vello, que está presente ya cuando la persona nace o aparece durante su primer año de vida.
En estos casos, además tener más cuidado con las radiaciones UV, son fundamentales las revisiones periódicas y, según la AECC, es “obligatorio extirpar toda lesión sospechosa”.
4. Lesiones o inflamaciones graves de la piel
El riesgo de estos tipos de cáncer no es demasiado elevado –pero sí mayor del normal– en las cicatrices de quemaduras graves, en la piel que recubre las zonas donde hubo una infección ósea de importancia y en la piel afectada por enfermedades inflamatorias crónicas o graves, como psoriasis, úlceras, lupus, etc.
5. Muchas radiaciones en la infancia
Como se ha mencionado, la piel “recuerda” el daño producido por las radiaciones UV. Pero, además, el de la infancia –y también la adolescencia– es un periodo especialmente vulnerable: si en esos años hubo quemaduras, el riesgo futuro aumenta.
Por otra parte, existe otra clase de radiaciones que entrañan un peligro sobre todo en los primeros años de vida: las radiaciones ionizantes, desprendidas de –entre otras fuentes– dispositivos médicos como los aparatos de rayos X.
Debido a ello, “pacientes que han recibido un tratamiento de radioterapia tienen mayor riesgo de tener tumores cutáneos en la zona radiada”, en particular en el caso de pacientes en edad infantil o juvenil.
6. Problemas en el sistema inmune
El sistema inmune puede resultar debilitado por ciertos tratamientos médicos, como por ejemplo los aplicados ante trasplantes de órganos y los que incluyen altas dosis de corticoides.
También algunas enfermedades alteran la función inmune. Las personas con problemas reumatológicos y con VIH pueden estar inmunodeprimidas, así como quienes padecen alguna de los más de 300 tipos de inmunodeficiencias primarias que existen.
Estas fallas en el sistema inmune representan un factor de riesgo para desarrollar cáncer de piel. Por lo tanto, también deben tener mayor precauciones quienes se encuentren en tal condición.
7. Antecedentes personales o familiares
“Cualquier persona que haya padecido un cáncer de piel corre un mayor riesgo de desarrollar otro, normalmente porque las células de la piel presentan daños solares irreversibles”, puntualizan los expertos de la AECC. Y añaden que “el melanoma es más frecuente en las personas que ya han tenido un melanoma”.
Por otra parte, la existencia de otros melanomas en la familia (sobre todo si el parentesco es próximo: madre, padre, hermano o hijo) también se torna un factor de riesgo.
Alrededor del 10% de los casos de melanoma tienen antecedentes familiares. En ciertos casos esto se debe a haber compartido el hábito de exponerse mucho al sol, mientras que en otros la razón se encuentra en mutaciones genéticas.
8. Tabaquismo
Entre los tantos perjuicios del tabaquismo se encuentra también el de incrementar el riesgo de cáncer de piel en los labios. En concreto, el que puede aparecer en la boca es el llamado carcinoma de células escamosas, el segundo tipo de cáncer cutáneo más frecuente: representa el 20–25% de los casos de los tumores malignos de piel.
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