El tabaco es la segunda causa de mortalidad y el responsable de la muerte de aproximadamente uno de cada diez adultos en todo el mundo . La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que mueren seis millones de personas cada año por enfermedades relacionadas con el tabaco: 600.000 son resultado de los efectos del tabaquismo pasivo. Es decir, que una de cada diez muertes relacionadas con el tabaco corresponde a fumadores pasivos.
En otras palabras, se si considera que en un fumador activo el riesgo de accidente cerebro o cardiovascular es un 30% superior a un no fumador, en un pasivo también existe un incremento cuantificable que se sitúa en torno al 3%. Así mismo, respecto al cáncer de pulmón, siendo el aumento de riesgo en un fumador activo del 15%, en los pasivos es un 1,5% superior a otra persona que ni fuma ni comparte espacio con gente que fuma. Estos aumentos se pueden atribuir a cualquier otra enfermedad relacionada con el tabaquismo.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de fumadores pasivos?
Según la Sociedad Americana del Cáncer, hay dos tipos de humo que proceden de la quema de tabaco:
El humo convencional, que es el que exhala el fumador.
El humo de corriente secundaria, es decir, el que se desprende de un cigarrillo encendido.
Y este último es precisamente el que tiene concentraciones más altas de agentes cancerígenos y es más tóxico que el convencional. Además, contiene partículas más pequeñas que llegan fácilmente a los pulmones y las células del cuerpo. Así que cuando alguien no fumador está expuesto a cualquiera de estos humos, se considera un fumador pasivo (o involuntario), por tanto, es alguien que ingiere nicotina y productos químicos (como benzeno, butanona, butadieno…) de la misma manera que una persona fumadora.
O más. Porque el humo que respira un fumador pasivo es el resultado de la combinación del que se desprende del cigarrillo más del que exhala el fumador. Según el Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo, la exposición durante una hora al aire contaminado por el humo del tabaco equivale a fumarse unos tres cigarros. El mecanismo involucrado en el tabaquismo pasivo es similar a los procesos y daños neurohormonales, hematológicos, metabólicos, genéticos y bioquímicos del tabaquismo activo.
El humo, un cóctel de sustancias perjudiciales
El humo que deja un cigarro en realidad contiene más sustancias nocivas que el que se inhala porque no hay un filtro (la parte del cigarrillo compuesta de fibras de acetato de celulosa que retienen parte del alquitrán y la nicotina) por el que deba pasar. Es un cóctel letal de más de 7.000 sustancias químicas, de las cuales 400 son tóxicas, al menos 70 pueden causar cáncer y 12 contienen gases mortales.
A la nicotina (la principal responsable de la dependencia del tabaco) se le suman alquitranes, monóxido de carbono y sustancias irritantes. En la mayoría de los casos, este humo es invisible e incoloro, pero viaja y se mueve por el aire y permanece y se acumula en techos, paredes y ropa como cortinas. Está relacionado con distintos tipos de cáncer , como el de pulmón, laringe, faringe, cerebro, vejiga, recto, estómago, etc.
También se le vincula muy directamente con enfermedades que afectan al corazón y los vasos sanguíneos, lo que aumenta el riesgo de ataque cardíaco y accidente cardio y cerebrovascular. La OMS clasifica el humo “pasivo” como cancerígeno. En adultos, se sabe que un fumador pasivo tiene riesgo de cáncer de pulmón, tos, sibilancias y otras enfermedades como la cardiaca. En niños, el tabaquismo pasivo puede aumentar la gravedad de los síntomas de asma.
Espacios cerrados, los más peligrosos
La mayor exposición al humo se produce en los hogares, admiten varias asociaciones sanitarias de todo el mundo, entre ellas la Cancer Research británica, que reconoce que es especialmente perjudicial en recintos pequeños cerrados como los coches. En países como el Reino Unido, Francia o Australia está prohibido fumar en los coches con niños menores de 18 años o embarazadas. En España, fumar conduciendo no es aún un delito, según el Reglamento de Circulación.
De todos modos, en nuestro país ya se considera que genera distracción y puede ser un riesgo para la seguridad vial: según la Dirección General de Tráfico, fumar es una de las distracciones más frecuentes entre los conductores españoles porque encender un cigarrillo supone 4,1 segundos y fumárselo entre 3 y 4 minutos. Pero no solo comporta este riesgo: también se contempla como un problema a largo plazo porque el humo de un vehículo aumenta el riesgo de sufrir ictus, bronquitis crónicas o enfermedades cardiovasculares.
Al fumar, se crea monóxido de carbono, lo que se traduce en una mala oxigenación y, por tanto, en mayor sensación de somnolencia, cansancio o dolor de cabeza. Debe prestarse especial atención a los sistemas de aire acondicionado que, según los expertos, agrava la exposición. El humo del tabaco se comporta como vapor y la mayoría de los sistemas de aire acondicionado lo hacen menos visible, pero sin eliminarlo.
¿Qué ocurre con el humo que se acumula?
En alguna ocasión seguro que hemos tenido la oportunidad de entrar en algún sitio cerrado y oler a tabaco, aunque no haya nadie en ese momento fumando. Esto lo provoca lo que algunos expertos denominan humo de tercera mano o humo de tabaco residual. Es el que se acumula en superficies y ropa como cortinas, alfombras, paredes, muebles… donde puede permanecer durante meses.
Algunas investigaciones afirman que las partículas que se depositan en el humo del tabaco se combinan con gases en el aire y forman compuestos tóxicos, como hidrocarburos policícliclos aromáticos, similares a los de freír el aceite en exceso . Además, el humo indirecto del tabaco contiene nicotina: se calcula que las concentraciones de nicotina en el aire de casas de fumadores presentan una media de 2 a 10 microgramos/m3. También se ha demostrado que este humo acumulado puede dañar el ADN humano en cultivos celulares. No está claro, sin embargo, que este humo cause cáncer.
Acciones como abrir las ventanas (de casa o del coche) para ventilar son inútiles, no sirven para dispersar el letal cóctel químico que deja atrás el tabaco. Solo conseguimos eliminar un poco el mal olor, pero no logramos apartar y destruir las toxinas. Tal como reconoce la OMS, “solo los ambientes 100% libres de humo pueden protegernos de los efectos del tabaquismo pasivo”.