Lleva una década de moda y parece que su empuje no decrece; el peeling estético de pies con pequeñas carpas conocidas como garra rufa, originarias de oriente medio -aunque las que se utilizan son criadas en cautividad-, se ha consolidado en numerosos países del mundo, entre ellos España. Estos peces muerden normalmente en los ríos Tigris y Eúfrates (Irak), así como en Turquía y el norte de Siria, el filme de algas de las piedras, de modo que las limpian.
Tradicionalmente se los ha usado en estas zonas para exfoliar las pieles muertas y callos de los pies, ya que en ausencia de alimento, los garra rufa comen las pieles muertas. Hace unas décadas se los comenzó a usar como aditamento cosmético y exótico en numerosos balnearios del sudeste asiático, lo que llevó a su cría en cautividad en Tailandia e Israel e incluso a denuncias por parte del grupo animalista PETA por explotación de este animal, al que se le priva de su alimento real y correcto para que muerda las pieles.
Posteriormente se ha extendido por numerosos países del mundo tanto por el exotismo del tratamiento como bajo el argumento de que los peces segregaban en la boca al morder una sustancia llamada antralina, que se emplea normalmente en los tratamientos con psoriaris, una enfermedad de la piel que no tiene cura.
De ahí que se haya vendido el peeling con garra rufa como una terapia tanto contra la psoriasis como el pie de atleta y otras tantas enfermedades de los pies. Sin embargo, una revisión de los estudios realizados hasta la fecha que tuvo lugar en Australia en 2016, destaca que no se puede concluir ningún beneficio desde el punto de vista terapéutico al tratamiento médico con estos animales.
El agua como vector de infecciones
Por otro lado, no solo se trata de que sus beneficios reales vayan poco más allá de lo cosmético y del ocio de tener los pies en remojo en un estanque con peces que nos hacen cosquillas. Los expertos han destacado los riesgos que esta práctica conlleva, siempre que no se observen unas medidas de sanidad excepcionales. En primer lugar por introducir los pies en un estanque donde antes los han introducido otro pacientes que podrían tener heridas por las que infectar el agua.
Se ha hablado de transmisión de VIH o Hepatitis C, probablemente de forma exagerada, pero la Agencia de Protección de Salud británica (HPA) recomendaba en un informe de 2011 no descartar ninguna posibilidad en materia de infecciones, aunque subrayaba que el riesgo era muy bajo. Dicha agencia dictaminaba que lo ideal sería cambiar el agua del contenedor tras el paso de cada usuario.
Adicionalmente, el Desease Control Center, una agencia federal norteamericana, desaconseja la pedicura con peces y son 18 los estados que no la permiten, además de Canadá. Ante la posibilidad de transmisión infecciosa de virus, Alemania autoriza su uso en centros autorizados, pero siempre y cuando se presente un análisis previo de sangre del paciente.
El peligro de la boca de los peces
No obstante, el peligro más real parece provenir no tanto del agua del medio como de los propios peces, que pueden almacenar en la boca numerosas bacterias que podrían transmitirnos cuando nos muerden para quitarnos las pieles muertas; si la mordedura se produjera en una zona con heridas previas que al estar en remojo se abrieran, podrían inocularnos bacterias anaeróbicas tan terribles como las responsables de la llama fascitis necrosante, una enfermedad que nos va pudriendo los tejidos internos hasta que llega a los órganos vitales y nos mata.
Se han aislado varias bacterias responsables de esta enfermedad -causada por más de una especie a la vez- de la boca de estos peces. Entre ellas las del género Staphillococcus, así como Aeromonas,micobacterias y estreptococos. Un estudio del Reino Unido de 2012 encontró en estos peces hasta quince tipos de bacterias causantes de graves enfermedades en humanos, entre ellas la cólera o la ya cita fascitis necrosante.
No debe extrañarnos entonces -aunque nos las ofrezca The Sun- que aparezcan noticias como las de una turista australiana que tras hacerse en 2014 un tratamiento con garra rufa en un spa de Tailandia, ha terminado perdiendo todos los dedos de uno de sus pies debido a infecciones y ulceraciones de origen difícil de detectar. El vínculo, al igual que en el caso de la mujer neoyorkina que tras hacerse el peeling perdió las uñas de los pies, no se puede establecer con total certeza, pero la probabilidad apunta a una mayor causalidad que en cualquiera de otras actividades que las dos mujeres hubieran realizado.
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