Una “máquina de generar expectativas”: eso -entre otras cosas- es el cerebro humano, según la ciencia. Gracias a su capacidad de anticiparse a lo que va a ocurrir, el cerebro optimiza de forma constante las posibilidades de supervivencia. Una habilidad que queda de manifiesto en su comportamiento ante la música.
Esa es una de las principales conclusiones a las que llegaron científicos de Dinamarca y el Reino Unido, tras una revisión de estudios sobre la relación entre la música y el cerebro publicada este año en la revista especializada Nature.
El trabajo señala que “cuando escuchamos música, generamos de forma activa predicciones sobre lo que es probable que suceda a continuación”. Esto es algo novedoso, pues tradicionalmente “se ha estudiado el procesamiento de la música en el cerebro como un fenómeno auditivo utilizando paradigmas de escucha pasiva”.
Considerarlo de esta manera “ha llevado a una comprensión más completa del procesamiento de la música, es decir, la percepción de la melodía, la armonía y el ritmo”. Ese procesamiento “involucra estructuras cerebrales implicadas en la acción, la emoción y el aprendizaje”.
La “dulce anticipación” que genera la música
El año pasado, los mismos investigadores habían hablado en un artículo de la “dulce anticipación” que genera la música tanto en el cerebro como en el cuerpo. Por ello, afirman que “la percepción, la acción, la emoción y el aprendizaje de la música se basan en la capacidad fundamental de predicción del cerebro humano”.
Las expectativas generadas por la música, señalan los científicos, están ligadas de forma íntima con la liberación de dopamina, el neurotransmisor conocido como “la hormona del placer”, que activa en el cerebro el sistema de recompensas y de refuerzo de los comportamientos.
Por cierto, una investigación de 2011, realizada por científicos de Canadá, había comprobado que la dopamina que el cuerpo libera ante el estímulo musical es “anatómicamente distinta” en función de si se trata de la anticipación de la música o de la emoción máxima en el momento de escucharla.
Debido a todo esto, los autores de este trabajo afirmaban que el placer que la música genera a nivel químico “ayuda a explicar por qué tiene un valor tan alto en todas las sociedades humanas”, incluso aunque se trate de un estímulo abstracto que no resulta imprescindible para la supervivencia de la especie.
Intriga, inquietud y otras sensaciones
Además, esas mismas predicciones del cerebro llevan a experimentar sensaciones como intriga, curiosidad, inquietud e incluso escalofríos ante ciertos sonidos. Un ejemplo -citado por los autores de la investigación publicada este año- es el célebre comienzo de la Quinta Sinfonía de Beethoven, el “da, da, da daaah” que anticipa lo que vendrá.
Y también la danza forma parte de ese paradigma de anticipación citado por los investigadores. La “sensación placentera de querer moverse al ritmo de los sonidos” (para la cual la lengua inglesa tiene una palabra específica: ‘groove’) es, dice el estudio de 2021, “un excelente ejemplo de codificación predictiva de la música”.
Esto último se relaciona con la llamada teoría motora de la percepción, que explica que “las personas perciben y dan sentido a lo que escuchan simulando mentalmente el movimiento del cuerpo que creen que está involucrado en la creación del sonido en cuestión”.
Tal teoría explica por qué, ante sonidos similares, personas de distintas culturas realizan acciones tan parecidas. Unas coincidencias que también aparecen en la danza e incluso en los movimientos corporales espontáneos con los cuales se tiende a acompañar la música.
Más aún: científicos de Barcelona comprobaron que incluso a las 16 semanas de gestación los fetos reaccionan con gestos a la música que oyen desde el útero materno. La conclusión del trabajo, publicado en 2015, es que ya en ese momento están desarrolladas las vías neuronales que participan en el sistema auditivo-motor.
Un trabajo de todo el cerebro
Estas conclusiones corroboran hallazgos de los últimos años, que han desmentido la creencia de que la actividad musical tenía lugar solo en el hemisferio derecho del cerebro: en realidad, ese proceso involucra a todo el cerebro.
Cuando uno escucha una canción, la letra es analizada por el sistema de procesamiento del lenguaje del cerebro. Los aspectos temporales, como el ritmo y el compás, y los tonales, es decir, tono, timbre, y estructuras, son registrados por otros subsistemas; mientras que, a la vez, el sistema límbico modula las emociones que la música produce.
En esa “división del trabajo” ejecutada por el cerebro estarían algunas algunas de las claves de por qué somos capaces de recordar ciertas canciones, aunque hayan pasado décadas desde la última vez que las escuchamos: las letras se “almacenan” en el giro temporal superior anterior, una zona cerebral que favorece las rememoraciones.
Y también se explica de esa manera el hecho de que las personas con Alzheimer u otras enfermedades neurodegenerativas sigan recordando ciertas canciones incluso cuando ya no recuerdan casi nada más.
Otro estudio de 2015 -a cargo de científicos del Instituto Max Plack, con sede en Alemania- señalaba que “en la enfermedad de Alzheimer y otros tipos de demencia, la memoria musical es sorprendentemente sólida”, debido a que funciona de manera “parcialmente independiente a otros sistemas de memoria”.
En ese mismo año, científicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) identificaron una población neuronal en la corteza auditiva que responde de forma específica a los sonidos musicales, y no al habla ni a ningún otro sonido a los que estamos expuestos.
Los estudios muestran que esas regiones cerebrales específicamente relacionadas con la memoria musical suelen coincidir, en las personas con Alzheimer, con las áreas menos afectadas por la enfermedad. Según los investigadores del Instituto Max Planck, estos hallazgos “pueden explicar la sorprendente preservación de la memoria musical” en esos pacientes.
Por todo esto, los expertos consideran la música una gran herramienta terapéutica tanto para el tratamiento como para los cuidados paliativos de los enfermos de Alzheimer. Aunque, desde luego, sus beneficios para la salud -tanto física como mental y emocional- podemos aprovecharlos todos.
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