“Hija, tenemos una relación abierta”: cómo encajan en casa y en la sociedad las relaciones no monógamas

Marta Sader

3 de mayo de 2024 22:32 h

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Molly Roden está en el aeropuerto a punto de coger un vuelo cuando descubre en su móvil numerosas llamadas de su hijo adolescente. Tiene también un mensaje: “Mamá, ¿tenéis papá y tú una relación abierta?”. Al leerlo, Roden, que efectivamente la tiene, entra en pánico. Así comienza el libro More, a memoir of open marriage (Doubleday, 2024) escrito por Molly Roden, lanzado a principios de este año y aterrizado, directamente, en la prestigiosa lista The New York Times Best Sellers.

Tras esta escena in extrema res, la narración aborda las relaciones familiares, maritales y extramaritales de la escritora desde que sus hijos tienen en torno a tres y seis años. En un extraordinario ejercicio de franqueza, Roden nos invita a explorar los altos y los bajos de su vida desde que ella y su pareja deciden abrir su relación sentimental: la euforia al conocer a alguien nuevo (y la decepción al conocerlo de verdad); los problemas para manejar los celos; la alegría de profundizar en el amor de formas inesperadas; la búsqueda de marcos teóricos que den respuesta a su estatus relacional… Y, por supuesto, las dificultades que entraña el conjugar todo lo anterior con la crianza de dos niños.

Aunque ya a nadie le suene ajeno el término “poliamor”, e incluso haya quien esté familiarizado con términos como “anarquía relacional”, que propone eliminar la categorización típica de los vínculos –en los que la pareja suele estar 'por encima' de los amigos, por ejemplo–, es cierto que esta forma de relacionarse es aún novedosa en nuestra sociedad. No obstante, como suele pasar también con la infidelidad, resulta aún más chocante cuando quienes la ejercen son madres. 

Las madres, no

“Parece que la mujer solo puede ser virgen o puta; una madre no monógama combina esos dos conceptos y los revienta”, explica Anna Magde, madre no monógama que comparte sus experiencias a través de su cuenta de Instagram. Ella lo sabe bien: cuando uno de sus posts sobre crianza en relaciones no monógamas consigue cierta viralidad, le llueven los mensajes de odio. Especialmente, si aparece alguna foto suya embarazada. “Remueve ver a mujeres que viven como quieren”, sentencia.

Cuando sobrepasan su círculo de seguidores, estas publicaciones alcanzan a personas que sienten que tienen que increparla por romper esa visión arquetípica que se tiene de las madres como seres sacrificados y volcados en la crianza, que viven de espaldas al placer. Y no digamos ya al placer que sobrepasa el ámbito del tradicional vínculo romántico. 

No obstante, aunque aún resulte residual, cada vez son más las parejas con hijos que abren sus relaciones de forma ética. “Diría que, en general, es un porcentaje bajito, pero también que ha ido aumentando con el tiempo poquito a poco”, atestigua Ángela Aznárez, psicóloga especializada en perspectiva de género y diversidad de sexualidades, orientaciones, identidades y modelos de pareja.

Y el matiz de la ética es importante porque, como indica Anna, relaciones abiertas hay muchas (en España, un 42% de los hombres y un 31% de las mujeres han sido infieles alguna vez, según una encuesta realizada para la plataforma de citas para adúlteros Gleeden en 2022), solo que se suelen dar a espaldas de uno de sus componentes. “Más del 50% de las parejas que se casan en España se divorcian, y ¿cuánta infidelidad hay…? Ya existen muchas parejas no monógamas, solo que no de forma ética. Hacerlo de forma consciente exige vivir conversaciones incómodas, mejorar habilidades de comunicación, gestionar tus bloqueos, tus traumas, tus heridas, tus inseguridades… Eso no todo el mundo está dispuesto a hacerlo”, matiza Anna.

La ficción recoge cada vez más este viraje hacia la no monogamia en parejas con hijos. Más allá de More, a memoir of open marriage, ya en 2016, por ejemplo, se estrenó la serie Easy en Netflix, que pretendía retratar “las vicisitudes de los habitantes del Chicago actual en el amor, el sexo, la tecnología y la cultura”. El comentado primer capítulo, con Orlando Bloom como protagonista, contaba la historia de una pareja con una hija que se sentían atraídos por la profesora de música de la pequeña, y le proponían un trío. 

Cada vez hay más gente que se apunta a este tipo de relaciones, pero aún no se habla mucho sobre las que somos madres o queremos serlo. Si la maternidad nos atraviesa enteras, y la no monogamia también, ¿qué pasa cuando ambas se dan a la vez?

En España, quizá es Gabriela Wiener la 'madre poliamorosa' más conocida. La escritora, que vive con sus parejas e hijes, ha dado a conocer su forma de vivir en artículos, libros y hasta obras de teatro, como la reciente Qué locura enamorarme yo de ti, protagonizada por su propia familia. 

“Es un ejercicio de liberación, pero también es un gesto político”, contaba la autora a Vogue al ser preguntada por su sinceridad a la hora de abordar estos temas sobre los que pesan tantos prejuicios. “Ser mujer, sudaca, bisexuala, pero sobre todo, ser sexual, sigue siendo un ejercicio a caballo entre la provocación y la exposición personal”, explicaba, apuntando de nuevo a esa aparente paradoja de ser madre y ser deseante.

Pese a esta exposición que a veces puede resultar dañina, son más las mujeres hablando de crianza y maternidad públicamente que los hombres. “Divulgo en Instagram porque cada vez hay más gente que se apunta a este tipo de relaciones, pero aún no se habla mucho sobre las que somos madres o queremos serlo. Si la maternidad nos atraviesa enteras, y la no monogamia también, ¿qué pasa cuando ambas se dan a la vez? Normalmente, la situación nos deja en un lugar menos privilegiado que a los hombres: el posparto es duro, muy emocional y vulnerable, y las no monogamias también, así que yo trato de dar herramientas a las madres y ofrecerles la posibilidad de que encuentren a otras para hacer piña”, relata Anna. 

Magde también achaca esta diferencia de género al hecho de que la maternidad es un tema que “toca más” a las mujeres por su mayor involucración en ella –especialmente, durante los primeros meses–, pero también lo relaciona con que sean ellas las que, en mayor medida, proponen abrir la relación. Lídia Manot, que ofrece servicios de acompañamiento en relaciones poliamorosas y crea contenido en redes sobre ello, sostiene también que en las consultas que le hacen, el impulso para emprender relaciones no monógamas suele provenir de las mujeres. Quizá porque, como ocurre con las terapias psicológicas, ellas son más propensas a buscar ayuda que ellos.

La gestión del tiempo en las no monogamias

A la hora de criar en parejas no monógamas, las preguntas se acumulan: ¿Cómo se gestiona un tiempo, de entrada, muy limitado? ¿Cómo afectan a los hijos las relaciones de sus padres? ¿Es mejor contarlo o no contarlo…?

“Una vez que me convertí en madre, mi mundo se tambaleó. Me centré en mis criaturas y la manera de relacionarme con mi entorno cambió. La relación con mi pareja también se transformó, ya no podíamos disfrutar el uno del otro siempre que quisiéramos o resolver los conflictos charlando largo y tendido. Vimos que todo tenía que estar mucho más medido y había menos lugar para la improvisación. Por eso pienso que, a partir de este momento, el tener en cuenta cómo se siente la otra parte de la pareja es primordial; debemos asegurarnos de que todos los implicados estamos bien con todo lo que acontece, teniendo en cuenta los sentimientos que nos provoca siempre. La crianza, sobre todo en los primeros años, es absorbente y agotadora, y no siempre estamos dispuestos a exponernos de esta manera o a gestionar estas cosas 'extra' que pueden dañar nuestra seguridad o nuestra autoestima dependiendo de cómo se aborde”, explica Lucía (pseudónimo). Ella y su pareja cerraron la relación durante el embarazo y hasta que la pequeña de sus hijas cumplió tres años.

“Uno de los conflictos más extendidos en consulta es la gestión de los recursos y el tiempo”, reconoce la psicóloga Ángela Aznárez. “Siempre decimos que el amor, el deseo de estar con otras personas, es algo ilimitado e infinito, pero los recursos no lo son. Esto es algo que ocurre de manera general en parejas no monógamas sin hijos, el tema de cómo gestionar los tiempos para poder atender a todas las partes con encuentros de calidad, sin olvidarse de que también hay que atenderse y dedicarse tiempo a uno mismo, claro. Si además a esto le añadimos el tema de tener hijos, la cosa se complica un poco más y se hace difícil poder llegar a todo. Hay algunos momentos de la crianza en los que se puede convertir en algo directamente inviable; en esos casos, a veces se toma la decisión de cerrar la relación temporalmente”.

Uno de los conflictos más extendidos en consulta es la gestión de los recursos y el tiempo. El amor, el deseo de estar con otras personas, es algo ilimitado e infinito, pero los recursos no lo son

La escritora Anna Sentís, por su parte, asegura que el hecho de ser madre no ha interferido en el modo de relacionarse con sus vínculos. Durante su embarazo, eso sí, ella y el padre de su criatura también sintieron que era mejor cerrar su relación no monógama, pero tras su divorcio, Sentís vive con naturalidad las relaciones con sus parejas. De hecho, considera que esta pluralidad de afectos es buena para la familia. “Mi hijo se ha podido nutrir y aprender de cada persona, ya sea por distintas maneras de ser y actuar, como por el tipo de relación que ha creado. Pero, al final, creo que lo que integra es que somos plurales y que podemos convivir y entender al otre”.

Para Anna Magde, su difícil embarazo también supuso cierta pausa en el contacto con sus vínculos, pero no sucedió lo mismo con el padre de su hija. “Mi pareja estaba más sexual que yo”, recuerda. A través de conversaciones y chequeos constantes del bienestar emocional del otro, se llegó al acuerdo de que él siguiera con su vínculo, a la que Anna conocía y con la que se sentía respetada, una situación con la que ella se sentía completamente cómoda gracias a los cuidados constantes recibidos por parte del padre de su hija: “Yo quería que disfrutase”.

Ahora que la niña tiene unos meses, la pausa de Magde en la relación presencial con sus vínculos continúa en cierta medida, pues dedica la mayor parte de su tiempo a su bebé. No obstante, se siente apoyada por su pareja, que se queda con su hija cada día durante dos horas para que ella pueda dedicarse a lo que le apetezca, incluida su red de afectos. “Para mí, la solución es tener una pareja corresponsable, que esté tan interesado en tus vínculos como tú”, resume. Además, igual que Sentís, también Magde enfatiza el hecho de que en una relación no monógama se suele contar con una red de apoyo mayor, lo que redunda asimismo en la facilidad a la hora de apoyarse con el cuidado de la criatura: “La no monogamia rompe con la familia nuclear”.

Germain Ramón es uno de los pocos padres que, como Magde, Manot o Sentís, habla y comparte contenido y reflexiones sobre este tipo de relaciones en redes sociales –contó su experiencia en primera persona a elDiario.es–, y es consciente de que, por ser hombre, recibe un trato mucho más suavizado que las madres. “Claramente, no se juzga igual a padres y madres no monógamas. Los sesgos sociales de género todavía son latentes y condicionan y oprimen a las personas identificadas como mujer, al igual que las personas disidentes en orientación sexual. Yo comencé compartiendo a modo de reflexión, como trabajo de deconstrucción de la orientación relacional y la masculinidad, pero poco a poco acabó convirtiéndose en un compromiso social y espero que un legado al que mis hijos puedan recurrir, cuestionar y reinterpretar”, cuenta.

De hecho, en su opinión, este tipo de relaciones son una extraordinaria herencia para sus criaturas, aunque levanten cejas. “Todo paso que se da en la crianza que pueda ser un cambio significativo o que rompa con los patrones heredados en la vida de los niños se toma como algo delicado y con más aprehensión que motivación. Pero el trabajo de introspección, comunicación honesta y el trabajo por la horizontalidad de las vinculaciones que tenemos en las no monogamia es casi constante. Eso les aporta validación en sus necesidades, pensamiento crítico y herramientas de gestión emocional en las diferentes situaciones cotidianas, buenas y no tan buenas. Una generación con todo ese trabajo ahorrado dispondrá de más herramientas para afrontar la edad adulta con unas bases, a mi parecer, tan valiosas para con ellos mismos como para su entorno”, dice Ramón. Y continúa: “Las no monogamias aportan un valor incalculable a la realidad de que, como especie, somos interdependientes y necesitamos cuidarnos no solo en lo emocional, romántico o sexual, sino también para preservar y atesorar lo humano y crear estructuras sociales más sostenibles con el mundo en el que vivimos”.

Claramente, no se juzga igual a padres y madres no monógamas. Los sesgos sociales de género todavía son latentes y condicionan y oprimen a las personas identificadas como mujer, al igual que las personas disidentes en orientación sexual

A Anna Magde, por ejemplo, le resulta curioso que nadie vea raro que un pequeño viva en una casa en la que los padres discuten continuamente, con el nivel de violencia que eso genera, pero que se enciendan todas las alarmas si la relación de los progenitores se sale de lo habitual. “Los niños solo necesitan ver que hay amor en casa”, resume.

¿Contarlo o no contarlo? 

Típicamente, todo lo relacionado con la sexualidad de los padres es un tema que causa cierta vergüenza a sus hijos. En el caso de las relaciones no monógamas, a este tabú se le añade el extra de abordar un tipo de relaciones a las que aún rodean muchos prejuicios. De ahí que todos entendamos la inquietud que presenta la escena con la que se abre el libro de Molly Roden.

Sentís, no obstante, dice vivirlo con naturalidad. “En una familia de progenitores homosexuales, no se les explica explícitamente 'Oye, que tenemos esta orientación sexual'. Le cuento lo que va preguntando adaptado a su edad y si no hay preguntas, no veo por qué tengo que explicarle. Mi hijo sabe que soy bisexual, pero porque un día hablando de orientación sexual y de lo que significaban ciertas palabras, me preguntó si a mí me gustaban los chicos o las chicas”, ejemplifica.

Magde tampoco piensa dejar a su hija al margen del tipo de relación que tiene con su padre. “Ella va a ver lo que hay en casa, se lo contaremos de forma natural, orgánica. Es algo que le estamos aportando: ya no tendrá que luchar contra el amor romántico”. No obstante, para protegerla de comentarios dañinos, también quieren dejarle claro que es una situación íntima, que ocurre en su casa pero no necesariamente en el resto. “Queremos que conozca a nuestros vínculos, no ocultarlo. Se lo iremos explicando entendiendo que es algo que no es normal. Que, aunque lo haga cada vez más gente, es una situación que no todo el mundo va a entender”. 

De hecho, en opinión de todos los entrevistados, la proporción de parejas no monógamas con hijos va a crecer en los próximos años. “Cuando mi pareja y yo nos casamos, me llamó mucho la atención que en las cláusulas se indicaba que solo se puede estar casado con una persona a la vez. Pensé que, posiblemente, en unos años esto podría quedar obsoleto y cambiar, como otras cosas lo han hecho”, recuerda Lucía.

Hay que tener muy claro de qué forma se quiere vivir la no monogamia. No hay una manera única de ser poliamoroso; creo que la clave está en construir relaciones a medida de las personas que la forman y, desde ahí, crear acuerdos éticos y respetuosos con todas las partes

“Pensar que si no les cuento algo, obviará que mis hijos lo perciban me resulta iluso”, establece, por su parte, Ramón. “Siempre están recibiendo información de sus referentes, no sólo a través de lo que se comparte verbalmente. Eso nos compromete, intrínsecamente, a ser honestos y congruentes con nuestras gestiones de las experiencias que vivimos, como enamoramientos, duelos, las dinámicas en nuestra relaciones, etc”. 

Lucía, no obstante, prefiere que sus relaciones y sus hijas no se mezclen: “Intento que sean dos mundos separados. Cuando me toca estar con mis hijas, que es la mayoría del tiempo, estoy con ellas y para ellas. Lo demás es un añadido de mi tiempo 'libre' que puedo dedicar a esto. Sin embargo, creo que tarde o temprano les trasmitiremos nuestra manera de vivir las relaciones, aunque no les digamos cómo lo hacemos explícitamente. Para nosotros, es una manera sana de conocernos, explorarnos y vernos en otros entornos y situaciones, que nos ayuda también a ser sinceros y empatizar al máximo posible con los deseos de nuestra pareja”.

En opinión de la psicóloga Ángela Aznárez, no hay una decisión 'correcta' al respecto de compartir o no con los hijos las características de nuestra relación. Lo que sí que considera evidentes son los ingredientes que hacen falta para vivir de manera plena una no monogamia con criaturas de por medio: “Hay que tener muy claro de qué forma se quiere vivir la no monogamia. No hay una manera única de ser poliamoroso; creo que la clave está en construir relaciones a medida de las personas que la forman y, desde ahí, crear acuerdos éticos y respetuosos con todas las partes. Eso implica ser muy realistas con los recursos disponibles en el caso de tener hijos, ya que no vas a tener la misma disponibilidad para tener citas con otras personas, irte de viaje con tu otra pareja o vínculo, pasar la noche fuera… ajustar expectativas es fundamental para poder saber qué esperar y qué proyección tiene la relación”.