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A comienzos del siglo XX, el escritor escocés James Matthew Barrie creó a los personajes de Peter Pan y su amiga Wendy. Hace cuatro décadas, la psicología tomó estos clásicos de la literatura infantil para denominar a dos problemas que desde entonces se conocen como el síndrome de Peter Pan y el síndrome de Wendy.
El primero es el más conocido: como Peter Pan es “el niño que no quería crecer”, los psicólogos aplican este término a las personas que se niegan o se resisten a acatar las normas sociales, comprometerse y, en definitiva, aceptar las responsabilidades de la vida adulta.
En la obra de Barrie, Wendy también es una niña pero asume la responsabilidad del cuidado de los otros niños. De ahí que se hable de síndrome de Wendy para referirse al comportamiento de muchas personas que se centran en proteger y complacer a otra persona, por lo general su pareja.
Ambos problemas están estrechamente relacionados: una persona con el síndrome de Peter Pan en general necesita a alguien con el de Wendy, y viceversa. Pero, pese a esa complementación, en el largo plazo la situación genera frustración y malestar, sobre todo en la “persona Wendy” (quien, en las parejas heterosexuales, suele ser la mujer, pero no siempre).
¿Cómo reconocer el síndrome de Wendy?
El responsable de acuñar ambas expresiones fue el psicólogo estadounidense Dan Kiley, quien publicó los libros El síndrome de Peter Pan, en 1983, y El complejo de Wendy, un año después.
Hay que aclarar, no obstante, que no se trata de trastornos admitidos de manera oficial como patologías. Son más bien rasgos de carácter, llamados coloquialmente síndromes para facilitar su descripción.
¿Cómo reconocer a alguien con síndrome de Wendy? Según explica la psicóloga Mar Argüello, del Centro de Psicología Madrid (Cepsim), algunas de las características más importantes de estas personas son las siguientes:
- Necesidad de cuidar a la otra persona, al punto de adoptar un papel maternal o paternal con la pareja. También puede manifestarse como una sobreprotección de los hijos.
- Deseo de satisfacer y complacer al otro. Estas personas conciben el amor como un sacrificio, lo que las lleva a dar todo por su pareja, sin importar el cansancio o el desgaste general que esto ocasiona. En definitiva, descartan la búsqueda de su propia felicidad en pos del bienestar de alguien más.
- Culpa. El síndrome de Wendy lleva a quienes lo padecen a sentirse culpables cuando algo no sale bien, incluso cuando se trata de un asunto que no depende de ellos. Y piden perdón cuando se produce cualquiera de esas situaciones, incluso aunque no corresponda.
- Sensación de que son imprescindibles. Las personas con síndrome de Wendy tienden a creer que son ellas quienes deben encargarse de ciertas tareas para que salgan bien. Por eso, asumen la mayor parte de las responsabilidades (lo cual, en la mayoría de los casos, es aceptado con beneplácito por el Peter Pan que las acompaña).
- Miedo al abandono, al rechazo y a la soledad. El objetivo de estas personas es ser aceptadas y valoradas, y sienten que si no cumplen con sus tareas de forma correcta eso no sucederá. Ese temor a que las “dejen de querer” es, de algún modo, el principal elemento que subyace en todos los casos de síndrome de Wendy.
Causas y consecuencias
El síndrome de Wendy a menudo se produce en personas con falta de confianza en sí mismas y baja autoestima, lo cual a su vez se deriva en muchos casos del ambiente en el que crecieron, la educación recibida y “los mensajes inconscientes transmitidos por el entorno”, como explica Leire Villaumbrales, del centro Alcea Psicología.
No es casual, desde luego, que el síndrome de Wendy sea mucho más común en mujeres que en varones, dado que todavía persiste la idea tradicional de que son ellas las responsables de cuidar a los hijos y encargarse del bienestar familiar.
Ahora bien, se podría pensar que, si los síndromes de Wendy y de Peter Pan son complementarios, no habría mayor problema en que dos personas así estén juntas, dado que cada una encontraría en la otra lo que necesita para estar bien. Pero esto no es así, porque con el paso del tiempo se produce un desgaste que deriva en angustia y malestar.
La persona Wendy -explica Leire Villaumbrales- poco a poco se cansa de dar mucho y recibir poco, de que la otra persona no esté presente, no reconozca sus méritos, casi ni la escuche. De alguna manera, espera que ese Peter Pan crezca y asuma las responsabilidades de la vida adulta, algo que no sucederá.
“Además, no sabe ni quiere perdirlo”, añade la especialista, por un lado “porque no está acostumbrada” y por el otro porque siente que “si Peter se siente encerrado se irá”, y el ya mencionado miedo al abandono y la soledad la bloquean.
En muchos casos, cuando una pareja por fin logra darse cuenta de que necesitan ayuda terapéutica, sus miembros llegan “agotados de los roles que ambos desempeñan, ya que no se sienten satisfechos con sus vidas, y con un gran deterioro en la relación”, como detalla por su parte la psicóloga Julia Rodríguez.
Cómo solucionar el síndrome de Wendy
A quienes padecen del síndrome de Wendy les cuesta mucho admitir que tienen un problema: para estas personas, la entrega y el sacrificio es una forma de expresar el amor y no ven en ello nada malo. Este es uno de los principales obstáculos para superarlo.
Lo deseable sería que pudieran acudir en busca de ayuda profesional antes de alcanzar el agotamiento mencionado por Julia Rodríguez. Esta experta apunta que “la intervención terapéutica incluye el entrenamiento en habilidades sociales (sobre todo la capacidad empática), así como el control de impulsos y la tolerancia a la frustración”.
Algunos de los principales objetivos -como puntualiza la también psicóloga Rebeca Gómez, del Instituto Europeo de Psicología Positiva- pasan por fortalecer la autoestima, entender y modificar ciertas creencias y miedos, y revisar conceptos como la libertad, la responsabilidad y el equilibrio en las relaciones.
En última instancia, se trata de entender que el amor no es puro sacrificio ni sufrimiento. En palabras de Mar Argüello, tomar consciencia de que querer a alguien no depende de lo que esa persona haga, de los cuidados que prodigue o de que sea la “contenedora emocional” de los conflictos ajenos, sino simplemente de lo que esa persona es en sí misma.
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