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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

El cuento de los Pujol

Érase una vez un honesto político cuyo padre murió apenas unos meses después de que él llegase a president de la Generalitat. Como su padre veía incierta su carrera política, dejó en testamento que fuesen su esposa y sus siete hijos quienes se quedasen con una parte importante de la herencia que, casualmente, se escondía en el extranjero, en un paraíso fiscal. Cuando conoció esta herencia, el honesto político tuvo muchas dudas de conciencia, pero finalmente decidió aceptarla y compaginar la presidencia de la Generalitat con ese dinero en fraude fiscal. Primero le encargó a una persona de su máxima confianza -hay quien lo llamaría testaferro- que gestionase la herencia porque sus hijos eran menores; más tarde, cuando crecieron, uno de ellos se convirtió en el gerente de ese millonario patrimonio familiar.

Pasaron los años. Los lustros. Las décadas. Cambiamos de siglo y en 34 años los pobrecitos niños, la pobrecita esposa y el pobrecito y muy honesto político catalán no encontraron el momento para declarar esa herencia ante Hacienda, a pesar de que en ese tiempo hubo tres amnistías fiscales anónimas que pudieron aprovechar. Finamente, el muy honesto político ha decidido confesar, pedir disculpas a los ciudadanos y pagar al fisco lo que se debe -una cantidad varias veces superior a lo que hubiera supuesto hacerlo hace poco más de un año-, para acabar con insinuaciones y comentarios. Había quien denunciaba que su familia tenía millones en el extranjero por los que no pagaban impuestos. Insidias y calumnias, como se ha podido comprobar.

¿Se creen el cuento de los Pujol? Yo no. Y perdonen que me tome a guasa la confesión, las disculpas y el tardío arrepentimiento, que me río por no llorar. Que el hombre que durante 23 años presidió la Generalitat defraudase impuestos desde que llegó al poder, mintiese a los ciudadanos y ocultase parte de la fortuna familiar en paraísos fiscales es ya grave de por sí. Lo peor es que esta confesión sin precedentes llega tarde, no es creíble, no es completa y no sirve como coartada para tapar el enorme caso de corrupción que ya investiga la Justicia y que no admite expiación.

La versión de Jordi Pujol es propia de alguien que ha actuado durante décadas con impunidad. El cuento es tan inverosímil como la respuesta de Artur Mas. Dice el president que es «un tema personal que no tiene nada ver con el partido»; el típico asuntillo privado quesolo afecta al que hasta hace nada era su mano derecha, Oriol Pujol, y al presidente fundador de Convergència, su padrino político y el hombre que le nombró su delfín. Hace no tanto, las denuncias sobre los Pujol eran vendidas por CiU como ataques contra Catalunya. Hoy, cuando Pujol confiesa, la patria se reduce a un asunto personal.

Publicado ayer en El Periódico

Érase una vez un honesto político cuyo padre murió apenas unos meses después de que él llegase a president de la Generalitat. Como su padre veía incierta su carrera política, dejó en testamento que fuesen su esposa y sus siete hijos quienes se quedasen con una parte importante de la herencia que, casualmente, se escondía en el extranjero, en un paraíso fiscal. Cuando conoció esta herencia, el honesto político tuvo muchas dudas de conciencia, pero finalmente decidió aceptarla y compaginar la presidencia de la Generalitat con ese dinero en fraude fiscal. Primero le encargó a una persona de su máxima confianza -hay quien lo llamaría testaferro- que gestionase la herencia porque sus hijos eran menores; más tarde, cuando crecieron, uno de ellos se convirtió en el gerente de ese millonario patrimonio familiar.

Pasaron los años. Los lustros. Las décadas. Cambiamos de siglo y en 34 años los pobrecitos niños, la pobrecita esposa y el pobrecito y muy honesto político catalán no encontraron el momento para declarar esa herencia ante Hacienda, a pesar de que en ese tiempo hubo tres amnistías fiscales anónimas que pudieron aprovechar. Finamente, el muy honesto político ha decidido confesar, pedir disculpas a los ciudadanos y pagar al fisco lo que se debe -una cantidad varias veces superior a lo que hubiera supuesto hacerlo hace poco más de un año-, para acabar con insinuaciones y comentarios. Había quien denunciaba que su familia tenía millones en el extranjero por los que no pagaban impuestos. Insidias y calumnias, como se ha podido comprobar.