“Amigos, socorro. Una mujer ha muerto congelada esta noche a las tres de la madrugada en la acera del bulevar Sebastopol de París. Aún mantenía aferrada en su mano la notificación judicial de su desahucio. Cada noche, son más de dos mil las personas sin hogar que duermen acurrucados bajo el hielo, sin techo y sin pan, casi desnudos. (…) Necesitamos ollas, alimentos, mantas, tiendas de campaña… Venid los que podáis con camiones para ayudar en el reparto (…) Frente a nuestros hermanos que mueren de miseria, imploro que aumente en nosotros el amor para hacer desaparecer esta lacra. ¡Que tanto dolor despierte el alma maravillosa de Francia!”.
Es uno de los discursos más famosos de la historia de la solidaridad. Lo pronunció hace más de medio siglo Henri Groùes, el abate Pierre: un sacerdote católico que luchó en la resistencia francesa contra el nazismo y que más tarde fundó el movimiento de los traperos de Emáus, una organización contra la pobreza y la exclusión social.
El llamamiento del abate Pierre a los franceses para socorrer a quienes morían de frío en las aceras heladas de París es de 1952. Se emitió por Radio Luxemburgo, para enfado de algunos de los gobernantes de aquella Francia donde también había quienes preferían que la miseria no apareciese en los medios de comunicación.
Esa misma noche, tras escuchar al abate Pierre, cientos de franceses se organizaron para socorrer a las personas que dormían en la calle. Dos años después, gracias a la ola de solidaridad que levantó la muerte de aquella mujer sobre la acera helada, el Parlamento francés aprobó la ley de la tregua invernal. Lleva más de seis décadas en vigor, desde 1954, y prohíbe desahuciar a nadie de su primera vivienda en los meses más fríos, entre octubre y marzo. Hace pocos años, esta ley se amplió para proteger también a aquellos que no pueden pagar los servicios básicos. Durante la tregua invernal, en Francia, también está prohibido cortar la luz o el gas.
La muerte de una anciana hace unas noches en Reus, en un incendio provocado por las velas con las que se iluminaba porque llevaba meses sin electricidad, es un puñetazo en la conciencia de todos. No es anecdótico: un colectivo de bomberos en Barcelona ha denunciado que el 70% de los incendios domésticos tiene hoy su causa en la pobreza energética y en los métodos que buscan esas personas para mantenerse calientes o cocinar. No es tampoco la primera víctima mortal.
En su discurso radiofónico tras la muerte de esa mujer desahuciada en el bulevar Sebastopol, el abate Pierre hizo un llamamiento desesperado “al alma maravilllosa de Francia”. En 1952, Francia escuchó y tomó medidas. Primero para evitar la siguiente muerte; miles de personas salieron a la calle a socorrer a los desahuciados. Después, para atajar el problema en la legislación.
Ojalá que esta muerte de una anciana en Reus al menos sirva para eso: para golpear el alma de España, para conmover a toda la sociedad. Especialmente a quienes tienen en su mano tomar medidas para que una tragedia así no se repita jamás.
“Amigos, socorro. Una mujer ha muerto congelada esta noche a las tres de la madrugada en la acera del bulevar Sebastopol de París. Aún mantenía aferrada en su mano la notificación judicial de su desahucio. Cada noche, son más de dos mil las personas sin hogar que duermen acurrucados bajo el hielo, sin techo y sin pan, casi desnudos. (…) Necesitamos ollas, alimentos, mantas, tiendas de campaña… Venid los que podáis con camiones para ayudar en el reparto (…) Frente a nuestros hermanos que mueren de miseria, imploro que aumente en nosotros el amor para hacer desaparecer esta lacra. ¡Que tanto dolor despierte el alma maravillosa de Francia!”.
Es uno de los discursos más famosos de la historia de la solidaridad. Lo pronunció hace más de medio siglo Henri Groùes, el abate Pierre: un sacerdote católico que luchó en la resistencia francesa contra el nazismo y que más tarde fundó el movimiento de los traperos de Emáus, una organización contra la pobreza y la exclusión social.