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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El marrón de la abstención

“Hay que darle un Gobierno a España”, dice Susana Díaz, dice Alfredo Pérez Rubalcaba, dice Eduardo Madina y dicen todos los críticos con Pedro Sánchez que estos días han querido hablar. Todos lo dicen, pero casi ninguno termina la frase. Hay que darle un Gobierno a España… un Gobierno de Rajoy.

El debate sobre si el PSOE debe permitir la investidura del presidente de los sobres es perfectamente legítimo y entendible en ese partido. No creo que todos los dirigentes y votantes del PSOE que defienden la abstención estén a sueldo del Ibex o al servicio del PP. Hay un argumento muy pragmático para ello: que la izquierda podría pasar de Guatemala a guatepeor. Si no sale otro Gobierno alternativo –cosa que es difícil y no depende solo del PSOE– y se repiten elecciones, casi la única certeza es que le irá aún mejor al PP, y que Mariano Rajoy tendrá las manos mucho más libres. El año sin Gobierno, el año de las tres elecciones, terminaría así con Rajoy renacido y la izquierda más dividida e irrelevante.

También hay buenos argumentos para defender el no, no solo por una cuestión de pura coherencia; por cumplir con la palabra dada a tus votantes ante un candidato al que Sánchez llamó con razón “indecente”. Antes de rendirse ante Rajoy, hay que agotar todas las vías posibles de un Gobierno sin el PP y eso aún no se ha hecho a fondo –las posiciones de bloqueo pueden cambiar a medida que los distintos partidos cojan miedo a una repetición electoral–. Además, para el PSOE, es posible que sea incluso más dañino convertirse en la muleta de un presidente enfangado en la corrupción que unas nuevas elecciones cuyo resultado, aunque previsible, no está decidido.

Lo que es indefendible es apostar por la abstención y no decirlo: querer solucionar este debate con un golpe interno y una gestora para evitar así las críticas de la militancia y de los votantes, para que no te culpen de haber tomado tú la decisión. Para no pasar a la historia como el líder socialista que le abrió la puerta de La Moncloa a Mariano Rajoy.

Hablemos claro: lo que siempre ha pretendido Susana Díaz no es “pensar en España” antes que en el partido o ella misma. Es que fuese algún otro –a ser posible el propio Sánchez– quien se comiese el marrón de la abstención.

Susana Díaz pudo presentarse a las primarias del PSOE de 2014 y al final no lo hizo. No lo hizo por propia voluntad, no porque no quisiera liderar el PSOE. Su intención era distinta: llegar a la secretaría general del PSOE por proclamación, y no por competición. Que fuesen unas primarias a su manera, con una única candidata.

Para ello, en 2014, necesitaba que todos los demás candidatos de renombre se apartasen. Carme Chacón se apartó. Patxi López se apartó. Pero Eduardo Madina dijo que no se apartaba, a pesar de la tremenda presión que se desató contra él; hasta el rey emérito en esto se empeñó.

Como Madina no se rindió, Susana Díaz no pudo ser proclamada secretaria general sin competición, como pretendían la mayor parte de los barones y notables del partido. Así que no quedó más remedio que pasar al plan B. Ese plan B fue Pedro Sánchez, al que Susana Díaz apoyó a cambio de un compromiso: que le apoyaba en la secretaría general a cambio de que el candidato a presidente del Gobierno se decidiría en un año, cuando ella ya hubiese ganado en las urnas la presidencia de la Junta, en vez de heredarla, y estuviese en mejor posición.

Más tarde ocurrió lo que siempre ocurre en política: pones a alguien en el sillón y ese alguien después actúa como si fuese libre y no te guarda lealtad –exactamente lo mismo que hizo Susana Díaz con Manuel Chaves y Pepe Griñán–. Además, las cosas no sucedieron como muchos esperaban: el resultado de las autonómicas y municipales fue bastante bueno para el PSOE, que recuperó gran parte de su poder institucional –a diferencia de las derrotas vascas y gallegas, nadie responsabilizó a Sánchez de aquellas victorias–. Además, Susana Díaz quedó atrapada en una investidura que llevó varios meses porque el PP se negó a hacer en Sevilla lo que ahora pide al PSOE en Madrid (abstenerse). Contra el pronóstico de muchos en el partido, Sánchez acabó siendo el cartel electoral.

La presidenta andaluza perdió el tren de las primarias de 2014. Pero no es la única vez que lo ha dejado pasar, siempre por idénticos motivos: por exceso de táctica y falta de valentía política. También pudo pedir un Congreso tras las elecciones del 20 de diciembre, y durante semanas barajó esa opción. Hubo todo tipo de planes y reuniones para preparar ese desembarco, pero de nuevo Susana Díaz no se atrevió.

Ahora estamos en un punto absurdo donde ambos bandos enfrentados supuestamente piden lo mismo: unas primarias y un Congreso. Pidiendo supuestamente lo mismo, hay unos que han preferido ganar la discusión por medio de un golpe palaciego con 17 dimisiones y una interpretación más que discutible de los estatutos, como si estuviesen en una peleíta de las juventudes socialistas y no intentando cambiar al primer secretario general votado por los militantes.

“Al secretario general del PSOE solo le puede cesar el Congreso o una moción de censura en el comité federal. Que yo sepa, el grupo Prisa no puede cesar al PSOE”, dice Josep Borrell, y tiene toda la razón.

Borrell también defiende que “no es una pelea de buenos y malos, es una lucha por el poder”, y en esto también acierta. Muchos de los enemigos internos del secretario general se los ha ganado él solito. Las mismas artes que aplica Susana Díaz y su gente contra Sánchez ha empleado César Luena contra prácticamente todas las federaciones. La escuela de ambos es también la misma: las juventudes socialistas. Un lugar que aplica en la política una selección natural similar a la que aparece en la novela de ciencia ficción ‘Los juegos del hambre’: metes a un montón de chavales en un coto cerrado, dejas que se maten entre ellos y al que sobreviva le nombras secretario de organización.

Supuestamente, la discusión no es por el congreso ni por el método, sino por la fecha, y por quién manda hasta la fecha. ¿Por qué tienen tanto interés en esto? ¿Por qué montar un golpe palaciego tan desproporcionado y que tanto daño hace a todo el partido y a la izquierda en general? ¿De verdad la única manera que encontraron de cambiar al capitán era hundir el barco? ¿Y todo esto simplemente por la fecha del congreso? ¿De verdad?

El argumento de que no da tiempo a montar un congreso en tan poco tiempo es simplemente ridículo. Insulta a la inteligencia. Los críticos no tienen tiempo para preparar una candidatura a las primarias en dos semanas, pero son capaces de montar un golpe en dos días.

La primera razón por la que los críticos prefieren votar en unos meses y no ahora es para que el espinoso asunto de la abstención a Rajoy no entre en la campaña de las primarias y la responsabilidad sea colegiada, de la gestora, y no lleve el sello de Susana Díaz.

Si hay unas primarias y Susana Díaz se anima al fin a dar la batalla en campo abierto, tendrá por delante una complicadísima campaña donde no quedará ya más remedio que pronunciarse sobre que significa exactamente pedir “que haya un Gobierno en España”. Y explicárselo a los militantes.

La discusión de la fecha tiene otra derivada más. Si hay primarias y Susana Díaz se presenta y las gana, no es seguro que con eso logre evitar unas nuevas elecciones. Y a la presidenta de Andalucía no le interesa lo más mínimo enfrentarse en este momento al PP: iría a una derrota segura. Ésta es otra de las ventajas de que haya gestora por unos meses: así se garantiza que, en caso de elecciones, Susana Díaz no se tiene que quemar (apuesten por Ángel Gabilondo o una opción similar como candidato para perder).

Que sea Sánchez o una gestora quien lidere el partido hasta el congreso tiene otra consecuencia más: que será esa dirección quien más mano tendrá sobre el procedimiento elegido por las primarias, empezando por el voto por Internet. Si los militantes pueden votar desde casa, la influencia de los aparatos en las primarias será mucho menor.

Anoche, en su discurso sin preguntas ante la prensa, Pedro Sánchez aseguró que siempre ha pensado que lo mejor para el PSOE es votar no. Los críticos –y el propio Felipe González– afirman que miente, que esto no es así, que en privado decía que se abstendría y que después cambió de opinión.

¿Se refugia Pedro Sánchez en la militancia para mantenerse en el poder? ¿Apuesta por el no a Rajoy porque sabe que es una opción más popular entre sus bases? Es muy posible: si Sánchez hubiese defendido en público la abstención ya estaría muerto. Pero en ningún caso esto justifica un golpe “de sargento chusquero”. Menos aún cuando quienes critican su posición –con honrosas excepciones, como Fernández Vara– no aplican la más mínima valentía política: la de decir lo que se pretende hacer y defenderlo. Incluso si se corre el riesgo de perder. Incluso si no es la opción más popular.

El marrón de la abstención no es lo único que explica este lamentable golpe palaciego. Tampoco el porqué de la enorme cobertura mediática a esta operación, con el diario El País quemando en esta batalla gran parte de su credibilidad. Sin duda, hay otro motivo: que un Gobierno alternativo a Rajoy es muy difícil, pero no completamente imposible. Que los mismos que se burlan de Pedro Sánchez por intentarlo temen que esta vez lo pueda lograr. Que ese Gobierno solo sale si es con un pacto con Podemos. Y que el poder hará lo imposible para evitar, a cualquier precio, que Podemos llegue a gobernar. Incluso si el precio es sacrificar al PSOE.

“Hay que darle un Gobierno a España”, dice Susana Díaz, dice Alfredo Pérez Rubalcaba, dice Eduardo Madina y dicen todos los críticos con Pedro Sánchez que estos días han querido hablar. Todos lo dicen, pero casi ninguno termina la frase. Hay que darle un Gobierno a España… un Gobierno de Rajoy.

El debate sobre si el PSOE debe permitir la investidura del presidente de los sobres es perfectamente legítimo y entendible en ese partido. No creo que todos los dirigentes y votantes del PSOE que defienden la abstención estén a sueldo del Ibex o al servicio del PP. Hay un argumento muy pragmático para ello: que la izquierda podría pasar de Guatemala a guatepeor. Si no sale otro Gobierno alternativo –cosa que es difícil y no depende solo del PSOE– y se repiten elecciones, casi la única certeza es que le irá aún mejor al PP, y que Mariano Rajoy tendrá las manos mucho más libres. El año sin Gobierno, el año de las tres elecciones, terminaría así con Rajoy renacido y la izquierda más dividida e irrelevante.