Tiene mérito. El primer y único debate electoral de la historia de España entre cuatro candidatos a presidentes del Gobierno ha acabado siendo más lento, aburrido y encorsetado que el clásico y obsoleto debate parlamentario. Entre todos lo pactaron y el debate se murió. El mínimo común de los cuatro partidos en la negociación de los turnos, los tiempos, el orden y el color acabó pariendo una sucesión de monólogos sin riesgo alguno para los candidatos, especialmente para quien más tenía que perder.
¿El ganador? Al menos en la primera parte del debate, en mi opinión fue Mariano Rajoy. Ganó simplemente porque nadie le derrotó. Porque el debate no le hará perder votos y mañana seguirá en cabeza en todas las encuestas, a pesar de ser el presidente del Gobierno más impopular desde que existe el CIS. Rajoy ganó el debate porque su partido ganó en la negociación, porque el formato le benefició, porque el PP consiguió que las normas de este engendro las fijasen los políticos y no los periodistas. Se notó.
No hubo apenas debate. No hubo un solo argumento nuevo. No hubo ningún momento que vayamos a recordar dentro de una semana y dudo que haya muchos indecisos o decididos que con este debate cambiasen de opinión. Por destacar, llamó más la atención la ausencia dolorosa de algunos temas, como los 22 segundos contados que entre los cuatro candidatos dedicaron a la violencia de género.
La única parte del debate a cuatro en la que el ritmo mejoró fue cuando se habló de la corrupción política. El presidente en funciones empezó mintiendo, para no variar: claro que su Gobierno ha indultado a condenados por corrupción. Iglesias, Rivera y Sánchez se lanzaron algunos golpes cruzados –los ERES y la beca de Errejón–, pero quien más encajó fue el presidente en funciones, al que de nuevo se le notó lo mal que lleva que le digan algunas cosas a la cara y su absoluta falta de respuestas ante esta cuestión.
Por suerte para Rajoy, hace meses que ya no queda un solo votante en el PP al que la corrupción le puede afectar y la segunda principal preocupación de los españoles después del paro se quedó casi para el final. El debate digno de tal nombre solo llegó por un ratito, cuando gran parte de los espectadores ya empezaban a roncar.
Tiene mérito. El primer y único debate electoral de la historia de España entre cuatro candidatos a presidentes del Gobierno ha acabado siendo más lento, aburrido y encorsetado que el clásico y obsoleto debate parlamentario. Entre todos lo pactaron y el debate se murió. El mínimo común de los cuatro partidos en la negociación de los turnos, los tiempos, el orden y el color acabó pariendo una sucesión de monólogos sin riesgo alguno para los candidatos, especialmente para quien más tenía que perder.
¿El ganador? Al menos en la primera parte del debate, en mi opinión fue Mariano Rajoy. Ganó simplemente porque nadie le derrotó. Porque el debate no le hará perder votos y mañana seguirá en cabeza en todas las encuestas, a pesar de ser el presidente del Gobierno más impopular desde que existe el CIS. Rajoy ganó el debate porque su partido ganó en la negociación, porque el formato le benefició, porque el PP consiguió que las normas de este engendro las fijasen los políticos y no los periodistas. Se notó.