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Opinión - ¿Misiles para qué? Por José Enrique de Ayala

Pedro y el lobo

El resultado electoral del 28 de abril y la amplia victoria de Pedro Sánchez tuvo un aliado involuntario: el miedo a Vox. El lobo de la ultraderecha sirvió para movilizar a gran parte del electorado progresista –no solo a favor del PSOE, también de Unidas Podemos– ante el terror de una foto de Colón en La Moncloa; ante la posibilidad, muy cercana, de que las tres derechas que habían conquistado Andalucía también sumaran mayoría en el Parlamento español.

El miedo a Vox funcionó. Y como en el famoso cuento infantil, el pastor Pedro Sánchez corre el riesgo de asustar tantas veces que, cuando realmente llegue el lobo, nadie crea que la alarma es real.

Para este domingo las encuestas son unánimes. Todas auguran que la derecha de nuevo no sumará. No hay un solo sondeo fiable, ni siquiera en las horquillas más altas, que dé a las tres derechas la posibilidad de alcanzar la mayoría absoluta que necesitan para poder gobernar.

Todas las encuestas son unánimes. Aunque en privado, algunos de los encuestadores no descartan que, si la izquierda no se moviliza, la derecha pueda romper con los pronósticos electorales y llegar a gobernar. Por debajo del 68% de participación, la victoria contra pronóstico de la derecha se convierte en una posibilidad real.

¿Y si ahora llega el lobo? Si las encuestas fallan y gobierna la derecha, esta vez será peor que en Andalucía, en Murcia o en Madrid. Y no solo por el fiasco histórico que supondría para la izquierda tener la mayoría en el Parlamento y haberla dejado escapar. Porque la gran diferencia es que el consenso en las encuestas sí apunta a un sorpaso: el de Vox sobre Ciudadanos. Por gran margen, además.

No sería siquiera un tripartito: sería un bipartito, el de PP y Vox. Porque Ciudadanos puede llegar a caer por debajo incluso de ERC. No sería otra victoria de la derecha. Sería un Gobierno con la ultraderecha, y en una posición principal.

Si la derecha suma, el partido de Santiago Abascal esta vez no ejercerá de pagafantas con tanta docilidad. Si es el segundo partido de la derecha, Vox pedirá ser socio de Gobierno, y no un apoyo parlamentario al que se trata como un invitado indeseable, como ocurre en los ayuntamientos y autonomías donde su voto es fundamental.

Abascal aspiraría a la vicepresidencia. Y es probable que Casado se la diese. A diferencia de la izquierda, la derecha ha demostrado en las negociaciones un pragmatismo envidiable. Ellos sí saben pactar.

Los dos grandes temas de la campaña electoral –Catalunya y, en menor medida, Franco– favorecen a Vox frente a todos los demás. Y Santiago Abascal logró en el debate electoral un nuevo empuje, gracias a que pudo exponer sus bulos y falsedades sin apenas interrupción. De todos los candidatos, fue él quien mejor pudo colocar su mensaje. Fue un discurso lleno de mentiras, pero que cala en una parte importante de la sociedad; en ese franquismo sociológico que, en estas elecciones, está mucho más movilizado que la izquierda.

Desde el debate, las encuestas –que se siguen haciendo, aunque no se publiquen– están dando a Vox un empuje aún mayor que esas horquillas que, el lunes, ya le situaban entre los 40 y 50 escaños. En algunas provincias, según esos sondeos, Vox no solo supera a Ciudadanos: también gana al Partido Popular.

En todas las elecciones, la última semana es la fundamental. En estas, que la campaña es más corta, lo es más aún. Y al igual que en las de abril fue Unidas Podemos quien se subió a la mejor ola a partir del debate y pudo remontar, ahora quien está surfeando al alza, gracias al debate, es Vox.

Hace apenas unos meses, tras el discreto resultado del partido de Abascal en las elecciones de mayo, muchos pronosticamos el ocaso de Vox. Nos equivocamos. Hoy es evidente que la ultraderecha en España no va a ser flor de un día. Tampoco su influencia, nefasta, en el debate político español.

Si con solo 24 escaños Vox ha contaminado de esta manera el debate político español, ¿qué no lograran como tercera fuerza del Parlamento español?

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P. D. Mientras termino de escribir este artículo, Vox acaba de comunicar a eldiario.es que nos veta el acceso a su sede para cubrir la noche electoral. Dicen, sin rubor, que “se trata de un acto discrecional del partido”. Es el enésimo veto. Han llegado a mandar a una de nuestras redactoras, por escrito, “a esparragar”.

Desde hace varios meses, Vox ha puesto a eldiario.es en la lista negra de medios con los que no hay que hablar porque “somos su enemigo”. Las razones son obvias: no les gusta la libertad de prensa y les molesta la crítica. Y lo que menos soportan son nuestras exclusivas de investigación. Que desvelemos que la mansión de los Espinosa de los Monteros es ilegal, o que dejaron pufos sin pagar durante su construcción. Que destapemos sus manuales para manipular el debate en redes sociales o los trapos sucios de su financiación.

Vox no quiere que hagamos nuestro trabajo. Lo vamos a hacer igual. Por mucho que nos veten, con la ayuda de nuestros socios y socias, vamos a perseverar.

El resultado electoral del 28 de abril y la amplia victoria de Pedro Sánchez tuvo un aliado involuntario: el miedo a Vox. El lobo de la ultraderecha sirvió para movilizar a gran parte del electorado progresista –no solo a favor del PSOE, también de Unidas Podemos– ante el terror de una foto de Colón en La Moncloa; ante la posibilidad, muy cercana, de que las tres derechas que habían conquistado Andalucía también sumaran mayoría en el Parlamento español.

El miedo a Vox funcionó. Y como en el famoso cuento infantil, el pastor Pedro Sánchez corre el riesgo de asustar tantas veces que, cuando realmente llegue el lobo, nadie crea que la alarma es real.