“No se pueden hacer peor las cosas”, ha afirmado el presidente del Gobierno en la rueda de prensa de hoy. Mariano Rajoy acierta de pleno: no han podido hacer peor las cosas, ni él mismo ni tampoco Carles Puigdemont.
El 155 siempre fue un cheque en blanco: apenas dos frases que permiten al Gobierno y el Senado aprobar “las medidas necesarias” para hacer cumplir la Constitución. De todo el abanico disponible, el presidente Rajoy –con el respaldo de PSOE y Ciudadanos– ha optado por la peor versión: asumir absolutamente todas las competencias, todos los organismos, todas las consellerías, hasta que se convoquen las elecciones.
El presidente número 131 de la Generalitat de Catalunya se llamará Mariano Rajoy Brey. ¿Para qué buscar siquiera a alguien de consenso entre los catalanes teniéndole a él, líder de un partido que es la quinta fuerza política en Catalunya, con apenas el 8,5% de los votos?
Hasta que lleguen las elecciones, Rajoy disfrutará de algo que ni siquiera tiene en el Gobierno central: el primer Govern con mayoría absoluta en Catalunya desde Jordi Pujol. No tendrá oposición parlamentaria alguna, tampoco la del PSOE y Ciudadanos, porque la cámara que ejercerá ese control será casi la única en toda España donde el PP aún mantiene la mayoría absoluta: el Senado español.
Probablemente la mejor salida para la situación que se vive en Catalunya son unas nuevas elecciones autonómicas. Sería una salida aún mejor si las convocase Carles Puigemont, en vez del Gobierno de Rajoy, pero no parece estar por la labor; probablemente no quedaban muchas más opciones que llegar a las urnas a través del 155. Pero para convocar elecciones en Catalunya no hacía falta una intervención así. Bastaba con tomar las atribuciones del president y de unas pocas consellerias para llamar a las urnas. Ni se entiende, ni está justificado, que la intervención sea completa, menos aún que afecte a las competencias del propio Parlament –una decisión de dudoso encaje constitucional– o que también se extienda a los medios de comunicación públicos.
TV3 no es mi modelo de televisión pública. Ha jugado un papel relevante en haber llegado a la situación actual, exagerando las peores respuestas de la política y la prensa de Madrid para así romper aún más los lazos con España. TV3 no es perfecta, pero sin duda es más plural que los medios de comunicación públicos que gestiona el PP. ¿Con qué cara de cemento puede hablar el Gobierno de “informar con rigor y veracidad” mientras mantiene unos telediarios obscenamente manipulados, como denuncian sus propios trabajadores? ¿Cuánto cinismo hace falta para pedir “la neutralidad de los medios públicos” mientras respaldas a un presidente de RTVE que cobró de la caja B del PP?
Ni siquiera el argumento de que todos estos poderes absolutos son solo para un máximo de seis meses es real. El mismo 155 que permite esta intervención completa permitiría también una prórroga mayor. De facto, lo ocurrido en Catalunya es la suspensión temporal del autogobierno y de la democracia, un camino que se sabe cómo arranca pero no cómo termina. ¿Qué pasará si los independentistas vuelvan a ganar las elecciones? ¿Qué ocurrirá si Catalunya entra en una espiral que sirva para justificar aún más medidas de excepción?
El pulso que el Govern en rebeldía había lanzado contra el Estado español no podía acabar bien. Por mucho que la cerrazón de Rajoy fuese supina, no está justificada la vía unilateral e ilegal que la mayoría independentista en el Parlament inició hace poco más de un mes. Con el 47,8% de los votos –poco más de un tercio del censo–, un movimiento soberanista tiene todo el derecho a gobernar y a presionar para pedir un referéndum de autodeterminación. Pero no es una mayoría social suficiente como para iniciar un camino de ruptura unilateral, como el que ha emprendido de forma irresponsable el Govern sin que le siguiese siquiera la mitad de su propia población.
Al otro lado de estos pirómanos se ha situado otro líder igualmente irresponsable: el presidente del Gobierno Mariano Rajoy. Fue él quien alimentó esta situación durante los años previos, con el recurso contra el Estatut y su nula respuesta política posterior. Y ha sido él quien, en las últimas semanas, ha complicado aún más la situación con tres grandes errores.
El primero, las desproporcionadas cargas policiales del 1 de octubre. El segundo, la actuación de la Fiscalía, forzando la mano dura para llevar a la cárcel a los líderes de Òmnium y la ANC. El tercero lo ha cometido hoy.
Junto a Mariano Rajoy, con este 155, también aparecen retratados Albert Rivera y Pedro Sánchez. El líder de Ciudadanos estará satisfecho: al fin llega la respuesta contundente que él mismo había pedido hace más de un mes. ¿Y el del PSOE? ¿Cómo convencerá al PSC de que no se desmarque de una decisión así? Sánchez regresó al liderazgo del PSOE prometiendo tres cosas: una apuesta por la España plurinacional, una mayor cercanía a Podemos y una oposición más dura a Rajoy. Su respuesta en esta crisis, con este pacto, dista mucho de esa posición.
El cheque en blanco del 155 tiene todos los ceros que cabían en el papel y se cobrará en el crédito de la democracia y sus instituciones en Catalunya. Ese precio será altísimo y lo pagaremos entre todos. No solo Rajoy y Puigdemont.