Las excusas del PP ante el caso Bárcenas cada día se parecen más a las de ese niño con la cara embadurnada de chocolate que dice que él no fue quien se comió el tarro de la Nocilla. Entre pueril e indignado, como si del enfado se trasladase contundencia, Javier Arenas añadió ayer la última excusa a un pastel cada vez más intragable. Es todo una conspiración para tumbar a Rajoy –dice Arenas–, casi un golpe de Estado. “Mientras unos están en la batalla de buscar la sustitución de Mariano Rajoy, el PP es más transparente que nunca”, asegura el vicesecretario general de un partido tan transparente que ocultó durante tres años que seguía pagando un sueldo de 200.000 euros al imputado Luis Bárcenas; una organización tan cristalina que mintió después, al intentar disfrazar ese generoso salario de “finiquito prorrateado”; un Partido Popular de cuentas tan puras y prístinas que no encuentra auditoría que se atreva a validarlas.
La “transparencia” del PP se nota, se siente. No hay más que recordar a ese Rajoy presente ante la prensa como si fuese el Richard Nixon de Futurama, una cabeza que habla a través de un monitor de televisión y que nos pide que confiemos ciegamente en su palabra. Ayer la transparencia brilló por su ausencia, una vez más, y nos dejó a los periodistas a oscuras, con decenas de preguntas sin respuesta. Por primera vez en meses, el PP canceló su habitual rueda de prensa de los lunes. No salió María Dolores de Cospedal ni tampoco Carlos Floriano, el sufrido portavoz al que le toca defender lo indefendible. Habló Javier Arenas, sí, pero lo hizo también con el método Futurama: a través del televisor, en la retransmisión de un discurso ante dirigentes del partido, y sin aceptar pregunta alguna de la prensa.
Y mientras los dirigentes del PP callan, con sus actos caen en contradicciones palmarias. La más obvia: ¿por qué demanda De Cospedal a Luis Bárcenas? ¿Es que acaso la secretaria general del partido asume que su extesorero es el autor de esa oscura contabilidad que tan sucios los retrata?
Las excusas del PP ante el caso Bárcenas cada día se parecen más a las de ese niño con la cara embadurnada de chocolate que dice que él no fue quien se comió el tarro de la Nocilla. Entre pueril e indignado, como si del enfado se trasladase contundencia, Javier Arenas añadió ayer la última excusa a un pastel cada vez más intragable. Es todo una conspiración para tumbar a Rajoy –dice Arenas–, casi un golpe de Estado. “Mientras unos están en la batalla de buscar la sustitución de Mariano Rajoy, el PP es más transparente que nunca”, asegura el vicesecretario general de un partido tan transparente que ocultó durante tres años que seguía pagando un sueldo de 200.000 euros al imputado Luis Bárcenas; una organización tan cristalina que mintió después, al intentar disfrazar ese generoso salario de “finiquito prorrateado”; un Partido Popular de cuentas tan puras y prístinas que no encuentra auditoría que se atreva a validarlas.
La “transparencia” del PP se nota, se siente. No hay más que recordar a ese Rajoy presente ante la prensa como si fuese el Richard Nixon de Futurama, una cabeza que habla a través de un monitor de televisión y que nos pide que confiemos ciegamente en su palabra. Ayer la transparencia brilló por su ausencia, una vez más, y nos dejó a los periodistas a oscuras, con decenas de preguntas sin respuesta. Por primera vez en meses, el PP canceló su habitual rueda de prensa de los lunes. No salió María Dolores de Cospedal ni tampoco Carlos Floriano, el sufrido portavoz al que le toca defender lo indefendible. Habló Javier Arenas, sí, pero lo hizo también con el método Futurama: a través del televisor, en la retransmisión de un discurso ante dirigentes del partido, y sin aceptar pregunta alguna de la prensa.