Las conversaciones entre PSOE y Unidas Podemos están rotas y no parece que vayan a arreglarse. Y antes de que formalmente fracasaran –el presidente en funciones las dio por terminadas este lunes– conviene recordar cuáles eran las posiciones de cada uno: para entender qué está pasando, para saber dónde podrían retomarse y si es posible tal cosa.
Pedro Sánchez está dispuesto a aceptar ministros de Unidas Podemos en su Gobierno pero quiere una coalición de perfil bajo: sin Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros y negociando cada nombramiento para que sean perfiles “cualificados”. Y Pablo Iglesias, y el probable resultado de la consulta que ha planteado a sus bases, asegura que no admitirá otra opción que un Gobierno de coalición proporcional a los votos de cada partido y sin vetos previos. Ambos líderes están netamente convencidos de sus posiciones, no se muestran dispuestos a modificarlas, cada uno se ha atado con sus palabras al palo mayor de su barco –como Ulises para evitar la tentación de las sirenas–. Y salvo que uno de los dos mienta o cambie de posición a medida que el abismo esté más cerca, vamos a una primera investidura fallida y a una probable repetición electoral el 10 de noviembre: a una decepción histórica para los votantes de izquierda y a una nueva oportunidad para que Pablo Casado alcance La Moncloa, con Albert Rivera y Santiago Abascal como seguros socios de Gobierno.
Los argumentos públicos de ambos partidos para justificar su posición son de sobra conocidos. El PSOE no quiere “un segundo gobierno dentro del Gobierno”, teme las turbulencias que traerá la sentencia del procés en Catalunya si tienen un vicepresidente que defiende que “los líderes independentistas son presos políticos” y prefiere una repetición electoral a tener un Consejo de Ministros inestable, que pueda volar por los aires a los pocos meses. Unidas Podemos defiende que sus escaños “no van a ser gratis”, considera “insultante” que se vete a su líder y argumenta que una coalición es parte de la “normalidad democrática europea”, también la moneda de cambio habitual en otros gobiernos municipales y autonómicos y la garantía de que el PSOE “no pactará medidas con la derecha”. Argumentan, y esto es indudable, que Podemos no reclama algo distinto a lo que pide el PSOE para apoyar gobiernos donde son socios minoritarios.
¿Hay algo más? Lo hay. Debajo de los argumentos públicos, ya conocidos, hay otros que ambos partidos valoran, aunque no los expongan abiertamente en sus discursos públicos. Porque, en el fondo, aunque ninguno de los dos partidos lo admita abiertamente, el principal desencuentro entre las posiciones de PSOE y Unidas Podemos está en un único asunto y no es ni la coalición ni el debate programático, que ni siquiera se ha abordado: es si Pablo Iglesias entra o no entra en el Consejo de Ministros. Y hay más motivos por los que el PSOE no lo quiere allí, al margen de lo que argumentan en los medios. Que no se fían de él, y citan como ejemplo más reciente la votación en la mesa del Congreso sobre los diputados presos del procés. Que consideran su posición un chantaje al que no quieren ceder. Que saben el rechazo que Iglesias provoca entre ese votante de centro, al que el PSOE quiere seducir en el futuro, y también entre el establishment y el poder económico. Que ven a Pablo Iglesias en horas bajas y temen que pueda resucitar si se convierte en el primer político a la izquierda de la socialdemocracia que llega al Consejo de Ministros de España desde la Segunda República.
En el lado de Unidas Podemos, también hay más motivos para su posición, al margen de lo que sus dirigentes explican en los medios. Tampoco se fían de Pedro Sánchez, y por eso no quieren quedarse fuera del Consejo de Ministros y dejarle las manos libres. Creen que esta oportunidad podría ser la última y no la van a dejar escapar. Confían en que alcanzar el Gobierno servirá para dar la vuelta a la tendencia a la baja del partido. Piensan que sería más dañino para Unidas Podemos una legislatura como simple socio parlamentario que una repetición electoral, que necesitan el empuje que da el Gobierno para ganar la inevitable pugna contra el nuevo partido de Iñigo Errejón.
Iglesias cree que Sánchez cederá en algún momento porque en su mano está pasar la Nochebuena en su casa o en La Moncloa, porque el líder del PSOE tiene mucho más que perder. Sánchez cree que será Iglesias quien ceda porque una repetición electoral puede ser letal para su partido: un descalabro en votos y en escaños.
Ambos se equivocan en algo: ninguno de los dos cederá hoy –y dudo incluso que ocurra en septiembre–. Y aciertan en sus pronósticos catastróficos para el otro si no hay acuerdo de Gobierno. Por mucho que las encuestas sean hoy más favorables para el PSOE, una repetición electoral es una moneda al aire. La derecha no cometerá otra vez el error de ir dividida –ojo a España Suma, ese plan del PP a imitación de la lista conjunta de Navarra para intentar una coalición nacional con Ciudadanos–. La izquierda no se movilizará con la misma intensidad con la que lo hizo el 28 de abril. El 'que viene el lobo' de Vox no funcionará por segunda vez. Y por mucho que ambos partidos se vean muy capaces de imponer su versión, convencer a los propios y culpar al otro del fracaso, el claro ganador de la decepción generalizada sin duda será la derecha.
Las conversaciones entre PSOE y Unidas Podemos están rotas y no parece que vayan a arreglarse. Y antes de que formalmente fracasaran –el presidente en funciones las dio por terminadas este lunes– conviene recordar cuáles eran las posiciones de cada uno: para entender qué está pasando, para saber dónde podrían retomarse y si es posible tal cosa.
Pedro Sánchez está dispuesto a aceptar ministros de Unidas Podemos en su Gobierno pero quiere una coalición de perfil bajo: sin Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros y negociando cada nombramiento para que sean perfiles “cualificados”. Y Pablo Iglesias, y el probable resultado de la consulta que ha planteado a sus bases, asegura que no admitirá otra opción que un Gobierno de coalición proporcional a los votos de cada partido y sin vetos previos. Ambos líderes están netamente convencidos de sus posiciones, no se muestran dispuestos a modificarlas, cada uno se ha atado con sus palabras al palo mayor de su barco –como Ulises para evitar la tentación de las sirenas–. Y salvo que uno de los dos mienta o cambie de posición a medida que el abismo esté más cerca, vamos a una primera investidura fallida y a una probable repetición electoral el 10 de noviembre: a una decepción histórica para los votantes de izquierda y a una nueva oportunidad para que Pablo Casado alcance La Moncloa, con Albert Rivera y Santiago Abascal como seguros socios de Gobierno.