La libertad de las cañas ha triunfado en Madrid. Isabel Díaz Ayuso se lleva esta noche el mejor resultado en una década para el Partido Popular. 65 escaños, 44,4% de los votos. Hay que remontarse a 2011 para encontrar una victoria más amplia, y aquel era un mundo que hoy no existe: el del bipartidismo. Ayuso no solo duplica su resultado de hace apenas dos años sino que logra para la derecha uno de sus triunfos más holgados en la región.
La estrategia de Ayuso contra la pandemia no ha funcionado en la economía: los datos del paro, o del PIB, no son especialmente buenos en la comunidad. Tampoco en salud pública: Madrid es la autonomía española con más exceso de mortalidad. Pero sin duda esa estrategia ha sido determinante para la victoria arrolladora de este martes, un éxito que en gran medida se explica por su apuesta por abrir la hostelería, contra el criterio de todos, también de otros gobiernos autonómicos del PP.
No es tampoco una noticia inesperada: hace más de un cuarto de siglo que la derecha gobierna la región. Pero no es solo una cuestión de izquierda vs derecha. El discurso populista de Ayuso ha entrado a fondo en los votantes poco politizados, menos ideológicos, que se definen de centro y se mueven entre distintos partidos o la abstención. Es ese tercer bloque –alrededor del 20% de la sociedad– el que ha encumbrado a Ayuso con un resultado, para la derecha, excepcional.
Ayuso ha logrado aglutinar todo el rechazo de la derecha madrileña al Gobierno de coalición. Ha entendido mejor que nadie el hartazgo social frente a la pandemia, que ha aprovechado con enorme eficacia. Y se ha beneficiado de un sistema de medios que le ha reído las gracias y ha construido una realidad paralela sobre los datos económicos, sociales y sanitarios de Madrid.
Para el PSOE, el 4-M no ha podido ser un fracaso mayor. Ángel Gabilondo pasa de ser el más votado a verse superado por Mónica García, de Más Madrid. La campaña empezó mal, manteniendo a un candidato que toda España sabía que estaba opositando a otro puesto, como defensor del pueblo. Y más tarde empeoró, con un intento de giro al centro, que el propio Gabilondo abortó apenas una semana después de empezar. El resultado de esa estrategia errática a la vista está: Gabilondo no se ha beneficiado del colapso de Ciudadanos y ha perdido gran parte de los votos por la izquierda. Consigue solo 24 escaños. Es el peor dato de la historia del PSOE desde que existe la Asamblea de Madrid.
Más Madrid es casi el único en el bloque de la izquierda que tiene noticias que celebrar. El partido se consolida –más allá de Carmena o de Errejón– y demuestra hasta qué punto el candidato importa: Mónica García será la líder de la oposición. Su crecimiento es fruto de su trabajo previo en la Asamblea de Madrid, de una buena campaña y también de las expectativas: el llamado “voto útil”, del que se suelen beneficiar los grandes partidos, importa muy poco cuando desde la primera encuesta queda claro que tu bloque lo tiene muy difícil para ganar. Es el mismo fenómeno que, en Galicia, propició el sorpaso del BNG.
Unidas Podemos aguanta en la Asamblea de Madrid, y eso es algo que probablemente otro candidato distinto a Pablo Iglesias no habría podido garantizar. Logra tres escaños más que en 2019, pero el resultado sigue siendo muy malo. El salto del exvicepresidente del Gobierno a la arena de Madrid no ha supuesto ese revulsivo para la izquierda que quiso buscar. Más bien al contrario: Pablo Iglesias, el líder más odiado por la derecha, probablemente ha movilizado más voto en su contra que a favor.
La dimisión de Iglesias de todos sus cargos es coherente con su carrera y con el resultado electoral. Los datos de Madrid demuestran el enorme desgaste que sufre su figura política: por errores propios y también por el acoso brutal, permanente y sistemático que ha vivido desde que su partido emergió. Se da la paradoja de que su salida de la política ocurre el mismo día en que la izquierda a la izquierda del PSOE logra el sorpaso en Madrid, pero con una candidatura escindida del partido que fundó.
Vox gana un escaño, pero será prácticamente irrelevante en Madrid. Isabel Díaz Ayuso no necesita su apoyo para la investidura: le bastará con su abstención. La ultraderecha ha ganado en Madrid porque ha impuesto su marco, y porque gran parte de su discurso hoy impregna al PP de Madrid. Vox no crece como sí lo hace en otras autonomías… porque su espacio ya lo ocupa el PP de Ayuso.
Iglesias deja la política el mismo día en que Ciudadanos desaparece de la Asamblea de Madrid y queda herido de muerte, si es que no está muerto ya. El desplome del partido naranja, el auge de Más Madrid, los cambios en Unidas Podemos, el éxito de Ayuso, el fascismo cada vez más estridente de Vox… La nueva foto que sale de estas elecciones demuestra que la política española dista mucho de estabilizarse.
Madrid no es España, por mucho que lo repita el PP. Justo al contrario: hace años que la región vota a un compás distinto, siempre más conservador. La distancia política que separa a Madrid del resto es, cada día, mayor. Y pensar que esta victoria es la antesala de una reconquista nacional, como asegura Casado, puede ser un espejismo para una derecha tentada a cometer el error de apostar por un extremismo aún mayor.
Contra Iglesias –y la caricatura que han dibujado de él– la derecha y la ultraderecha lo tenían más fácil para el juego de la polarización. Con su salida, y el nuevo liderazgo de Yolanda Díaz, les costará mantener tan alto el diapasón sin pasarse de frenada, como ocurrió con la foto de Colón.
El Gobierno de coalición tendrá también que decidir qué estrategia va a seguir: si jugar a esa misma política trumpista que ha ganado en Madrid o construir una alternativa a la polarización.
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