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La violencia nunca está justificada

La desobediencia civil no es lanzar adoquines a la policía. Tampoco incendiar contenedores, quemar coches o intentar acertar a un helicóptero en pleno vuelo con artefactos pirotécnicos, a ver si lo hacen caer. El derecho a la manifestación, a la protesta y a la libre expresión no ampara estos actos vandálicos en Barcelona. La violencia no está justificada, sea cual sea el ideal.

El movimiento independentista es pacífico de forma más que mayoritaria. Las marchas de este viernes en Barcelona movilizaron a medio millón de personas. Los disturbios de la noche, a unos centenares. Cuatrocientos, según el Ministerio del Interior. Por las imágenes que hemos visto, probablemente más. Pero en cualquier caso una exigua minoría, un porcentaje muy pequeño dentro del masivo movimiento independentista. Y que se mezcla con grupos violentos antisistema y jóvenes en busca de adrenalina, como explica este excelente reportaje de Pol Pareja en eldiario.es.

El independentismo catalán no es violento. Pero algunos de sus líderes se equivocan de pleno al contemporizar con estos disturbios y sus protagonistas, minimizar lo que está ocurriendo estas noches en Barcelona o alentar teorías de la conspiración, donde se culpa a “infiltrados policiales” de estos disturbios.

El primer perjudicado por estos actos vandálicos no es el Estado español, sino el propio movimiento independentista. La respuesta de los presos fue ejemplar: condenando la violencia y desmarcándose de ella desde el primer día. También la de los principales portavoces de ERC. Una actitud que contrasta con la del president de la Generalitat, Quim Torra, que no ha podido gestionar peor esta situación.

La violencia no solo es un camino moralmente equivocado: porque el fin no justifica los medios. También es contraproducente e ineficaz. Si España fue capaz de soportar décadas de terrorismo etarra, ¿alguien en su sano juicio cree que Catalunya va a estar más cerca de la independencia con esta violencia callejera? No va a pasar.

Porque no es novedoso que un grupo de violentos con técnicas de guerrilla urbana monten disturbios de este tipo en el centro de una ciudad. Son imágenes espectaculares que ocurren en medio mundo, también en los países más democráticos, y cuya incidencia en la política real es muy inferior a su espectacularidad en televisión.

Porque hablamos de disturbios muy vistosos y fotogénicos. No de una ciudad en llamas ni de una revolución. Y por mucho que insista la derecha en aplicar medidas de excepción, estos hechos no justifican ni un 155, ni una intervención del Gobierno en las competencias autonómicas a través de la ley de seguridad ciudadana ni el estado de alarma. Menos aún cuando, por primera vez, no hay duda de que las distintas fuerzas policiales están colaborando entre sí, también los Mossos.

Lo que está sucediendo estas noches en Barcelona no es muy distinto a lo que ocurrió durante décadas en las principales ciudades del País Vasco –entonces no había móviles con cámaras de vídeo, ni redes sociales, ni los actuales despliegues de televisión–. Y si ante la 'kale borroka' no se aplicó ningún precepto constitucional de excepción, ¿cómo justificar que ahora se haga así? Los discursos inflamados de algunos políticos –como Cayetana Álvarez de Toledo, tachando de “golpista” la huelga independentista, o Albert Rivera, comparando a Barcelona con Alepo o Bagdad– se entienden mejor por un motivo: que falta menos de un mes para votar.

Es probable que, en los próximos días, estos disturbios decaigan. Y en el camino no habrán logrado mucho más que manchar la causa que supuestamente defienden, deteriorar la imagen de la ciudad de Barcelona y polarizar aún más el debate político español.

Los disturbios de estos días también ponen en evidencia a aquellos que tacharon de violentos, hace dos años, a los líderes civiles del independentismo catalán. A quienes acusaron de golpismo y rebelión a Jordi Sánchez y Jordi Cuixart por tres coches dañados de la Guardia Civil. Eran los Jordis quienes, al terminar cada manifestación, se ocupaban de mandar a todos a sus casas y evitar disturbios así. Y hoy no parece que haya nadie al frente del independentismo con su autoridad.

La desobediencia civil no es lanzar adoquines a la policía. Tampoco incendiar contenedores, quemar coches o intentar acertar a un helicóptero en pleno vuelo con artefactos pirotécnicos, a ver si lo hacen caer. El derecho a la manifestación, a la protesta y a la libre expresión no ampara estos actos vandálicos en Barcelona. La violencia no está justificada, sea cual sea el ideal.

El movimiento independentista es pacífico de forma más que mayoritaria. Las marchas de este viernes en Barcelona movilizaron a medio millón de personas. Los disturbios de la noche, a unos centenares. Cuatrocientos, según el Ministerio del Interior. Por las imágenes que hemos visto, probablemente más. Pero en cualquier caso una exigua minoría, un porcentaje muy pequeño dentro del masivo movimiento independentista. Y que se mezcla con grupos violentos antisistema y jóvenes en busca de adrenalina, como explica este excelente reportaje de Pol Pareja en eldiario.es.