Espacio para la reflexión y el análisis a cargo de parlamentarios europeos españoles.
El valor de lo común
La pandemia y el confinamiento nos han revelado lo que de verdad es más valioso para salvaguardar nuestras vidas y nuestro bienestar: el cuidado, la gestión solidaria y comprometida de nuestros recursos y espacios colectivos, lo común.
Es un cambio importante, porque en el último medio siglo se había generalizado, en la economía, la política, la cultura y los valores más personales, una ideología que sitúa el interés individual por encima de todo y presenta como natural la antigua fantasía de una individualidad que en realidad se sostiene en el trabajo de otros, de otras.
Lo curioso de esa ideología, convertida en práctica que sacraliza lo individual, es que se presenta como la mejor versión posible de la modernidad y el conocimiento científico. Sin embargo, es ajena a un hecho evidente. En las sociedades complejas como las nuestras, donde el conocimiento, la tecnología, la sinergia, las redes, la empatía o las organizaciones de todo tipo son imprescindibles para crear riqueza, no es de ninguna manera posible que la acción individual produzca valor sin el concurso de lo común.
Pero el valor de lo común no ha sido soslayado porque se crea que lo que no es propiedad de nadie no es valioso, sino porque asumirlo implica desvelar quién tiene el poder y puede beneficiarse de esos recursos en mayor medida que los otros. Y pone en jaque la racionalidad que sustenta nuestra forma de vida y nuestras instituciones desde el triunfo de los estados liberales, la economía y la sociedad de mercado.
El pensamiento dominante ha tratado de hacernos creer que el mercado podía resolver también el problema de asignar lo común. El mantra de que el mercado es más eficiente ha justificado las privatizaciones de todos los recursos y servicios esenciales. Pero su secuela ha sido la producción social de la escasez y la ineficiencia, pues, por mucho que se haya querido ocultar, la realidad es que el uso privatizado de lo común resulta a la postre más caro y es asignado en peores y más desiguales condiciones.
La pandemia ha hecho que todo ese discurso salte por los aires. Hasta los más conspicuos defensores del mercado reclaman ahora la ayuda de los gobiernos, el apoyo estatal para obtener recursos cuantos antes y facilitar acciones colectivas como la búsqueda de una vacuna.
Es el momento de asumir lo común como espacio prioritario. Eso no significa volver a un pasado idealizado –las mujeres no queremos volver al pasado–, o a sistemas políticos que buscaban el interés común pero asfixiaron la iniciativa y las libertades individuales. Lo común como espacio prioritario requiere repensar nuestras instituciones y leyes, nuestra convivencia, nuestra manera de producir y consumir, la forma en que educamos a las generaciones futuras. Requiere que seamos fiscalmente responsables y votemos en consecuencia, y participemos en los distintos ámbitos de la política, más allá de la institucional.
No digo que no pueda haber vuelta atrás. Pero aprovechemos que el valor de lo común ha estallado ante nosotros como lo que es, el mejor recurso para transformar nuestra sociedad a favor de la paz y de una mayor libertad y bienestar para todas las personas.
La pandemia y el confinamiento nos han revelado lo que de verdad es más valioso para salvaguardar nuestras vidas y nuestro bienestar: el cuidado, la gestión solidaria y comprometida de nuestros recursos y espacios colectivos, lo común.
Es un cambio importante, porque en el último medio siglo se había generalizado, en la economía, la política, la cultura y los valores más personales, una ideología que sitúa el interés individual por encima de todo y presenta como natural la antigua fantasía de una individualidad que en realidad se sostiene en el trabajo de otros, de otras.